Francesc Tosquelles, un psiquiatra olvidado y revolucionario
El CCCB presenta una exposición sobre el reusense que revolucionó la gestión de las enfermedades mentales
La Historia que se escribe en mayúsculas está formada por todas las historias que se escriben en minúsculas, es decir, las de las personas que forman este embrollo que denominamos sociedad. Por lo tanto, se puede pensar que si no se conocen todas las historias no se puede conocer completamente la Historia. Esto es especialmente cierto en casos como el del psiquiatra catalán Francesc Tosquelles (Reus, 1912 - Granges d'Òlt, 1994). Su historia explica una parte no explicada de la herencia de la Mancomunidad de Catalunya y la Segunda República Española, y también de la Europa de la primera mitad del siglo XX. Y lo hace, sorprendentemente, a través de la psiquiatría. Pero Tosquelles no se dedicaba solo a la psiquiatría. O, mejor dicho, entendía la psiquiatría de una manera abierta que lo entrelazaba con la organización política y la creación cultural.
La figura de Francesc Tosquelles es el centro de la nueva exposición del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), titulada Tosquelles. Como una máquina de coser en un campo de trigo, que se podrá ver en este espacio hasta el 28 de agosto de este año. Comisariada por el crítico de arte Carles Guerra y la crítica literaria y profesora de la Universitat de Barcelona Joana Masó, la muestra toma como hilo argumental la transformación que Tosquelles impulsó en las instituciones psiquiátricas heredadas del siglo XIX a través de la autoorganización, la interacción con el entorno y la práctica cultural. A lo largo del recorrido se combina una colección de hasta 700 piezas de material documental (fotografías, postales, carteles, revistas, cartas, informes médicos y, entre otras cosas , películas rodadas por el mismo Tosquelles) con una serie de obras de arte en que destacan las de Paul Éluard, Tristan Tzara, Joan Miró o Antonin Artaud, y las de artistas contemporáneos como Perejaume, Angela Melitopoulos, Maurizio Lazzarato, Mireia Sellarés o Roger Bernat.
Reivindicar un grand desconocido
Tosquelles es tan desconocido en Catalunya que incluso los mismos comisarios de la exposición lo descubrieron hace relativamente poco. Guerra paseaba entre las tiendas instaladas en la plaza Catalunya de Barcelona durante las protestas de mayo del 2011 cuando vio que un grupo de personas que se hacían llamar Esquizo Barcelona invocaba la figura de Tosquelles para practicar la psicoanálisis al aire libre. Aquel encuentro despertó su curiosidad por el personaje y, desde entonces, se ha dedicado a investigarlo en una búsqueda que, tal como explica, “no se acaba porque hay muchos vacíos”. Masó lo descubrió el 2017 y, gracias a la financiación de la Fundación Privada Mir-Puig, emprendió una investigación que culminó en el libro Tosquelles. Curar les institucions (Arcadia, 2021), con el que ganó el premio Ciutat de Barcelona de Ensayo, Humanidades e Historia 2021.
La exposición, coproduida por el CCCB y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid en colaboración con el museo Las Abatttoirs de Tolosa, parte de toda esta investigación y representa una buena oportunidad para conocer materialmente una trayectoria tan relevante como olvidada.
A principios de los años 30, Tosquelles trabajaba en el Instituto Frenopático Pere Mata de Reus. Eran momentos de tensión política en Europa. El antisemitismo crecía y la población judía estaba cada vez más acosada. Dado que la Segunda República Española había llamado mucho la atención de los círculos más progresistas de Europa, psicoanalistas judíos cercanos a Freud como Werner Wolf o Sandor Eiminder se exiliaron en Barcelona, que en algunos ambientes se conocía como la pequeña Viena. Tosquelles estableció contacto e incluso se psicoanaliza con Eiminder en un proceso que adquirió un aire surrealista: durante los dos años que duró, ninguno de los dos hablaba ni entendía la lengua del otro. Ahora bien, una vez terminado, Tosquelles decía que le había ido de maravilla porque le había ayudado a entenderse mejor a sí mismo.
A la experiencia en una institución psiquiátrica que todavía funcionaba como los viejos sanatorios mentales del siglo XIX y la relación con los psicoanalistas centroeuropeos, se añadía un tercer elemento fundamental a la hora de entender la trayectoria de Tosquelles: era militante del Bloque Obrero y Campesino (BOC), una organización política comunista antiestalinista integrada mayoritariamente por militantes de las regiones rurales de Catalunya. Paralelamente, Tosquelles se había hecho suya la tesis del psicoanalista francés Jacques Lacan, según la cual debía despatologizarse la paranoia para convertirla en un mecanismo de construcción de la personalidad. De este modo, se borraba la frontera entre lo normal y lo patológico. De hecho, Tosquelles defendería que el destino de la locura es la esencia de la humanidad y que nadie está al margen. Lo primero que tenía que hacer un psiquiatra, pues, era reconocer este carácter intrínsecamente humano de la enfermedad mental, lo que permitía humanizar a los pacientes.
