Inmigración

"Ya no quiero volver a Rumanía, mi vida ahora está aquí"

Guissona, el municipio con mayor inmigración de Catalunya, intenta que el ascensor social funcione para los extranjeros

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Imagen del mercado de Guissona, con mujeres mayores nacidas en Cataluña y población más joven proveniente del extranjero

GuissonaUno de cada diez inmigrantes que vive en Catalunya trabaja en la construcción, el doble que el porcentaje de quienes tienen ciudadanía española. Una persona nacida fuera de la península tiene tres veces más posibilidades de acabar de camarero que un joven nacido en Catalunya. Entre las que limpian el hogar, las probabilidades se multiplican por seis. Tres de cada cuatro extranjeros realiza trabajos elementales, son operadores de maquinaria o trabajan en la agricultura, la restauración y la construcción. Con los de aquí, la cifra desciende al 42%. Son datos extraídos de diversos estudios de CCOO que ponen de relieve la dificultad de acceder a trabajos calificados por parte de la población inmigrada.

Un ejemplo de las dificultades que se encuentran las personas que dejan su casa para buscar un mejor futuro en Cataluña se encuentra en el campo. Hace treinta años, los adolescentes catalanes se mezclaban con subsaharianos a la hora de recoger fruta en la llanura de Lleida. Ahora, los jóvenes han desaparecido y todo son trabajadores extranjeros, que en su mayoría ocupan los trabajos más duros y mal pagados.

La Portella es el tercer municipio con más inmigrantes del país. En una de las empresas de fruta del pequeño pueblo del Segrià, el 90% son trabajadores africanos, que en temporada alta pueden llegar a ser más de 200. Sin embargo, todos los encargados con responsabilidad son autóctonos. “Les cuesta tomar responsabilidades, es una cuestión de carácter y cultura”, argumentan desde la dirección.

Si en la Portella el porcentaje de inmigrantes ronda el 40%, en Guissona todavía sube mucho más: son poco más de 7.500 habitantes de casi una cincuentena de nacionalidades que representan el 53% de la población total. Sobre todo rumanos y ucranianos, que suman más de 2.300 personas; seguidos de los senegaleses, casi 600 y, en cambio, prácticamente no hay sudamericanos (menos de 200) ni asiáticos (una cuarentena). El municipio de la Segarra es un caso único, el paro es prácticamente inexistente, por debajo del 3%. Como dice el alcalde, Jaume Ars: "Quien es buen trabajador y no tiene problemas físicos, en Guissona tiene trabajo".

Recorrido para promocionar

Es un lunes de enero cualquiera. La niebla espesa persiste. Un grupo de niños de raíces subsaharianas, de entre diez y doce años, bromean entre ellos en la plaza Mayor de Guissona. Lo hacen en catalán. Han salido de la escuela y se entretienen en el porche del casal renacentista de Ca l'Eril mientras van a casa a comer. Cuando dos chicos mayores, del este de Europa, se aproximan, las risas y los juegos siguen, ahora en castellano.

Justo delante del grupo hay una tienda de informática. La Hormiga. El nombre aparece en 24 lenguas distintas. El propietario es autóctono, el dependiente nacido fuera. Es una de las pocas excepciones entre los comercios del centro. Natali es otra. Llegó hace dieciocho años de Ucrania para limpiar casas, después trabajó en un locutorio, más tarde en bonÀrea, y hace siete años, pese a las dudas del marido, “arriesgó” para abrir una tienda de ropa interior.

A pocos metros trabaja Montse. Verbaliza la frase que todo el pueblo repite cuando se habla de inmigración: "Afortunadamente, todo el mundo tiene trabajo, y eso comporta que no haya problemas". La convivencia es buena, asegura, a pesar de que las diferentes culturas que residen en ella, por ser muy numerosas, “no necesiten contacto” con la gente autóctona. Cada uno hace la suya. Tras el mostrador de la mercería, Mercè describe el cambio que ha vivido el pueblo durante las dos últimas décadas: “Algunos comerciantes vivimos más de los extranjeros que de la gente de aquí”.

Belén da una vuelta por el barrio antiguo a un grupo de amigos de la UAB. Su pareja es de afuera. Su mejor amiga también. Creció en una escuela en la que la mitad venían de distintos rincones del planeta. Relativiza el fenómeno de la inmigración porque el concepto depende de la mochila que carga cada uno: "Mi familia vivía en Terrassa y vinimos cuando yo tenía cinco años: en cierto modo también somos inmigrantes". Belén, que tiene 21 años, cree que los hijos de extranjeros, los que ahora tienen su edad, son los que optarán a puestos de trabajo mucho más calificados. El ascensor social empezará a funcionar con los hijos de los inmigrantes.

Es la esperanza de Ars. El alcalde de Junts considera que "las segundas generaciones marcarán el ascenso" social. A pesar de que actualmente en Guissona hay “recorrido para promocionar”, todavía hay eslabones del engranaje laboral que están casi prohibidos para los recién llegados.

Plaza Mayor de Guissona, junto a Ca l'Eril.

