Siete años del 17-A

El miedo a una réplica en Gràcia, un cuerpo en un coche y una furgoneta remolcada: tres historias del 17-A

El ARA reconstruye los atentados con el testigo anónimo de tres agentes de los Mossos que trabajaron ese día

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La furgoneta destrozada del atentado en las Ramblas de Barcelona el 17 de agosto del 2017.

BarcelonaSon las 16.53 horas del 17 de agosto de 2017. Younes Abouyaaqoub atropella a 16 personas con una furgoneta blanca bajando por la Rambla de Barcelona a toda velocidad. Nueve horas después, cinco terroristas armados con navajas siembran el pánico en el paseo marítimo de Cambrils y dejan a una víctima mortal. Hoy hace siete años, más de 2.500 días, de ese trágico acontecimiento que se quedó grabado en la retina de todo un país. Los atentados más graves que ha vivido Catalunya se han explicado de muchas maneras, y esta vez el ARA lo mira desde el punto de vista de tres agentes de los Mossos d'Esquadra que lo vivieron de forma colateral.

A las 16.53 horas de un viernes de agosto la Rambla hervía, pero también hervían las calles de Gràcia, adornadas de arriba abajo para celebrar su fiesta mayor. El primer efectivo de los Mossos de esta reconstrucción estaba de servicio en la plaza de la Vila. De repente, escuchó por la radio de la Guardia Urbana qué estaba pasando unos kilómetros más abajo: una furgoneta bajaba por la Rambla atropellando a quien veía. Su primera reacción fue la que tuvieron muchos mossos ese día: llamó a su jefe y le dijo que bajaba hacia la Rambla. "Ni de cachondeo, no te muevas, imagínate que hay otro atentado contra las fiestas de Gràcia –recuerda que le respondió el superior–. A mí me salió el instinto guerrero, pero la cabeza, mirando en perspectiva , tuvo cordura", rememora.

Se puso el chaleco antibalas y se quedó en Gràcia, dispuesto por si había una réplica del atentado. Recibió una llamada de algunos agentes que estaban a sus órdenes diciendo lo mismo: vamos hacia abajo. Como había hecho su superior, puso cordura: que la mitad vaya, pero que el otro se quede aquí.

Agentes de la Guardia Urbana buscando al terrorista por Ciutat Vella.

Este mosso admite que un atentado en Gràcia, a rebosar, habría sido un desastre. "Estaba rezando para que no hubiera uno aquí", reconoce. En ese momento, recordó que dos consejeros venían a las fiestas y que llamó a sus escoltas. Les explicó lo ocurrido en la Rambla porque no lo sabían. Inmediatamente, dieron marcha atrás y los miembros del Govern no acudieron a las fiestas. A las 17.20 horas se activó el dispositivo Jaula, que cerró Barcelona para encontrar al terrorista. A las 18.40 horas se puso en marcha el operativo Cronos, que activa todas las unidades y especialidades de la policía por atentado terrorista. El gabinete de crisis de los Mossos sabe dónde viven todos sus agentes y cuánto tardan a pie, en coche y en transporte público hasta un lugar concreto, por si es necesario activarlos.

Calles cortadas por el atentado del 17-A.

Un coche abandonado

La acción se traslada a Sant Just Desvern. A las 20 horas localizaron frente al edificio Walden un coche con un cadáver dentro. El segundo agente de esa cronología ya había plegado. De hecho, ese viernes comenzaba vacaciones. Al ver ese aviso por los grupos de mensajería decidió acercarse hasta el escenario del crimen. "Fui porque quise", recuerda. Estaba el cuerpo de un joven (más tarde se sabría que era Pau Pérez, de 34 años) sentado en la parte trasera del vehículo. A las 18 horas un coche se saltó el control del operativo Jaula en la Diagonal y los Mossos habían abierto fuego contra él. Ésta fue, de entrada, la primera hipótesis.

"Pensamos que era un delincuente que había cometido un robo y se había saltado el control por miedo a que le pillaran", dice. ¿Y por qué estaba muerto? "El mozo que había abierto fuego le había tocado". ¿Y estaba sentado detrás? "Era raro, pero pensamos que se habría escondido porque estaba malherido". No podían tocar el cadáver porque no había llegado el juez y todo eran suposiciones. Entonces –y todavía pasarían unas horas para estar seguros–, no imaginaban que ese coche tuviera relación con el atentado, ni mucho menos que Younes Abouyaaqoub hubiera asesinado a aquel joven en Zona Universitaria y que había sido él quien se había saltado el control.

Llegó el juez y movieron el cadáver. La hipótesis de los disparos de un agente de los Mossos estaba descartada: tenía varias puñaladas en el pecho; alguien que aún no conocían le había asesinado. Con el paso de las horas, supieron que por todas partes estaba ADN de Abouyaaqoub, el terrorista que había protagonizado el atropello masivo de la Rambla, y que había dejado la furgoneta frenada justo encima del mosaico de Joan Miró.

Atasco en la salida de Barcelona

Una furgoneta que los Mossos necesitaban sacar de ahí para analizarla a fondo. Aquí entra en juego el tercer agente de esa historia. Él, como los otros dos, tenía otras tareas encargadas ese día, pero también decidió pedir en qué podía ayudar. Le tocó ir hasta la Rambla y remolcar la furgoneta para llevarla hasta el complejo central de los Mossos, en Sabadell, para sacar todas las pruebas que pudieran. Lo hizo una grúa –y la taparon con una tela azul–, pero él iba delante en un coche patrulla para guiarla y protegerla hasta Egara. Sin embargo, recuerda que el problema fue sacarla de la ciudad.

Con el operativo Jaula en marcha, salir de Barcelona, ​​atascada de arriba abajo, era una odisea. Por eso, al igual que otros muchos vehículos, el coche patrulla y la furgoneta de los atentados remolcada quedaron atascados y tardaron mucho rato en conseguir salir de la ciudad. Seguramente, muchos de los usuarios que esa tarde también estaba sufriendo las colas no sabían que a su lado, en la misma situación que ellos, estaba la furgoneta con la que alguien había atropellado a dieciséis personas, la protagonista de los atentados más sangrientos de la historia reciente de Cataluña.

La furgoneta autora de los atentados, remolcada.
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