Vacunas en el comedor de casa

Así son las rutas que organizan las enfermeras del CAP para vacunar a domicilio a los mayores de 80 años

CastelldefelsEn el comedor de su casa, Pilar, de 81 años, espera con ansia la llegada de la enfermera que la tiene que vacunar. Tanto que, cuando Diana atraviesa la puerta, ya lleva la manga del jersey subida. “Es para ganar tiempo”, dice con naturalidad. La ocurrencia de la anciana provoca una risa en la sanitaria, pero lo cierto es que lo ha hecho a conciencia: Pilar estaba avisada que llegaría a las diez de la mañana y que iría rápido porque tiene que vacunar a otras personas de más de 80 años que no salen de casa. Como ella, que con el estallido de la pandemia vive secuestrada en su domicilio. 

“¿Sufrió alguna molestia con la primera inyección?”, le pregunta Diana mientras desinfecta con una gasa la piel del brazo. Por su edad, a Pilar le toca recibir la vacuna de Pfizer, en este caso la segunda dosis. “Solo un poco de dolor aquí el día siguiente –dice señalándose el hombro–, pero en general muy bien”, responde. La técnica de la distracción siempre funciona: en el tiempo que Pilar razona, la enfermera ya la ha pinchado. “¿Ya está? ¡No me he ni dado cuenta!”, exclama felizmente la mujer. 

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Cuando sale del domicilio, Diana sigue un ritual que tendrá que repetir, como mínimo, quince veces más a lo largo de la mañana. Tira las jeringuillas utilizadas en un envase que devolverá a su centro de atención primaria (CAP), se quita el delantal de plástico y los guantes y se lava las manos con gel hidroalcohólico .

Rutas ya planificadas

Dentro de un coche blanco con el logotipo del CAP Can Bou en los laterales, la enfermera recorre las calles de Castelldefels arriba y abajo. Conduce Jessica, la compañera con quien se va intercambiando los papeles: un día una conduce y carga las jeringuillas y la otra vacuna. El día siguiente lo harán a la inversa. El coche es un punto de vacunación móvil: dentro del maletero, en una nevera azul, hay tres viales de Pfizer que equivalen a 21 dosis. Teniendo en cuenta que acaban de poner una a Pilar, las enfermeras tienen veinte dosis todavía por inyectar. 

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“Si hubiera algun problema, como por ejemplo que la persona no quiere vacunarse a pesar de haber dicho que sí por teléfono, o que no esté en casa cuando llegamos, esta dosis se administrará al siguiente de la lista”, relata Diana. Si no hubiera ninguna persona más disponible en atención domiciliaria, se devolvería el vial al CAP para vacunar a otra persona de 80 años o más antes de que pasen cuatro horas desde que empezó la descongelación. Esta vez son segundas dosis y confían que las pondrán todas. 

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El equipo de enfermeras ha diseñado un documento con una especie de ruta planificada para desplazarse a los domicilios de sus pacientes vulnerables, ordenándolos en función de la proximidad de sus direcciones. Agrupándolos por zonas, dicen, no dan vueltas y aprovechan mucho más los desplazamientos.

Los siguientes nombres en la lista de vacunación son Concepción, de 100 años, y Tomasa, su hija y cuidadora. Viven a escasos metros de Pilar. Jessica le canta las características de las pacientes antes de bajar del coche. Y mientras Diana se vuelve a poner la bata y los guantes, su compañera reconstituye la vacuna y extrae las siguientes dos dosis. 

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El proceso se tiene que hacer con mucha delicadeza para no estropear las vacunas: hay que hacer diez movimientos para sacar la frialdad del interior, sin sacudir el vial, añadir el suero fisiológico y volverlo a mover suavemente para integrar el preparado. Después la enfermera carga dos jeringuillas y las coloca en una bandeja metálica.

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Como las vacunas son muy sensibles al calor y la luz del sol no puede brillas directamente sobre las jeringuillas, Diana tiene que llevarlas escondidas bajo una sabana de papel, del color de las batas de los quirófanos, hasta que llegue a su destino. Son muy pocos los metros que separan el coche del domicilio, pero la mirada curiosa de los peatones se pierde dentro de la bandeja. A ojos de la población, Diana transporta esperanza. Ella, en cambio, anda concentrada en no tocar nada que pueda contaminar sus guantes.

Proteger a los más vulnerables

“A Concepción se la he puesto en el brazo derecho y a Tomasa en el izquierdo”, explica Diana de vuelta. Jessica escribe una “D” y una “E” junto a cada nombre con esta información esencial para tener controlada cualquier reacción alérgica o efecto adverso. A pesar de que hasta ahora no las han llamado nunca por molestias causadas por la vacuna, tienen que documentar toda la información posible. 

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Es casi mediodía y después de vacunar a una decena de personas más llega el turno de Dirkje, una señora de 100 años y a su hijo, Wilhem, de 80 y con patologías de base. Y después de ellos, cerca del paseo marítimo, llega la cita con Neus, también de casi 100 años, que vive en un pisito con vistas al mar. En menos de cuatro horas, las dos enfermeras han puesto un total de 18 dosis. “Pasas más tiempo yendo de casa en casa que vacunando. Pinchar es un segundo”, resume Jessica.

Solo el 36,5% de los más mayores de 80 años y el 72,5% de los grandes dependientes están vacunados con la primera dosis, según datos gubernamentales. Todavía hay mucha gente en estos supuestos que no ha recibido ningún mensaje de su CAP. El departamento de Salut inició la vacunación de esta población a mediados de febrero y atribuye este silencio administrativo a los retrasos en la entrega de las vacunas. Según el Govern, la falta de stock ha obligado a priorizar segundas dosis en los primeros 100.000 abuelos. “A mediados de mayo tendremos las dos dosis administradas”, se comprometió el secretario de Salut Pública, Josep Maria Argimon.

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El objetivo de la vacunación de los más mayores es proteger a los más vulnerables, puesto que el riesgo de enfermar y morir por covid aumenta con la edad. Para muchos, la inmunización se erige como la ventana para una cierta normalidad después de meses alejados de los suyos. Como Herman y Maria Dolors. “¿Podremos ver a nuestros nietos aunque sea con mascarilla?”, preguntan impacientes. “Con mascarilla sí”, insiste Diana.

Los datos del CAP Can Bou son ligeramente superiores a la media catalana: de las 1.155 personas de más de 80 años que tiene asignadas –Castelldefels tiene dos áreas básicas diferenciadas–, el 50% ya han recibido la primera dosis. Jessica y Diana no acaban la jornada de vacunación con las dosis de Herman y Maria Dolors, sino que continuarán vacunando en el CAP a aquellos pacientes autónomos que han podido personarse en su punto de vacunación. “Y pondremos tantas como nos lleguen. También por Semana Santa”, aseguran.