Además de todo esto, a Tosquelles también le había interesado mucho la experiencia del psiquiatra alemán Hermann Simon en el hospital de Gütersloh, donde en 1929 había puesto en marcha la ergoterapia, que consistía en hacer trabajar a los pacientes con objetivo de evitar acostamientos y aislamientos permanentes y regenerar de algún modo sus vínculos sociales.
Psicoanalizar las instituciones
Todo este bagaje lo condujo hacia la idea clave que configuraría su trayectoria: los enfermos no se tenían que tratar de manera aislada e individual sino que se tenía que incidir en aquellas instituciones autoritarias que los tenían encerrados y enfundados en camisas de fuerza. No se tenía que analizar a cada paciente sino que había que someter el hospital entero a un proceso psicoanalítico para transformarlo en el entorno más adecuado para los enfermos. Había que cortar de pura cepa el miedo que tanto la sociedad como las instituciones y el personal sanitario tenían a la enfermedad mental y que mantenía a los pacientes al margen de la sociedad.
Tosquelles llegó a la conclusión de que los hospitales psiquiátricos se tenían que abrir a su entorno y que los pacientes tenían que participar en proyectos autogestionados y actividades culturales. El edificio del Instituto Pere Mata de Reus, diseñado por Lluís Domènech y Muntaner, era el escenario ideal para poner en práctica estas ideas. Tenía unos jardines amplios, zonas interiores comunas para socializar; el muro de cierre permitía ver el exterior, y las ventanas no tenían rejas.
Desgraciadamente, sin embargo, el 1936 estalló la Guerra Civil. Ahora bien, tal como explica Guerra, “el conflicto no interrumpió sus iniciativas sino que les dio nuevos escenarios”. Efectivamente, Tosquelles fue jefe de psiquiatría del ejército republicano y desde Almodóvar del Campo, un pueblecito cincuenta kilómetros al sur de Ciudad Real, siguió aplicando sus ideas revolucionarias. Junto al hospital había un burdel clausurado. Tosquelles invitó a las prostitutas que no podían ejercer a formar parte del personal del centro y les proporcionó formación sanitaria. A la hora de poner en práctica sus nuevos métodos, prefería que lo ayudara gente sin formación médica y, por lo tanto, sin aquel miedo académico e institucional a la enfermedad mental.
En Francia se abren los huevos
Al final de la Guerra, Tosquelles se exilió en Francia y pasó tres meses en el campo de refugiados de Setfonts, donde se amontonaban 16.000 exiliados republicanos. Allí trató los traumas de guerra con la ayuda de un músico y un pintor. Al cabo de unos meses, empezó a trabajar en el hospital psiquiátrico de Saint-Alban y entonces, por decirlo con sus palabras, todos los huevos que tenía en la cesta se abrieron. En Saint-Alban coincidió con algunos intelectuales comunistas que se escondían para huir de la represión nazi, entre los cuales había los poetas Paul Éluard y Tristan Tzara, de forma que en aquel espacio de la pequeña localidad de Saint-Alban sur Limagnole confluyeron las vanguardias psiquiátrica, cultural y política.
Bajo la dirección de Tosquelles, los pacientes de Saint-Alban creaban esculturas y hacían dibujos en una manifestación del que el pintor y escultor francés Jean Dubuffet bautizaría con el término arte sucio, un arte, decía, no afectado por la cultura y opuesto al de los museos y las galerías. Organizados como cooperativa, los pacientes vendían sus obras y utilizaban el dinero para llevar a cabo otros proyectos, como por ejemplo la edición de un diario o la producción de obras de teatro. Más adelante, gracias al seguro que cobró cuando se rompió el brazo, Tosquelles se compró una cámara de Super 8 y empezó a filmar en el interior del hospital. Además de ser uno de los exponentes del nuevo cine verité, que algunos cineastas franceses impulsaban en contraposición al cine clásico, las películas servían de espejo a los pacientes para tomar conciencia de lo que hacían.
Con esta idea de curar las instituciones para curar los enfermos, Tosquelles fue el inspirador de la llamada psicoterapia institucional, a pesar de que él no se reconocía como tal. Esta negación, sin embargo, podía ser perfectamente impostada. Cuando hablaba de su trayectoria, a menudo se ensartaba en discursos épicos. “Era un contador de cuentos que explicaba historias fabulosas”, dice Guerra. “Como recuperaba una historia perdida -añade- tiene derecho a ser épico”. Según Masó, “tenía un punto payaso”, sobre todo cuando hablaba en francés y en castellano, dos lenguas que se negó a pronunciar correctamente “porque eran las de los opresores y las lenguas dominantes, decía, y se tenían que deformar”.
Para Guerra, “Tosquelles representa una psiquiatría anterior al paradigma biològico-conductual de la farmacia”. Ahora bien, el psiquiatra reusense también usaba metrazol, litio y electrochoques. “La química no desapareció”, asegura Guerra. En cualquier caso, Tosquelles actuaba de acuerdo con su propia máxima, según la cual lo que es científico de verdad no es quedarse con la química sino con aquello humano.