La escuela catalana se ha olvidado de Darwin
El 61% de los alumnos catalanes terminan la enseñanza obligatoria sin haber trabajado la evolución y sin conocer los fundamentos de la vida en este planeta
"En biología nada tiene sentido si no está a la luz de la evolución". Éste es el título de un influyente artículo que el biólogo evolucionista Theodosius Dobzhansky publicó en 1973 en la revista American Biology Teacher. La frase hizo fortuna instantáneamente, y todavía hoy es citada por muchos autores, sobre todo en relación con la enseñanza. Y es que las estructuras y procesos biológicos sólo se explican como fruto de un proceso evolutivo modulado por la selección natural, tal y como estableció el naturalista británico Charles Darwin hace 166 años. Por eso la enseñanza de la evolución se considera un aspecto clave del aprendizaje escolar.
Y por este motivo sorprende tanto el contraste que se da en las escuelas catalanas, donde mayoritariamente la evolución no se enseña. ¿Cómo puede ser? Por un lado, el término evolución no aparece ni una sola vez en el currículo (el temario) de primaria, contrariamente a lo que ocurre en los países de nuestro entorno. La escuela catalana deja su evolución para la ESO. Y aquí viene el disparo al pie: resulta que el currículum oficial sitúa la enseñanza de la evolución dentro de la asignatura de biología de 4º de ESO, que es una asignatura... ¡optativa! Según datos del departamento de Educació, sólo el 39% de los alumnos de los centros públicos de Cataluña eligen esta firma. Y eso equivale a decir que el 61% de los alumnos catalanes –al menos en los centros públicos– terminan su enseñanza obligatoria sin haber trabajado la evolución. Puede haber excepciones, ya que los docentes tienen margen de maniobra y pueden decidir incluir la evolución en varios momentos, pero, en general, es así en la mayoría de centros educativos, según manifiestan los propios docentes.
Esta situación es especialmente sangrienta si tenemos en cuenta la importancia del concepto. Sin captar la evolución mediante la selección natural es difícil entender el mundo en el que vivimos. ¿De dónde viene la especie humana? ¿Qué son los fósiles? ¿Cómo explicar la existencia de ocho millones de especies en nuestro planeta? Esta inmensa diversidad se explica por una historia evolutiva de 3.500 millones de años, y en la que se produce un doble juego fascinante: por un lado, el ADN se replica a sí mismo gracias a un proceso muy eficiente, pero que no es perfecto y presenta errores al azar, que son la fuente de donde mana la diversidad genética. Por otra parte, sobre esta diversidad actúa el proceso conocido como selección natural: las variantes genéticas más eficientes o mejor adaptadas acabarán predominando a la larga en una población debido, básicamente, a que los individuos portadores se reproducen más que los demás.
Si no se entiende bien este proceso, este juego entre el azar y la necesidad, es fácil caer en equívocos. Algunos están tan arraigados que se han convertido en verdaderos iconos culturales, como la famosa secuencia monohumano que todos hemos visto dibujada mil veces, y que hace pensar en la idea de evolución como proceso de mejora o progreso. Pero la evolución biológica no tiene ni un propósito ni una dirección. Tampoco es un proceso lineal que conduce siempre a un aumento de complejidad. La selección natural es oportunista, mejora la adaptación aquí y ahora de los organismos, sean los tigres o las garrapatas, los humanos o los gusanos intestinales. Considerar este proceso en términos de "progreso" no tiene sentido.
La lista de trampas conceptuales que amenazan la comprensión de la evolución biológica es bastante larga. Los alumnos tienden a pensar que los animales evolucionan porque así han decidido, en respuesta a una necesidad. Es una forma de razonar espontánea, llamada teleologismo, que el uso que hacemos del lenguaje refuerza. Y que es completamente incorrecta. También existe una preocupante tendencia a confundir genética y cultura, por ejemplo con la reiteración del supuesto "ADN Barça", una idea absurda, pero que ha hecho fortuna en los medios deportivos y que aparece continuamente. Para acabar de complicarlo, en estos conceptos erróneos se mezcla la larga sombra del llamado darwinismo docial, una doctrina nefasta que no surge de la biología sino del pensamiento sociológico y económico del siglo XIX, y que ha buscado justificar el poder, el racismo o la explotación en nuestra especie como resultado de una supuesta ley natural, que en su formulación extrema sería la ley del más fuerte. Todo ello se trata de ideas equívocas, pero que forman parte del sustrato cultural en el que vivimos y que, poco o mucho, incorporamos de forma inconsciente.
Dado que la lista de tópicos e inexactitudes es larga, desde la didáctica se insiste en trabajar la evolución ya en primaria, y en pronto. Cuanto antes los alumnos incorporen ideas apropiadas sobre la evolución, más pequeña será la mochila de conceptos desacertados. Desde la Universidad de Boston, por ejemplo, la profesora Deborah Kelemen ha desarrollado varios modelos sencillos de organismos que cambian a medida que lo hace el entorno. Son propuestas comprensibles para los niños que demuestran que los mecanismos evolutivos básicos se pueden captar ya a los 9 o 10 años.
Pero en Cataluña estamos en las antípodas. El hecho de que el currículo actual, que es del 2022, ignore y arrincone la evolución es una anomalía que debería corregirse urgentemente. Primero, porque desconocer los conceptos evolutivos deja a las personas en una situación vulnerable ante los fakes, los curanderos, las ideologías supremacistas o las visiones mágicas del mundo. Pero, en segundo lugar, porque nuestros alumnos tienen derecho a conocer los cimientos de la vida en este planeta. Que es como decir que tienen derecho a entender el mundo en el que viven.