Salud

El sesgo de género en medicina que hemos normalizado

La investigación médica ha investigado más al hombre y ha extrapolado los resultados en las mujeres obviando también el papel de los roles de género en la salud

Barcelona¿Cuántas veces hemos visto cómo son las mamas por dentro? ¿Cómo se llaman los granitos que hay en la aureola del pezón? ¿Sabes situar correctamente todas las partes de la vulva? El desconocimiento que, en general, tenemos del cuerpo de la mujer es solo un ejemplo de las desigualdades de género que hay, también, en la investigación médica. Tanto la medicina como la ciencia han situado al hombre en el centro y han tratado y estudiado la mujer “como si fuera un hombre”. Partimos de una medicina androcéntrica que ha investigado las manifestaciones en hombres y ha extrapolado los resultados en las mujeres. Parecía que solo la salud reproductiva era un disparo diferencial, a pesar de que desde los síntomas hasta los tratamientos o la recuperación para una misma enfermedad pueden ser diferentes.

La paradoja, cuando hablamos de género y salud, es que las mujeres viven más años pero con peor calidad de vida. “Tienen enfermedades que no matan pero que no dejan vivir, como problemas musculoesqueléticos, dolor, depresión, ansiedad…”, explica Lucía Artazcoz, directora del Observatori de Salut Pública de Barcelona. La socialización y los roles de género condicionan nuestra salud. “Los hombres se cuidan menos, consumen más alcohol y más drogas, tienen más conductas de riesgo y más riesgo de tener accidentes, y esto lleva a más mortalidad prematura, más problemas cardiovasculares y más cáncer”, sostiene Artazcoz, que insiste que hay que huir de tomar al hombre como referente. “La salud de la mujer no es nada más y nada menos que la del hombre, sino diferente”. Esto es, sin embargo, difícil cuando el hombre ha sido tradicionalmente el modelo. 

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Durante décadas ha habido un sesgo de género en la investigación médica, puesto que las mujeres, por los cambios hormonales y por cuestiones de seguridad, no eran incluidas en ensayos clínicos. Cuando se ha hecho, los resultados se han aplicado igual tanto en hombres como en mujeres, a pesar de que la participación de las mujeres fuera menor. “Cuando no se segrega por sexos no se conoce la situación ni de los hombres ni de las mujeres, las particularidades de cada uno, y esto es mala ciencia”, dice Artazcoz. Maria Montoya, jefe del grupo de inmunología viral del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas del CSIC, destaca que esto está cambiando y es, en parte, gracias al covid, que ha puesto de manifiesto que sexo y género importan cuando hablamos de salud y enfermedad, puesto que la forma que tiene el cuerpo de reaccionar a la infección por coronavirus no es la misma en hombres que en mujeres. El covid ha provocado síntomas más severos y más mortalidad en hombres, pero en cambio las mujeres sufren más covid persistente y han sido más expuestas al virus. “Esta enfermedad nos está enseñando a no tratar a los pacientes como un ente homogéneo y de esto nos beneficiamos todos, porque permite ajustar tratamientos o dosis de medicamentos”, añade esta investigadora, que insta a trasladarlo a otras patologías. “Tenemos que empezar a mirar con otros ojos”.

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Más ansiolíticos

El ejemplo clásico es el de las enfermedades cardiovasculares, que es la primera causa de muerte en las mujeres en el Estado, por encima del cáncer de mama. Si bien los hombres sufren más infartos y las mujeres más ictus, ellas tienen el doble de probabilidades de morir en caso de infarto. Las mujeres consultan más tarde –minimizan los síntomas o ponen los cuidados de los demás por delante de los suyos– y se atrasa el diagnóstico. También porque se confunden los síntomas con cuadros de ansiedad. A pesar de que la mayoría también experimenta dolor en el pecho, tienen también otros síntomas adicionales, que son más intensos que en los hombres, como náuseas, vómitos, sensación de mareo o dolor de cabeza. “Lo que pasa es que cuando las mujeres llegan al hospital el dolor en el pecho ya les ha pasado porque ya están en insuficiencia cardíaca”, explica Antonia Sambola, cardióloga del Hospital Vall d'Hebron y experta en salud cardiovascular de la mujer. Sabiendo esto hacen falta campañas de salud pública con visión de género, puesto que todavía está muy instalado en el imaginario colectivo que los infartos o las enfermedades pulmonares, que están creciendo en mujeres por el aumento del tabaquismo, son cosa de hombres.

