La clase media hace ‘pijadas’
Hay una serie de cosas que los miembros de la clase media han adoptado sin reservas pero que son propias, casi exclusivamente, de los pijos. Por lo tanto, estamos en disposición de afirmar que la gran mayoría de los miembros de este subterfugio que es la clase media viven bastante por encima de sus posibilidades, por no decir mucho, e inmersos en una auténtica falacia.
El ayuno –intermitente o no– está muy de moda entre las clases populares de aquello que antes se conocía como Primer Mundo, y lo ponen en práctica, a la mínima de canto, con la excusa de la vida sana, vida sana que ellos fían, sin más consideraciones y cuando comen –si es que lo hacen–, al brécol. Resulta que la gente quiere estar bien y, añaden, “a gusto”, lo que demuestra que, si lo quieren con tanta insistencia, no deben estar muy finos. Cuando nos cruzamos con una persona asalariada, de aquellas que se levantan a las seis de la mañana para coger una combinación de, como mínimo, tres transportes (el utilitario, los ferrocatas y el metro) para ir a trabajar presencialmente –porque los del departamento de recursos humanos de su empresa, una multinacional sideral, después de encargar un consulting han decidido que el teletrabajo, como nos figurábamos, ya no compensa– durante ocho horas, extras no remuneradas aparte, a una oficina del extrarradio de una ciudad que está a una hora y media de su urbanización... Y nos dice que está haciendo ayuno, en su caso intermitente, porque quiere estar bien y “a gusto” con él mismo (deducimos que a los otros que les den), francamente, le compadecemos. Dejar de comer voluntariamente y no estar en huelga de hambre para protestar, por ejemplo, por el cambio climático (que, sea dicho de paso, no se entiende porque todavía le llamen cambio si ya es una realidad palpable como tres catedrales: una, dos y tres...) es de personas, como nuestro asalariado, que no han pensado suficiente. El ayuno se lo pueden permitir los pijos porque gastan poquísima energía, y es que debemos de estar de acuerdo que hacer dos llamadas con el móvil (“compra, vende”) y pasarse las tardes fumando canutos en la cubierta de un yate no requiere mucho empujón. Las personas que viven de la fuerza de su trabajo necesitan, además de un convenio colectivo (especie en peligro de extinción), proteínas, hidratos de carbono, minerales, grasas que no sean saturadas y cosas por el estilo reivindicadas desde hace tiempo por la doctora Montse Folch e incluso por Michelle Obama.
Otra cosa que los miembros de la clase media depauperada hacen a menudo, pero que solo se pueden permitir los pijos, es querer saber qué les deparará el futuro. Ir a las consultas de un tarotista, brujo, gurú, mago, druida o especialista en imposición de piedras calientes, biodescodificadora, ornitomántico... Es, para los pobres, una auténtica pérdida de tiempo. A los pijos les encanta ir a Andorra, por ejemplo, con un cesto de mimbre lleno de huevos ecológicos, porque una bruja de cien ocho años que vive en una lejana cabaña entre montañas oscuras se los rompa, los huevos, para interpretar la herrumbre. También son aficionados a consultar cualquier gestión empresarial (“¿compro, vendo?”) con un quiromántico que tiene la consulta en un piso de seiscientos metros cuadrados en el paseo de Gràcia (esto del futuro puede llegar a dar mucho de sí). O que una kiniesóloga, que también tiene un diploma en homeopatía, les detecte con un imán de aquellos que los demás utilizamos para dejar notas en la nevera (“comprar huevos”) si tienen muchos micrometales esparcidos por el cuerpo después de vacunarse de covid… Los pijos sí, sí que se pueden permitir consultar su futuro porque, sea cual sea la predicción de Sibila de turno, saben que seguirá siendo definitivamente rutilante. ¿Qué sentido tiene que una persona de cuarenta años con un contrato de prácticas temporal se gaste un mínimo de cincuenta euros para que un hombre vestido con una túnica llena de estrellas y las uñas pintadas de lila le lea el futuro después de acariciar una bola de cristal vieja? No hace falta que contesten: ni uno. La cosa es mucho más barata porque por un euro y cincuenta céntimos, que es lo que cuesta un periódico de papel los días de entre semana, si sabes leer entre líneas, puedes adivinar tú mismo tu propio futuro que, ya te lo avanzamos, como miembro de clase media a la deriva es, sin mucho debate, un cagarro.