Adolescencia

¿Por qué los adolescentes imitan a sus amigos?

La imitación es una herramienta necesaria para construir la identidad personal pero es necesario apoyo emocional de los padres y un trabajo de reflexión

La adolescencia es una etapa vital inevitable e imprescindible. Es una época de transición en la que se producen cambios muy profundos, tanto a escala morfológica como de comportamiento. Desde una perspectiva evolutiva sirve para que las personas dejemos atrás la infancia, incluida la dependencia de nuestros progenitores, y vayamos adquiriendo progresivamente las características físicas y mentales propias de la juventud y la adultez. Esto incluye la capacidad de establecer los vínculos sociales y emocionales propios de la adultez, un proceso que a menudo realizan por ensayo y error y cuestionando, ya veces también traspasando, los límites establecidos.

Desde un enfoque sociobiológico, uno de los rasgos más destacados de este período es que se alejan emocionalmente de las relaciones de niñez para fortalecer las que hacen con sus iguales, que adquieren una importancia primordial. Una de las formas más eficientes de hacerlo es a través de la imitación. Es una herramienta natural y necesaria en el proceso de construcción de la identidad personal. Con la imitación, los adolescentes contraponen su forma de pensar y de actuar con la de sus compañeros y compañeras, lo que les permite explorar quiénes son, quiénes y qué quieren ser, y cómo encajan y qué deben hacer para encajar dentro de su grupo de iguales. Por eso en la adolescencia el sentimiento de pertenencia y la necesidad de ser aceptados les impulsan a hacer lo que hacen los demás adolescentes, o lo que creen que las personas de su grupo de iguales quieren que hagan.

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¿Qué consecuencias tiene?

Ahora bien, ¿cómo puede influir ese comportamiento en su identidad, autoestima y salud mental? Varios trabajos publicados recientemente, entre los que destaca el realizado por el psicólogo sudafricano Lawrence E. Ugwu y sus colaboradores en Scientific Reports, ponen el énfasis en las consecuencias negativas que puede tener este proceso si no va acompañado de un apoyo emocional por parte de los adultos de su entorno y sin un trabajo de reflexión adecuado.

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Imitar la forma de vestir, hablar, moverse o incluso de pensar de los amigos les ayuda a sentirse integrados, a reducir las incertidumbres que se ciernen a su alrededor, por ejemplo en cuanto a su futuro, ya evitar el rechazo. yo, experimentando identidades ajenas antes de definir la propia. Esta conducta puede ser consciente o inconsciente, y se intensifica cuando el adolescente percibe que la otra persona está muy valorada dentro del grupo.

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Es en este contexto que la presión del grupo, sumada a la influencia de las redes sociales y de los medios, puede convertirse en un factor decisivo. Los estudios de neuroimagen han mostrado que la exclusión social activa las mismas áreas cerebrales que el dolor físico. Esta respuesta emocional tan intensa puede explicar por qué algunos adolescentes optan por conformarse con las normas del grupo aunque esto se contraponga a sus propias valoraciones éticas y morales o que implique riesgos para su salud o bienestar.

Por eso, aunque la imitación puede tener efectos claramente positivos, como pueden ser el aprendizaje de habilidades sociales, la interiorización de normas y valores o la consolidación de vínculos afectivos, también puede convertirse en un peligro si no va acompañada de una reflexión crítica. Cuando la imitación se convierte en automática o está motivada únicamente por el deseo de encajar, puede derivar en conductas de riesgo, potencialmente lesivas, como por ejemplo el consumo de sustancias tóxicas, la agresividad o la participación en actividades que entran en conflicto con los valores propios. Además, depender demasiado de la opinión ajena puede obstaculizar el desarrollo de una identidad propia y coherente. Este hecho hace que disminuya su autoestima y les dificulta tomar decisiones autónomas.

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El riesgo de imitar sin reflexión

En este sentido, los adolescentes que muestran una impulsividad emocional elevada o una percepción baja de su estatus dentro del grupo son más susceptibles a dejarse influir. peor o en conflicto interno, lo que contribuye a disminuir aún más su autoestima y puede provocar conductas autodestructivas.

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Ante estas realidades, el acompañamiento de las familias o adultos de referencia, de los centros educativos y de la sociedad en general es clave. Los adolescentes necesitan espacios seguros y estables desde una perspectiva afectiva en la que puedan expresarse libremente, explorar su identidad y recibir apoyo emocional a partir de modelos positivos. Esto es, ambientes coherentes, respetuosos, responsables y saludables donde poder explorar crítica y reflexivamente quiénes y qué quieren ser, no sólo en relación con su grupo sino también por sí mismos.