Cómo hemos ganado 40 años de vida en un siglo

La investigación encuentra factores comunes entre el declive de las facultades físicas y mentales y enfermedades asociadas a hacerse mayor

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Gent grande que vive más años

BarcelonaVivimos mucho, y cada vez más y mejor. En apenas un siglo la expectativa de vida, la longevidad, ha aumentado entre 30 y 40 años en casi todo el planeta. Hoy es fácil encontrar en cualquier rincón del mundo a personas que viven más allá de los 80 años, mientras que la longevidad global ultrapasa los 70. La mayoría, en unas condiciones físicas y mentales razonables. A pesar de que no siempre óptimas. A estas edades el declive físico, la pérdida de funcionalidad y capacidades y la incidencia de muchas enfermedades graves se aceleran de forma casi repentina. ¿Sería posible revertir esta situación y ganar calidad y esperanza de vida? A pesar de que todavía se está empezando, la ciencia está encontrando factores celulares y moleculares que son comunes en el hecho de envejecer y en alguna de las enfermedades asociadas de más incidencia. La hipótesis, que ha ganado adeptos en todo el mundo en poco más de cinco años, es que estos factores comunes pueden ayudar al tratamiento de las enfermedades y, a la vez, mejorar las condiciones del envejecimiento.

Si nos fijamos en la historia reciente veremos que la ganancia en longevidad está asociada a la mejora de la salud y las condiciones de vida. La introducción de la higiene en las grandes ciudades a mediados del siglo XIX, cuando se establece la relación entre las condiciones higiénicas y las enfermedades infecciosas, representa el primer gran salto de calidad, que se vería reforzado con la aparición de las primeras vacunas poco después. Más tarde, en la década de 1930, vendría la penicilina, el primer antibiótico usado masivamente. La lucha contra las enfermedades infecciosas trajo implícita una mejora de la calidad de vida y de la longevidad, así como una reducción drástica de la mortalidad infantil en los países más desarrollados. Últimamente, la mejora de los estilos de vida, la alimentación, el ejercicio moderado y las relaciones sociales nos han traído donde estamos ahora.

Si esto es así, ¿qué pasaría si acercáramos un microscopio al envejecimiento como proceso biológico? Pura Muñoz, investigadora Icrea en la Universitat Pompeu Fabra y referente internacional en el estudio de la relación entre el tejido muscular y el envejecimiento, hace una primera consideración: “A partir de los 60 años perdemos entre el 1,5% y el 2,5% de nuestra masa muscular cada año”. Esto hace que al llegar a la llamada edad geriátrica, alrededor de los 80 años, la pérdida acumulada sea de entre el 30% y el 40%. Es en este momento que “la fragilidad, la debilidad y la dependencia” se acaban imponiendo. Pasa “en todo el organismo”, continúa. Si lo miramos de más cerca, propone, veremos que las células madre encargadas de generar nuevas fibras musculares “disminuyen con el paso de los años” hasta hacerse casi inexistentes. Es decir, el envejecimiento se acompaña de la pérdida de funciones de las células encargadas de reparar y regenerar la musculatura.

Evolución de la esperanza de vida.

Manuel Serrano, investigador Icrea en el Instituto de Investigación Biomédica, introduce la senescencia celular en la ecuación. “Hace solo cinco años sabíamos poco de este conjunto de células claramente conectadas al daño de su microentorno”. En el envejecimiento las células senescentes provocan daños a células y tejidos de su alrededor, lo que está vinculado a procesos como el inflamatorio y a enfermedades graves como el cáncer, las cardiovasculares, las neurodegenerativas o la fibrosis.

Protección genética contra el cáncer

En el laboratorio de Cold Spring Harbor de Nueva York, dirigido entonces por James Watson -codescubridor de la estructura del ADN-, Serrano descubrió en los años 1990 el gen p16, considerado uno de los principales supresores de tumores. Su investigación con este gen le ha permitido vincularlo con la senescencia celular. “En las células jóvenes hay más expresión del gen p16, que nos protege de los tumores cancerosos”, explica. Cuando la edad avanza, la expresión de p16 se reduce progresivamente. Por este motivo, entre otros, se considera el cáncer como una enfermedad ligada al envejecimiento. “La edad es un factor de riesgo”, alerta Serrano. Además, a medida que cae la expresión de este gen aumenta la senescencia celular, lo que perjudica a células y tejidos. Un proceso parecido pasa en el tejido muscular, añade Pura Campos.

Así pues, eliminar las células senescentes podría ser una buena estrategia para combatir los efectos del envejecimiento. “Si eliminamos la senescencia celular podría significar la pérdida del potencial protector del gen p16 y favorecer la aparición de tumores”, advierte Serrano. Aún así, varias empresas farmacéuticas están invirtiendo en fármacos senolíticos. Los estudios con modelos animales están dando “resultados muy interesantes”, explica el investigador. Se han iniciado, incluso, ensayos clínicos en humanos, si bien con resultados todavía muy preliminares. Pura Muñoz ve en los fármacos senolíticos y los adelantos tecnológicos de esta última década la posibilidad de reprogramar y reparar células que han perdido su funcionalidad, incluidas las células madre, y conseguir que algunos tejidos vuelvan atrás en el tiempo. Experimentos en modelos animales así lo dejan entrever. “Hasta ahora no había pasado”, exclama la investigadora.

“Empezamos a tener muchas líneas de investigación abiertas”, asegura Miguel Chillón, investigador Icrea en el Instituto de Neurociencias de la Universitat Autònoma de Barcelona y experto en terapia génica. Sus estudios sobre la variante cerebral de la proteína Klotho han contribuido a evidenciar que se trata de un potenciador cognitivo que mengua con la edad, y “mucho más en el Alzheimer”. Su equipo investiga estrategias de terapia génica para intentar expresar Klotho directamente en el cerebro que “han funcionado en diferentes modelos animales”, lo que demostraría “la robustez” de esta estrategia terapéutica. La edición génica, la utilización de neuronas derivadas de células madre o la capacidad de modular los niveles de expresión de diferentes genes “están revolucionando” el estudio de la pérdida de capacidades y funciones de órganos y tejidos durante el envejecimiento, concluye.

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