Barcelona

Jóvenes que bailan frente a oficinas: Barcelona vive la fiebre del K-pop

El 22@, el Raval o Sant Antoni son escenarios improvisados de coreografías de este género musical surcoreano que ha atravesado fronteras

Elisenda Forés Català
y Elisenda Forés Català

BarcelonaCoreografías con una coordinación impoluta, conjuntos de ropa cromáticamente combinada y melodías de música pop con inspiración oriental. Una escena que se repite desde hace años en diferentes lugares de Barcelona. Uno de los puntos neurálgicos es delante de las oficinas del distrito 22@, pero también en el mercado de Sant Antoni, en el museo del CCCB o en cualquier lugar en el que haya amplias paredes de cristal donde los bailarines puedan verse reflejados y comprobar la sincronización de los pasos. Estos encuentros, aparentemente inocentes y genuinas, son fruto de uno de los movimientos más influyentes del mundo, el K-pop. El nombre, abreviación de música popular coreana, hace referencia al género musical de origen surcoreano surgido en la década de los 90 y que destaca especialmente por la estética y el baile.

Son muchos los jóvenes que, empujados por la superidealización de los cantantes, convertidos en sus ídolos, quedan en la calle para ensayar y grabar las coreografías de K-pop para después colgar los vídeos en las redes. "Para este tipo de danza, por ejemplo, hemos hecho tres o cuatro ensayos", dice Enya, integrante del grupo de bailarines de K-pop Haelium Nation. Los ensayos a menudo requieren más de 2 horas de baile diario para pulir una actuación de no más de un minuto. Eso sí, los números finales son jugosos: 750.000 visualizaciones en YouTube y más de 50.000 seguidores de TikTok son la recompensa mediática que tienen los integrantes de Haelium Nation.

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El K-pop se baila en las calles de Barcelona

Más allá de los miles de reproducciones que estas filmaciones acumulan en las pantallas, es indiscutible que el movimiento surcoreano se ha consolidado como una subcultura urbana que ha penetrado por completo en el mercado occidental. En este proceso, Barcelona juega un papel muy relevante. Precisamente, estará en la capital catalana donde se celebrará en julio el primer festival de K-pop de Europa, y también este domingo se estrena el programa Koreo en el canal para jóvenes X3, un concurso de baile de música surcoreana, en el que participará Haelium Nation.

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De hecho, para referirse al proceso de globalización de esta cultura desde los años 90, los coreanos tienen un concepto llamado hallyu, que en castellano significaría literalmente la oleada coreana. Un movimiento que también vivió la cultura japonesa con las series y cómics anime y con la creación del Salón del Manga en 1995. Enya explica que fue allá donde descubrieron el K-pop: "Empezamos a investigar y vimos que ya había mucha gente en Barcelona que escuchaba y bailaba esta música".

Una oleada de alcance mundial

El hallyu ejemplifica a la perfección lo que ha vivido la sociedad surcoreana. Y no solo en el panorama musical. De hecho, en los setenta la economía de este país asiático tenía un PIB inferior al de Ghana, y con esta oleada, o casi tsunami, a estas alturas es la décima economía del mundo, según el Banco Mundial.

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Más allá de tener unas de las industrias automovilísticas y electrónicas más potentes del mundo, el estado Surcoreano domina el llamado "poder blando": una estrategia de persuasión y aplicación de poder a partir de productos culturales. Desde la conquista de El juego del calamar –la serie más vista de Netflix–, hasta la película Parásitos –el primer film de habla no inglesa en ganar un Óscar a mejor película–, pasando por el mismo K-pop, que, entre melodías, coreografías y vídeos en internet, es capaz de aportar alrededor de 10.000 millones de euros anuales a la economía coreana.

Probablemente, el elevado rendimiento económico sea uno de los motivos por el que al gobierno coreano le interesa tener a esta industria controlada. Tanto es así que la creación de los grupos musicales no nace de la voluntad de los integrantes de formar una banda, sino de los rigurosos estudios económicos del llamado BIG 3, las tres empresas que se encargan de prefabricar y controlar los grupos de música de K-pop. Como un producto de mercado, la ley de la oferta y la demanda regula la producción artística y, inevitablemente, a los cantantes. Entre los riesgos del sistema, no obstante, está la altísima presión estética para los músicos para seguir un modelo de belleza que fácilmente lleva al camino de la frustración y, en el peor de los casos, al suicidio.

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Son pocos los que pueden llegar a triunfar en este sistema organizado por etapas que a lo largo de la vida los aspirantes a cantantes tendrán que superar. Los primeros años de su carrera profesional, a menudo con 10 o 14 años, se consideran trainees. Si se consigue superar esta etapa y después de firmar un contrato de años, los afortunados se convertirán en ídolos. Solo así podrán saltar a los escenarios para ser aclamados por fans como Nicole, que admite que "se han esforzado mucho para llegar donde están" y por eso le gustaría "llegar a ser como ellos".

Pese al coste humano evidente en algunos casos, la industria del K-pop ha conseguido conectar y hacer sombra al star system occidental y a los más que consolidados cánones norteamericanos. Albert, de 21 años y miembro de Haelium Nation, lo ve como una oportunidad. De hecho, su dedicación constante a la práctica de las coreografías coreanas lo ha llevado a ser profesor de baile e, incluso, a rodar anuncios. Aunque cree que es un mundo bastante difícil, reconoce que "hay gente que saldrá bien parada de esto".