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Las diferencias biológicas, a menudo invisibilizadas, explican solo una parte de las desigualdades en salud, que también están condicionadas por los roles de género. Las peores condiciones de vida y de trabajo de las mujeres, la doble jornada laboral –sobre todo en las trabajadoras menos cualificadas–, el trabajo doméstico y de cuidados, la culpa o la autoexigencia impacta sobre la salud de las mujeres. Ellas sufren en más proporción problemas de salud mental como ansiedad o depresión. Y tienen más probabilidades de salir con un diagnóstico de enfermedad mental en una primera visita que los hombres, de quienes rápidamente se piensa en una causa orgánica y se piden pruebas complementarias. Y este sesgo de género se traduce en una sobremedicación de los cuerpos de las mujeres: el 85% de los psicofármacos se administran a mujeres.

Y este sobrediagnóstico también puede invisibilizar enfermedades físicas que quedan escondidas detrás de un diagnóstico erróneo de enfermedad mental o de síntomas psicosomáticos porque quizás no cuadran con el “patrón de normalidad” que es el modelo masculino. “Es un cajón de sastre, cualquier cosa que le pase a una mujer se le atribuye al hecho de estar ansiosa o demasiado estresada sin tener en cuenta las condiciones de trabajo o de cuidados. La solución no es una pastilla, sino cambiar las condiciones de vida y de trabajo”, argumenta Carme Valls, endocrina y autora del libro Mujeres invisibles para la medicina. “Es importante que los profesionales tengan en cuenta no solo la enfermedad sino lo que hay antes de la enfermedad: las condiciones de vida que han podido generar estos trastornos”, añade Artazcoz. Es por eso que Meritxell Sánchez-Amat, médico de familia en el CAPBesòs y presidenta del Fòrum Català d’Atenció Primària (FoCAP), reclama más tiempo por paciente y más visitas a domicilio para poder hacer un abordaje psicosocial: “Ver a la persona como un todo y no como un cuerpo”. Cree que introducir la variable de género ayuda a no medicalizar y no sobrediagnosticar. “Pero es difícil. Los profesionales formamos parte de esta sociedad patriarcal y no somos autocríticos”.

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Enfermedades invisibilizadas

Hay más ejemplos de esta brecha de género en el ámbito médico. El dolor crónico es una asignatura pendiente y es más prevaleciente en el sexo femenino porque la mayoría de enfermedades que provocan dolor muscular o articular, como la artritis o la fibromialgia, son más frecuentes en mujeres.

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Hay enfermedades que solo afectan a las mujeres, como la endometriosis, que sufren de falta de financiación y de investigación porque, como dice irónicamente la científica Maria Montoya, “solo afectan al 50% de la población”. Y es la enfermedad ginecológica con más incidencia: afecta al menos a un 10% de las mujeres en edad reproductiva –1,7 millones de mujeres en España– pero podrían ser más porque está infradiagnosticada. Uno de sus síntomas más conocidos es el dolor durante la menstruación, pero el dolor se ha normalizado tanto en las mujeres que el diagnóstico se puede atrasar hasta ocho años.

