Desconfianza y relaciones tóxicas: las cicatrices del acoso escolar
Víctimas y agresores explican que la culpa y la incomprensión les abocan a heridas emocionales cuando son adultos
BarcelonaIrma, 20 años, víctima de bullying: “Como estaba tan acostumbrada a que me trataran mal, lo toleraba todo. Cuando sufres acoso, te quedas con el rol de víctima y buscas a tu nuevo agresor”. Dalia, 17 años, agresora: “Sí, he agredido a compañeras en la escuela. Y después, estando en pareja, he tenido una relación muy tóxica por culpa mía”.
Si Irma y Dalia tienen algo en común, es que las dos han sufrido las cicatrices emocionales que deja el acoso escolar, tanto a las víctimas como a los agresores. Irma, que sufrió como dos amigas suyas acababan poniendo a toda la clase en su contra, arrastró un gran sentimiento de culpa durante mucho tiempo. “Todo el mundo me odiaba y no sabía por qué. Pensaba que quizás era culpa mía y, ya de mayor, estaba a la defensiva porque tenía miedo de que me volviera a pasar”. Como le costaba hacer amigos, acabó desarrollando una relación de dependencia con su pareja: “Era sumisa, teníamos una relación muy tóxica”. Curiosamente, es el mismo adjetivo que usa Dalia, una chica que reconoce haber hecho bullying a compañeros de clase, para definir como era la relación con su ex: “En casa siempre había visto a mi padre como un agresor y a mi madre como una víctima, pero en pareja he invertido estos roles. Y todo era tóxico”.
Los casos de Dalia e Irma explican muy bien “las heridas relacionales” que deja el acoso escolar a lo largo de la vida. “Hay niños y niñas que crecen pensando que las relaciones son así”, alerta Raquel Linares, directora de FITA, una fundación que trabaja para la prevención y asistencia en salud mental. Desde la entidad han recogido varios testimonios de chicos y chicas que han vivido en primera persona el acoso escolar y, a través de una novela, quieren convertirlo en una herramienta de prevención contra el bullying, el principal problema de convivencia en la escuela.
Una novela para concienciar
“Una de las cosas que me impactaron más fue que la herida que les había abierto el acoso escolar condicionaba la manera que tenían de comportarse cuando eran adultos. No era consciente de que el bullying se acaba pero que las heridas no se cierran”, explica Víctor Panicello, autor de la novela, que se titula Piedra, papel, tijera. La ha escrito a partir de los largos encuentros que hizo con chicos y chicas que han sufrido o han ejercido el acoso escolar, en un proceso de creación colectiva que les ha ayudado a ponerse en el lugar del otro.
“Me ayudó mucho que Dalia viniera a los encuentros, porque me sirvió para ponerme en su piel y darme cuenta que ella también era una víctima”, dice Irma, que añade: “Para poder hacer daño a alguien te tienen que haber hecho daño a ti. Empaticé con ella, y me dio la explicación que necesitaba y que nunca antes había tenido”. En aquellos encuentros, Dalia explicó que en su casa nunca había habido un buen ambiente. “Nadie me preguntaba cómo estaba ni qué me pasaba. Tenía envidia de las niñas de la clase que lo tenían todo y sus padres siempre las iban a buscar, porque siempre me veía sola”, explica.
“Estaba muy mal conmigo misma y se lo hacía pagar así, insultando a las demás compañeras, incluso a una le puse la mano encima”, dice con franqueza. Dalia se arrepiente de lo que hizo y quiere que quede claro que “no lo justifica”, pero a la vez avisa que los agresores “también lo pasan mal”. “Se podría preguntar a los agresores cómo están y por qué lo hacen, y no solo fijarse en qué le pasa a la víctima”. A ella, participar en el libro le sirvió para entender cómo se sentían las chicas a las que agredía: “Me di cuenta que con violencia no se llega a ninguna parte y que lo único que haces es hacerte más daño a ti misma”.
Linares, con 27 años de experiencia, dice que la novela quiere dar una “visión abierta” del acoso, “sin buenos ni malos”: “Detrás de estos problemas hay heridas relacionales en la escuela o en casa, porque la persona no se siente validada por cómo es”. Para la directora de FITA, no hay un perfil concreto de agresor o de víctima, pero sí que pueden haber características que favorecen estos comportamientos. “Hay que tener en cuenta los perfiles de alumnos con relaciones familiares de dependencia, en que se crían viendo relaciones dominantes entre padres o hermanos y en que los individuos ni son respetados ni se hacen respetar; o las relaciones con un exceso de sobreprotección, tanto en cuanto a las víctimas como en cuanto a los agresores, a quienes la familia no ha sabido poner límites”, explica.
En los encuentros, los participantes explicaron cómo había reaccionado su centro cuando se alertaba de que había un caso de bullying. Irma, que vivió humillaciones ante toda la clase desde pequeña, tiene una mala experiencia de ello: “Claro que los profesores lo sabían, pero mi agresora era la hija de la secretaria y la escuela hacía caso omiso. A veces hacían informes y expulsaban a los agresores, pero esto era peor, porque cuando volvían todavía tenían más rabia”. Panicello rompe una lanza a favor de los centros: “Las escuelas han tenido una presión excesiva para hacer cosas que quizás no saben hacer, porque les cargamos lo que no podemos arreglar en casa”. Y asegura que el remedio pasa por una “comunicación profunda con la familia”: “Tenemos que preguntar más «¿Cómo te sientes? ¿Cómo estás?»”
Seis víctimas y siete agresores
El acoso escolar es una plaga social: se calcula que uno de cada cuatro alumnos de primaria ha sufrido bullying , según un informe de la Fundació Barça, y que un 28% han ejercido acoso físico y psicológico contra algún compañero de clase, según un estudio de Amalgama 7 y Fundació Portal. Si los datos son ciertos, en una clase de primaria con 25 alumnos habría, de media, seis niños víctimas de bullying y siete agresores. Los otros doce, los espectadores, “pueden hacer más cosas de lo que parece”, dice Panicello. “No reír, no participar, decirlo a los profesores -explica Irma-. Si no saben cómo arreglar la situación, al menos que no la empeoren”.
Todos son menores con cicatrices: “Yo creía que lo había superado, pero lo he revivido todo y todavía me afecta. Hacer el libro me ha ayudado a cerrar heridas y a entender que me hacían lo que me hacían porque, como no eran felices en casa, creían que yo tampoco lo podía ser”.