Entre la euforia y la vergüenza por el fin de la mascarilla
La mayoría de los adolescentes celebran el fin de la medida en las aulas, pero también hay reticencias por inseguridades físicas y ansiedades
BarcelonaQuieren verse las caras con sus compañeros de clase, pero también temen que se fijen en su nariz, sus granitos o el vello que hasta ahora llevaban (casi) siempre escondido. Prácticamente dos cursos después, los adolescentes se han podido despedir de la mascarilla en las aulas. Pero lo han hecho divididos: algunos no podían esperar más para deshacerse de ella y otros, a pesar de que ya no es obligatoria, se sienten más cómodas llevándola. En los pasillos de la Escola Pia Nostra Senyora de Barcelona la mayoría de los alumnos que se apresuran a volver al aula después de la hora del patio lo hacen con la cara totalmente descubierta. "Estoy muy contenta. Me agobiaba no conocer las caras, me encontraba a gente que no sabía quién era y, a pesar de que me impacta ver de golpe sus expresiones, es agradable, mucho mejor", celebra Judit, de 16 años. Unos pocos, en cambio, la siguen llevando. Como Pau y Jana, que tienen 13 años, hace unos meses que hacen 1.º de ESO en el centro y viven con cierta desazón la retirada de la mascarilla . "En la ESO es extraño ver a gente que no la lleve", dice él. "Estamos intentando acostumbrarnos", añade ella.
La mascarilla ha escondido mucho la expresividad de los jóvenes y les ha robado parte de la comunicación no verbal. Ahora muchos podrán recuperarla, mientras que otros tendrán que aprender a ponerse a cuerpo descubierto en una época compleja en la que las emociones, el físico y la imagen que tienen los otros de uno mismo son muy importantes, avisa Margot Fusté, psicóloga infantojuvenil y coordinadora del Grupo de Trabajo de Psicoterapia Relacional del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya (COPC). "Es una sensación extraña: a pesar de que a veces me siento un poco desnudo sin la mascarilla, también me siento más libre", explica Hug, que hace 1.º de bachillerato.
Una decena de jóvenes de entre 13 y 17 años han conversado con el ARA sobre la desaparición de las mascarillas de su vida y entre todos los entrevistados hay una conclusión unánime: se sentían más seguros con su físico llevando la mascarilla. "Yo los primeros meses agradecí que nos la pusieran, no me imagino haber hecho 4.º de ESO sin la mascarilla . Taparme me gustaba", dice Emma. Ahora, sin embargo, dice que no tiene ningún problema. "De hecho, flipo con que haya gente que no se la quiera quitar porque es incomodísima, pero cada uno decide qué quiere hacer y tiene sus motivos", dice.
Millán, de 13 años, por ejemplo, lo hace por salud: forma parte de un grupo de riesgo, los inmunodeprimidos. "Un año antes de la pandemia me diagnosticaron hepatitis y ya empecé a llevar mascarilla. Estoy más acostumbrado que el resto", dice con una FFP2 puesta. Guillem, de 13 años, la sigue llevando porque le da vergüenza enseñar la cara en público. Acaba de empezar la ESO y le preocupa qué pueden pensar sus compañeros de él. "Con la mascarilla puesta tenía una dificultad menos. Solo se me veía una parte de la cara. Ahora estoy a cuerpo descubierto y supongo que cuando vaya cogiendo más confianza, cuando sienta que me conocen más, me la quitaré", explica.
Una coraza social
Entre los 12 y los 16 años se intensifica la socialización a la vez que se declara un caos hormonal y emotivo. Y, según la etapa vital en la que se encuentran, su comportamiento es más o menos atrevido respecto a abandonar la mascarilla. “Los que tienen menos de 11 años están encantados de quitársela, pero a partir de los 12 les crece la preocupación”, dice Fusté. Tampoco es lo mismo llegar nuevos a un centro y exponerse de cero o formar parte de un grupo cohesionado que ya se conocía antes de la pandemia. De hecho, algunos de los alumnos se han conocido ya con mascarilla. En las consultas ya se atienden a bastantes jóvenes que verbalizan no tener ganas ni ilusión por quitarse la mascarilla.
"Te dicen claramente que les da miedo, que no se quieren mostrar, que no les gusta esto o aquello de su cara y que prefieren no enseñarlo en público", explica Fusté. La gran mayoría son adolescentes con tendencias ansiosas, más reservados y con perfiles más perfeccionistas. Normalmente ya parten de una autoestima frágil, una autopercepción pobre y poco o nada de autoconfianza. "Sorprende que haya tantos, pero sabemos que es un episodio transitorio y que progresivamente todos se la acabarán quitando", puntualiza la experta. Hay que tener en cuenta que a los preadolescentes la pandemia los ha pillado en la primera fase de la construcción de la identidad, cuando germinan los primeros cambios hormonales y físicos y, como consecuencia, psicológicos. Es la edad a partir de la cual, por norma general, nacen los complejos. La mascarilla les ayudaba a esconderlos: los dientes torcidos, la nariz más gorda o más puntiaguda, los granitos que erupcionan o los primeros pelos en la barba. “Para muchos es una coraza ante el miedo al rechazo o a la ridiculización”, plantea la psicóloga.
El proceso para aceptar los cambios físicos y psicológicos en la adolescencia es progresivo, pero durante dos años no han tenido que hacer frente de forma general. Ahora lo tienen que hacer de golpe y en los casos más flagrantes esta reticencia a quitarse la mascarilla se comporta como una fobia a mostrarse y a dejar la cara a cuerpo descubierto. Y esto antes del covid no pasaba. “Creo que nos daba una falsa seguridad para relacionarnos con las personas”, plantea Noa, de 16 años. Coincide con ella Míriam, de la misma edad. "El primer día sin mascarilla la llevé porque soy muy insegura y me rayo por lo que puedan pensar de mí, pero a segunda hora, cuando cogí confianza, ya me la quité", asegura. Tampoco suponía un problema para Teo, que solo dudó unos segundos si se la tenía que quitar el pasado martes, el primer día de clase sin mascarilla, antes de entrar en el edificio. "No sabía si entrar con la mascarilla puesta, pero cuando vi a 40 personas entrando sin hice lo mismo", admite.
Fusté subraya que estas edades son clave: durante la adolescencia se crea la base de cómo serán de adultos y tanto profesores como psicólogos tienen que ayudar a minimizar el impacto a corto y medio plazo. "Debemos respetar sus tiempos y normalizar que no se la quiten si no quieren. Algunos ya van sin y otros necesitan semanas para atreverse y quitársela. Como adultos tenemos que respetar los tiempos, no ridiculizarlos o banalizar los motivos que hacen que de momento quieran mantenerla", concluye la psicóloga.