Otra área ignorada desde el punto de vista científico es la salud mental asociada a la maternidad. Una de cada cuatro mujeres sufre algún problema de salud mental, que puede ser más o menos grave, durante el embarazo o el postparto y la mayoría no recibe tratamiento. En cambio, el sistema ha medicalizado procesos fisiológicos normales de la mujer como el embarazo, el parto o la menopausia con una mirada paternalista: siete de cada diez mujeres aseguran que se han sentido menospreciadas durante el embarazo o el parto.

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Sin embargo, las mujeres, cada vez más informadas y empoderadas, empujan a cambiar el modelo asistencial. “Según cómo atendemos un parto dejamos a una mujer joven y sana enferma crónica y la sanidad y los profesionales tienen que tener una responsabilidad”, asegura la comadrona del Hospital de Sant Pau, Maria Llavoré. Y no son solo los partos: abortos, infertilidad, reproducción asistida o lactancia han sido, tradicionalmente, cuestiones ignoradas o menospreciadas. El ministerio de Igualdad, como antes hizo la ley catalana sobre violencia machista, quiere incluir en la reforma de la ley del aborto la violencia obstétrica como una forma de violencia contra las mujeres. La sociedad catalana de obstetricia y los cuatro colegios de médicos catalanes acaban de reconocer que existe e instan a abrir un debate a pesar de que el término, admiten, les incomoda. “Estamos haciendo autocrítica. Hay una parte de violencia estructural que es inconsciente y cuanto antes lo aceptemos, mejor pondremos remedio. Encallarse en el discutir si le tenemos que llamar «violencia obstétrica» o no es superficial. Podemos y tenemos que hacerlo mejor”, admite la jefe de obstetricia del Valle d'Hebrón, Elena Carreras.

Algunas cosas están cambiando desde dentro. En una jornada organizada recientemente en la Vall d'Hebrón se puso sobre la mesa la necesidad que las dosis de medicamentos tengan en cuenta la diferente distribución de masa corporal en hombres y mujeres, así como la necesidad de incorporar la diversidad de género en los estudios. “Damos por supuesto que un paciente es hombre o mujer pero también hay personas intersex. Y también asumimos que los pacientes son cisgénero –cuando la identidad de género coincide con el sexo atribuido al nacer– pero tenemos que pasar de la naturaleza de asumir a la de preguntar y ser más empáticos con los pacientes no binarios porque esto refuerza la ciencia”, aseguró Ewelina Biskup, profesora de la Universidad de Medicina de Shanghai, en la jornada.

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No beneficia solo a las mujeres

La introducción de la perspectiva de género en la investigación y en la práctica médica va también muy ligada al hecho que haya más mujeres en lugares de liderazgo y de toma de decisiones. “Esto es fundamental para cambiar la mirada”, opina Sambola. Elisa Llurba, jefe de ginecología y obstetricia del Hospital de Sant Pau reconoce que ella antes no era consciente de este sesgo de género. “Hasta ahora no lo veía porque daba por normal muchas prácticas y no las había asimilado con esta perspectiva”. Insta a hacer más investigación en temas como la menopausia y reclama un Marató de Tv3 dedicado a la salud de la mujer.

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“El sesgo de género en medicina existe –constata Carreras– y desde el momento que tomas conciencia de ello la posibilidad de no hacer nada ya no es posible”. También se tendría que incorporar en las facultades y en la formación continuada de los profesionales sanitarios.

La perspectiva de género en salud beneficia por igual a hombres y a mujeres. Si en mujeres hay un sobrediagnóstico de problemas de salud mental, en hombres hay un infradiagnóstico de depresión, de osteoporosis, fibromialgia o de problemas de tiroides, porque son más frecuentes en mujeres. “Hemos avanzado mucho pero todavía estamos lejos de la medicina con perspectiva de género”, opina Lucía Artazcoz. Incluirla es una mejora de la asistencia, señalan todos los profesionales, porque, como dice Artazcoz, “no se puede atender la salud de las personas sin tener en cuenta sus condiciones de vida, que son muy diferentes en hombres y mujeres”.