¿Viviremos hasta los 150 años?
El envejecimiento no es sólo la suma de años, sino también el incremento de la fragilidad del cuerpo, que se asocia a diferentes enfermedades
BarcelonaUna conversación baladí captada por un micrófono abierto mientras los líderes ruso, chino y coreano caminaban hacia la cumbre de líderes asiáticos, ha puesto de nuevo sobre la mesa la posibilidad de alargar la longevidad humana hasta los 150 años gracias a avances biotecnológicos como el trasplante de órganos para rejuvenecer el cuerpo. Porque, evidentemente, no estaban hablando de alargar la vida con achaques y con un cuerpo frágil, lo que realmente planteaban los dignatarios es obtener el elixir de la eterna juventud. Pero, ¿es esto posible durante el tiempo de vida que les queda a estos políticos, algunos de los cuales ya pasan de los 70 años? Espóiler: el caso es que no, que ni Putin ni Xi Jinping vivirán 150 años.
En primer lugar, confundimos la esperanza de vida con la longevidad máxima de nuestra especie. La esperanza de vida es el tiempo de vida esperable para una persona que ha nacido en un determinado momento y lugar y se obtiene de la media de edad que tiene la gente cuando muere en ese lugar. Es cierto que en el último siglo la esperanza de vida se ha duplicado en los países industrializados, donde los avances en higiene, cirugía y medicamentos han permitido disminuir la mortalidad infantil e incrementar la posibilidad de superar infecciones y traumatismos. Si a principios del siglo XX la esperanza de vida era de 48 años, ahora en España es de 83 años, por tanto, mucha más gente llega a esta edad e, incluso, muchos la pueden superar.
Pero también hay que decir que existen muchos países, como Estados Unidos, que, a pesar de ser muy industrializados y tener laboratorios de investigación muy importantes, en estos momentos su esperanza de vida es inferior a la de España, y tiene una tendencia a disminuir, muy probablemente por el incremento de personas afectadas de obesidad y trastornos metabólicos, como la diabetes. Independientemente del surgimiento de enfermedades asociadas a la vida sedentaria y el exceso de comida, estudios retrospectivos recientemente publicados sobre la tasa de incremento de la esperanza de vida muestran que las personas que nacieron desde 1900 hasta 1938, en cada año posterior de nacimiento la esperanza de vida se alargaba 6 meses; en cambio, desde 1939 hasta el año 2000, la tasa de incremento disminuyó a la mitad, a sólo 3 meses de mayor esperanza de vida anuales, lo que indica que estamos progresivamente llegando a nuestro límite natural.
Hay muchos grupos de investigación que investigan sobre el envejecimiento del cuerpo y la senescencia (un término que se usa para hablar del envejecimiento de las células), y habrá leído que se puede alargar la vida de animales de ciclo vital corto, como por ejemplo gusanos, moscas y ratones; decir, expandir la longevidad máxima de la especie. Hasta el momento, no hemos conseguido que haya nadie más longevo que la francesa Jeanne Calmant, que murió con 122 años, y enesta parece ser, de momento, nuestra longevidad máxima. Probablemente, se podrá estirar algunos años más, pero hay muy poca gente en todo el mundo que supere los 110 años.
Experimentos con el propio cuerpo
Es probable que haya leído que hay personas multimillonarias que dedican su tiempo y dinero a romper los límites de la longevidad humana: muchos experimentan para intentar cambiar sus relojes internos –como alargando los telómeros, los extremos de los cromosomas–, o toman un montón de pastillas para cambiar su metabolismo, con medicamentos que son importantes para curar enfermedades, pero de los que no conocemos sus efectos sobre una persona sana; es el caso de la metformina o la semaglutida, que sirven para ayudar a las personas con diabetes, siempre bajo control médico, porque limitan el uso de la glucosa en sangre, pero que hacen creer al cuerpo que pasa hambre. Si esta situación fuese la deseable para vivir más y mejor, ya se habría seleccionado naturalmente que nuestro cuerpo lo hiciera y no necesitaríamos tomar estos medicamentos.
El trasplante de órganos externos, o de transfusiones de sangre de gente joven, tomar inmunosupresores o interferir con el ciclo normal de las hormonas tampoco parece que tenga que incrementar el bienestar de las personas que no tienen problemas clínicos de entrada. Por el contrario, si miramos lo que comparten los individuos supercentenarios no es precisamente las medicinas que toman ni el dinero que tienen, sino el hecho de que llevan y han llevado una vida plena, con ejercicio físico y mental, buena dieta y socialización, con actividades que les satisfacen y les hacen sentir útiles.
Al final, el envejecimiento de nuestro cuerpo no es una enfermedad; lo es la fragilidad asociada, que se manifiesta de forma muy distinta entre nosotros. Hay personas que presentan problemas cognitivos con la edad, pero todavía tienen buenas capacidades motoras; o personas mayores lúcidas, con afecciones hepáticas o renales… No todos envejecemos igual. Un estudio genético de variantes de todo el genoma con más de medio millón de personas ha identificado hasta 408 genes que intervienen en determinar distintos aspectos de nuestra fragilidad, y un nuevo estudio que aún no ha sido publicado contribución de la epigenética (las marcas reguladoras de los genes) sobre el proceso de envejecimiento, que es natural para algunas especies, como la nuestra.
Todavía nos queda mucho por comprender por qué envejecemos, y por qué todos envejecemos de manera diferente. Y hasta que no averigüemos cuáles son los mecanismos y por qué se activan de forma diferencial en cada individuo, no podremos diseñar estrategias efectivas para realmente alargar la vida con calidad de las personas. Aún queda mucho tiempo para que la longevidad máxima de la especie humana se alargue hasta los 150 años. Más aún, para que la esperanza de vida humana llegue a este hito.