“Había llegado a pensar que nunca más volvería a ver mi hija”

Una familia ucraniana separada por la guerra se reencuentra en Barcelona gracias a un artículo del ARA

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Olga Babiheva observa como su madre Lubov Bezobchuk da un beso a su hijo, apenas llegada en Barcelona.

Barcelona"Había llegado a pensar que no volvería a ver a mi hija". Lubov Bezobchuk se abraza con su hija, Olga Babitcheva, y su nieto Vlodomir, que le esperaban a las puertas del albergue donde han encontrado refugio temporal. La última vez que se vieron fue el 23 de febrero, la víspera de la invasión rusa, cuando Babicheva visitó la casa materna con miedo por los rumores del inicio inminente de la guerra y recibió un "Esto son tonterías" como respuesta. Horas después, con los primeros bombardeos en la capital ucraniana, Olga emprendía un camino sin dirección concreta con su marido, su hijo, dos cuñados y su hija, que les condujo hasta Barcelona.

El reencuentro es fruto de una afortunada casualidad o de un "milagro", coinciden ambas. Este martes, Bezobchuk y su hermana Valentina llevaban 24 horas esperando en la estación polaca de Cracovia la oportunidad de viajar hasta Barcelona. La suerte estuvo de su parte cuando un convoy humanitario apareció mostrando un cartel con el nombre de Barcelona impreso y Bezobchuk les enseñó el móvil con un artículo del ARA en el que aparecía la foto de su hija. "Son mi hija y mis nietos", dijo a la periodista de la Cadena SER Andrea Villoria, que viajaba con el grupo solidario y para quien la madre solo tiene palabras de agradecimiento. Una feliz coincidencia que les supuso el pasaporte directo porque la filosofía del convoy era priorizar a las familias con niños y no coger a ningún refugiado sin que tuviera una dirección concreta y un familiar esperándoles en el destino. "Pudieron venir con nosotros porque unos que tenían que ir hasta Reus encontraron otra vía", recuerda Raimundo Álvarez, uno de los taxistas de Sant Celoni que las ha llevado hasta Catalunya. "La foto del diario las salvó de tener que esperar aún más en una estación en la que hay miles de personas buscando y esperando", expone su compañero de volante, Ferran Garcia.

Lubov Bezobtxuk mostrando la noticia del ARA  que le permitió subir a un convoy solidario y reencontrarse con su hija en Barcelona

A partir de ahí, ambas mujeres iniciaron la ruta por toda Europa para el esperado reencuentro. Más de 2.300 kilómetros en el taxi solidario de Garcia y Álvarez, que ya en Barcelona han señalado que las pasajeras llegan cansadas y todavía en estado de choque por todo lo vivido. Poco han hablado durante el trayecto, que ha durado 48 horas.

Más tarde, Bezobchuk contará a su hija que se decidió a huir del país e ir a buscarla por el miedo que pasó. Las bombas hacían temblar el suelo como un terremoto. "Daba mucho miedo y los padres decían a los hijos pequeños que en realidad el ruido eran truenos", afirma la mujer, que no tiene ánimo para grandes sonrisas más allá de expresar satisfacción por volver a abrazar a los suyos y agradecer los "esfuerzos de ayuda a Europa, España y a los voluntarios que lo han hecho posible.

El taxista Raimundo Álvarez despidiéndose de Valentina y Luvob

Cuando estalló la guerra, madre y tía estaban en una pequeña población vecina de la capital ucraniana que ha quedado totalmente arrasada. De ahí, explican, el 11 de marzo salieron hacia Kiev, para continuar hacia Lviv y atravesar la frontera polaca hasta Cracovia, donde se encontraron con los voluntarios catalanes. Desde entonces, admite sentirse dentro de una "película", como si no fuera su vida.

Bezobchuk se abraza con el pequeño Vlodomir, un pelirrojo de ocho años que comienza a aprender alguna palabra en castellano, seguramente aprendida de algún trabajador del albergue donde vive desde su llegada. Todavía no está escolarizado porque la familia ha optado por tener un alojamiento definitivo para matricularlo en una escuela cercana. Poco a poco, se aclimatan a una ciudad nueva, a una nueva forma de hacer y aprenden cuáles son los trámites burocráticos que les esperan.

Lubov Bezobchuk abrazando a su nieto Vlodomir a su llegada a Barcelona
La familia cogiendo las maletas que han traído a Barcelona las dos refugiadas

Madre y tía han llegado a Barcelona con una maleta de ruedas y tres bolsas como únicas pertenencias para empezar la nueva vida en Barcelona, sin saber si podrán regresar a su país. De momento, ambas mujeres se quedarán en el albergue público y tendrán que iniciar los trámites para acogerse a la protección temporal que conceden los 27 países de la Unión Europea a los refugiados ucranianos. Su hija Olga confía en que pronto, cuando tengan reconocido el asilo, serán reubicados en un alojamiento. ¿Dónde querría ir? "No tenemos ninguna prioridad, solo un lugar para poder vivir", admite.

Babicheva sonríe mientras observa a su madre y la ve hablar con su hijo, como si todavía no se hubiera hecho a la idea; ni del reencuentro, ni siquiera de lo que les está pasando. "Cuando miro las noticias de Ucrania pienso que todo es una pesadilla y cuando me relajo y estoy tranquila, creo que estoy en un sueño en Barcelona", dice Babicheva. "Pero, por favor, que se acabe la pesadilla ya", concluye.

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