Breve y cándido manual para hacerse definitivamente rico
Como ya sabemos, la riqueza hace al pijo . Después, y como máximo en una generación, porque no hace falta más, se afina el gusto y se adoptan las formas tradicionales del privilegio (todo aquel bla-bla-bla de hacerse de un club, comprarse un yate, hacerse servir por alguna persona de origen extracomunitario alguna porción de alimento con vajilla de plata, ya esté en casa, en el Ritz o en medio del desierto del Sáhara y bajo una carpa que te protege de la intemperie y otras volteretas por el estilo).
Hay muchas maneras de hacerse rico, por si alguien se anima. De hecho, hoy, a usted no le descubriremos nada nuevo porque, espabilada como es, ya se las debe saber casi todas, y si todavía no las ha puesto en práctica es, ya me perdonará que se lo diga, por carencia de agallas.
Incluso un niño de tres años sabe que el camino hacia la riqueza no tiene nada que ver con el castigo bíblico que sufrimos tanto usted como yo y que hemos acordado llamar trabajo.
Las maneras más habituales de hacerse rico son, básicamente, dos: la primera vendría a ser a través del ejercicio sostenido en el tiempo y en el espacio de la explotación tirando a descontrolada de recursos de todo tipos, ya sean públicos (un clásico indiscutible), naturales (otro hit), carnales, espirituales o intelectuales...; y la segunda, a través del truco que supone la especulación o venta de humo al por mayor, es decir, a través del arte de la manipulación del deseo y la imaginación de todas aquellas personas que, atareadas en el ora et labora benedictino, no tienen tiempo ni ánimos, ni posiblemente lugar, para pararse a pensar, ni que sea un momento, y llegar a la conclusión que les están tomando –a través de la citada especulación, ¡y de qué manera!– el pelo.
Estos dos mecanismos para hacerse rico, la explotación y la especulación, tienen una particularidad que los hace realmente únicos y funcionales, y es que resulta que están asumidos con total naturalidad, como era de esperar, por sus principales beneficiarios. Pero, y esto es lo más sorprendente, también y sin mucha resistencia, por todo el resto de infortunados.
Están, por otro lado, los que son ricos por herencia, que es, estaremos de acuerdo, junto con las quinielas, una de las mejores maneras de hacerse rico, y con total claridad, una de nuestras preferidas: fulminante, directa, práctica. Esta bicoca, la de la vida de rentista (que es aquella vida que, por el simple hecho de existir y como su propio nombre indica, ya renta), conecta con una de las habilidades pijas por antonomasia, que no es otra que la de aprovecharse del empujón, de la fuerza, de altri (aunque este altri sea su propio papá) siguiendo, si se piensa bien, los preceptos de la primera ley de Newton, también conocida como ley de la inercia.
Pasar la bacina e invertir el botín, masturbadoramente, en la caridad verso uno mismo y no en la de los pobres de necesidad, que posiblemente –y también como su propio nombre indica– la necesiten bastante más. O la versión secular de esto mismo, es decir, recaudar tributos para, inmediatamente después, redirigirlos, utilizando el subterfugio tan de moda de la “gestión paralela”, no hacia la res publica autóctona y de kilómetro cero sino hacia la de Liechtenstein (que ahora entendemos por qué es un país tan pulido). Son, así mismo, dos buenas maneras de enriquecerse tal y como leemos obedientemente en la prensa, día sí, día también.
Traficar, que es una actividad consistente en comercializar productos que se distinguen del resto porque nunca van acompañados ni de manual de instrucciones, ni de prospecto de contraindicaciones, también ha dado siempre mucho de só, a pesar de que, tenemos que advertir, por si fuera la opción en la que estaba pensando para salir de pobre de una vez por todas, que hacerlo requiere una infraestructura de tipo paramilitar que, si no se está avezado, no siempre resulta cómoda de gestionar.
Hacerse dictador, por el caso que nos ocupa, que es conseguir enriquecerse, también resulta estupendamente: nunca ha habido ningún dictador pobre o que haya ido justo de dobleros, ninguno. Para que algo funcione tiene que ser muy generoso con unos pocos y poquísimo con el resto. Un mecanismo, el de la generosidad selectiva, típicamente pijo.
Hacerse comisionista es también una fórmula útil y tremendamente relajada de hacer dinero que, no obstante, requiere por parte de quien la ponga en práctica mucha habilidad social, motivo por el que no la recomendamos lo más mínimo a las personas antipáticas o maleducadas ni tampoco a las tímidas, si bien, una vez más, nos vemos en la obligación de recordar que a partir de los cuarenta, siendo muy laxos, la timidez deja de ser una patología y pasa a considerarse mala educación.