Posiciones intermedias

Sin embargo, en la Segarra, el ascensor social ha empezado a moverse. En BonÀrea tienen casi 5.000 trabajadores. Según datos facilitados por la propia compañía, unas doscientas personas extranjeras de 26 nacionalidades distintas ocupan cargos de mando intermedio, en posiciones vinculadas a la gestión, mantenimiento o producción. Stefano es uno de ellos. Llegó de Bulgaria en el año 2000, y después de un período de dos años en Butsènit, una partida de la huerta de Lleida, aterrizó en una fábrica de pienso de bonÀrea. Ahora es el adjunto del responsable de mantenimiento de todas las fábricas. Como él, el Mustafá, que lleva 18 años en Guissona desde que llegó desde Senegal. En este tiempo, ha ido escalando posiciones, se ha sacado un título de grado medio de electrónica mecánica y ahora hace de chófer. BonÀrea ha hecho una apuesta por ofrecer formación y dar incentivos a los trabajadores para arraigar en el territorio: desde una escuela de alimentación o de transportistas, al primer ciclo formativo dual ofrecido por una empresa, en el que la mitad del alumnado proviene familias extranjeras y el 75% acaba contratado por la propia compañía.

Mohamed lleva poco tiempo viviendo en la Catalunya interior. Se pasó cinco años trabajando en el campo sin papeles y ahora tiene una buena posición dentro de la empresa segarrenca. Va bien vestido, con bufanda y gorro de marca, y acaba discutiendo con un amigo sobre la posibilidad de escalar posiciones. No se ponen de acuerdo. Guissona no es idílica para todos. Tampoco para Mohamed Reda, otro chico de Marruecos, que lleva un año en la comarca y considera que los extranjeros no tienen las mismas posibilidades para mejorar.

Uno de los que más desconfía en el ascensor social es Stefan . Es el presidente de la entidad que agrupa a la comunidad rumana. El 80% llevan más de una década en la villa. Muchos estaban trabajando en Alemania y BonÀrea les fue a buscar porque necesitaba mano de obra especializada. Con el cambio de milenio, la compañía abrió un proceso de contratación, sobre todo en los mataderos. Sólo 12 personas provenientes del territorio español se interesaron por las ofertas. La solución para dar respuesta a la búsqueda de personal para seguir creciendo fue acudir a los mercados europeos.

De hijos a abuelos

“Tienes que hablar catalán, vas a las reuniones y no entiendes nada”, le dijo Andrés, el hijo de Stefan, a su padre. Llevaba quince años en la Segarra, pero le bastaba el castellano. Ahora, desde hace tres años, utiliza siempre el catalán. Incluso para los mensajes en el grupo de WhatsApp de la Mesa de cohesión, una herramienta que puso en marcha el consistorio en 2019 y en la que participan las principales comunidades, así como agentes de Salud, Policía local, Mossos... “Tratamos temas como el racismo, cómo ayudar a los recién llegados, o si alguien genera malestar y es de mi país, yo voy a hablar”, relata Stefan. Ahora, por ejemplo, la comunidad senegalesa ha planteado un tema que les inquieta: los divorcios.

Stefan se siente un guissonense más: “Ya no quiero volver a Rumanía, hace dos años y medio me vendí la casa porque ahora mi vida está aquí, con mis hijos”, dice orgulloso, mirando a los sus dos descendientes. Es lo que busca el consistorio de Ars. Cerrar el círculo vital. Que la gente que lleva 25 años trabajando en la comarca, se quede hasta el final, ya que ahora hay muchos “jubilados que todavía se marchan”. De hecho, los datos hablan por sí solos. Guissona tiene cerca de 4.000 hombres y algo más de 3.400 mujeres, y la población masculina mayor de 65 años es del 8%. Muy pocos.

Retos de futuro

Ars ha identificado otros tres retos. El primero, cultural. Los niños de padres extranjeros a través de la escuela se integran a la perfección. Sin embargo, cuando llegan a la adolescencia “recuperan el orgullo de identidad”, comienzan a “cerrar filas” según nacionalidades y vuelven a hablar sus respectivos idiomas. "Tenemos la plaza de los rusos, la fuente de los ucranianos...", señala.

El segundo reto, la vivienda. Hay una burbuja inmobiliaria, con alquileres de 600 euros que, además, afecta a localidades cercanas como Tàrrega. Guissona ha empezado a trabajar con el Incasòl para rehabilitar espacios del barrio antiguo. Es la política de la empresa pública, más que realizar nuevas construcciones.

El tercero, el efecto llama. A finales de año llegaron unos sesenta senegaleses desde Canarias, la mayoría sin papeles. Viven en casas de amigos y la política de Guissona es empadronarles para que tengan derechos básicos. "Nos preocupan las personas", dice Ars, que no siempre se ha sentido cómodo con algunos discursos de su partido. Pero estos jóvenes, de una zona cercana a Dakar, lo que quieren es papeles para trabajar. Si se les agiliza, ¿qué pensará el vecino que lleva meses o años esperando su documentación?

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