Lluvias

¿Qué ha fallado? Mala gestión urbanística y cambio climático, la combinación fatal en la Comunidad Valenciana

La crisis climática pone en evidencia la construcción de viviendas en zonas inundables

BarcelonaLas catastróficas consecuencias de los históricos chaparrones torrenciales que han afectado en estas últimas horas sobre todo la Comunidad Valenciana y Castilla-La Mancha se explican teniendo en cuenta diferentes aspectos. Por un lado, la cantidad de lluvia que ha caído en pocas horas. En el municipio de Chiva –ubicado en la comarca de la Hoya de Buñol– han caído cerca de 500 l/m². Es decir, ha caído en 8 horas la misma cantidad de lluvia que cae habitualmente en un año. Esto provoca inevitablemente graves inundaciones y el desbordamiento repentino de ríos y rieras. Pero la crisis climática y la gestión urbanística son también factores clave para entender el alcance de la tragedia.

Las inundaciones son un riesgo natural que a menudo sufrimos en la cuenca mediterránea, caracterizada por un régimen de lluvias muy irregular que hace que de vez en cuando suframos aguaceros repentinos o temporales de lluvia que no pueden ser absorbidos por los ríos relativamente cortos del nuestro entorno. Sin embargo, esta lluvia no es el único factor que influye en el riesgo de inundaciones, porque también es muy importante la gestión de los bosques, la construcción de embalses u otras infraestructuras que alteran el flujo natural del agua y, especialmente , la forma en que gestionamos urbanísticamente el territorio.

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Ubicació de les principals incidències
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De hecho, buena parte de los municipios más afectados por las inundaciones de las últimas horas, como Letur (Albacete), Aldaia (Horta Sud, Valencia) o Carlet (Ribera Alta, también en Valencia), tienen una característica común: son zonas urbanas construidas alrededor o en medio de torrentes o ríos que normalmente tienen poco caudal. El problema es que en situaciones de lluvia excepcional como la de ayer, el río no puede absorber el repentino incremento del agua, y se desborda provocando graves daños materiales y personales.

Por ejemplo, el centro comercial Bonaire de Aldaia –población de 33.000 habitantes– ha quedado totalmente negado de agua, y precisamente está situado a pocos metros del barranco de la Saleta y en una zona catalogada como de riesgo de inundación medio, según el plan de acción territorial de carácter sectorial sobre prevención del riesgo de inundación en la Comunitat Valenciana (PATRICOVA). Otras zonas inundables que se vieron sorprendidas por el agua fueron las pistas del aeropuerto de Manises o los centros de ciudades como Utiel y Chiva, por donde pasa el río Magro y el barranco de Chiva, respectivamente. Una situación similar ha ocurrido en Catarroja y en Massanassa, por ejemplo, así como en el municipio de Letur (Albacete).

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Esta ordenación del territorio hecha ignorando el riesgo de inundación no es exclusiva del País Valenciano y también afecta a muchos municipios catalanes, donde a menudo vemos cómo el agua baja con fuerza por calles y arrastra coches y otros elementos. Es paradigmático el caso de Alcanar, en el Montsià, que en los últimos años ha vivido más de un episodio de inundaciones debido a su situación, en medio de los barrancos que descienden de las montañas del interior de la comarca . De hecho, en Cataluña más de 700.000 personas (el 9 por ciento de la población) viven en zonas inundables y, del total de zonas urbanizadas, un 15 por ciento están afectadas por riesgo de inundación fluvial o marítima.

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La crisis climática y la orografía, las demás claves de los aguaceros

La orografía de la zona juega un papel clave para entender la torrencialidad y la excepcionalidad de las lluvias. La DANA ha impulsado vientos de mar hacia el suelo cargados de humedad y todavía cálidos después del verano debido al calentamiento global. Esta situación, combinada con el aire frío en altura, genera lluvias.

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Pero si nos fijamos por ejemplo en la cuenca del río Magro –afluente del Júcar–, las constantes precipitaciones que llegaban el martes desde el mar iban subiendo de cota hasta alcanzar los 1.100 metros de altitud, donde nace el río. Cuando este aire cálido y húmedo ascendió rápidamente y chocó con las montañas y el aire frío en altura, provocó una acumulación y aumento de las precipitaciones, provocando un tren de aguaceros torrenciales durante horas. Es lo que se conoce como efecto palanca de las montañas.

Toda esta agua acumulada sobre todo en las montañas y en las zonas más elevadas de la cuenca hidrográfica hace crecer repentinamente rieras, torrentes y barrancos, que acaban desembocando con mucha fuerza en los principales ríos y provocando crecidas repentinas, desbordamientos y graves riadas como las que se han visto en estas últimas horas.

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El temporal de lluvia ha tenido lugar bajo la sombra de la crisis climática, ya que la zona del Mediterráneo es una de las más afectadas en todo el mundo. Tanto la temperatura del aire como la del mar no paran de aumentar, lo que hace que los fenómenos meteorológicos sean cada vez más extremos. Las borrascas y las DANA mediterráneas son año tras año más profundas y devastadoras, ya que el agua marina no para de calentarse y funciona como gasolina que alimentar las precipitaciones y los aguaceros. Unas características cada vez más propias de climas subtropicales.

La temperatura del agua del mar ha aumentado cerca de 1,5 ºC en los últimos 50 años en nuestra zona. Además, en el mismo período, la temperatura media en toda la Península Ibérica ha subido 3,27 ºC, más del doble que la media global. Un calentamiento muy acelerado que explica que las lluvias sean cada vez más torrenciales, pero también las sequías cada vez más largas o el aumento de las olas de calor.