Neurociencia

Comprobado: los adolescentes no escuchan a su madre

Un experimento muestra que a partir de los 13 años la voz materna deja de estimular los centros de recompensa del cerebro y capta menos la atención

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Comprobado: los adolescentes no escuchan su madre

Una de las sensaciones más habituales de muchas madres y padres que tienen hijos o hijas adolescentes es que, cuando les quieren decir algo, no los escuchan: “Hace como si no me escuchara”; “Parece que oye llover”; “Ignora todo lo que le digo”, “Cuando le hablo, ni me mira” y un largo etcétera de expresiones similares. No es de ahora. Hay textos atribuidos a algunos de los grandes filósofos clásicos, como Sócrates, Platón y Aristóteles, que apuntan en la misma dirección. La adolescencia es una etapa compleja de la vida, imprescindible y crucial, en la que se producen muchas reconfiguraciones neuronales dentro del cerebro. En un intervalo relativamente breve de tiempo los adolescentes dejan atrás los comportamientos propios de la niñez y adquieren los necesarios para la juventud y la edad adulta, que irán madurando poco a poco.

A escala neuronal, todo esto implica que se eliminan muchas de las conexiones que mantenían los comportamientos propios de la niñez. Se trata de la poda neuronal. Y, simultáneamente, se construyen muchas otras nuevas para ir adquiriendo y consolidando, por ensayo y error, la manera de hacer propia de la juventud y la adultez. Pero ¿qué hay de cierto en el llanto de que los adolescentes no escuchan a los progenitores? El catedrático de psiquiatría Daniel A. Abrams y sus colaboradores, de la Universidad de Stanford, en EE.UU., han demostrado que durante la adolescencia los chicos y las chicas tienen literalmente más dificultades para escuchar la voz de su madre, en favor de la otras personas, especialmente si son desconocidas. Es decir, los cambios biológicos propios de la adolescencia implican no escuchar -o no escuchar mucho- qué dice su madre.

La voz de la madre como recompensa

Los científicos hicieron un experimento muy simple. Disponían de una serie de datos publicados en 2016 según las cuales, cuando un niño escucha la voz de su madre, el cerebro se le activa de una manera muy particular. Esta actividad incluye no solo los circuitos neuronales del oído, sino también redes relacionadas con aspectos emocionales y, muy especialmente, de sensaciones de recompensa. Esto pone en funcionamiento los centros cerebrales de integración de la información, que permiten valorar cuando la información recibida es importante y hay que tenerla en cuenta. En cambio, cuando escuchan voces de personas desconocidas, no se activa el circuito que genera sensaciones de recompensa y esto altera radicalmente la valoración de la información recibida. Dicho de otro modo, los niños tienden a hacer mucho más caso de lo que dice la madre que cualquier otra persona, especialmente si no la conocen.

Hay que decir que estos experimentos se han hecho con la voz de la madre, no del padre, y con niños que han vivido siempre con la madre biológica. El motivo es que, como se sabe desde hace tiempo, durante las últimas etapas de desarrollo fetal, el cerebro del feto empieza a identificar la voz materna y establece una relación emocional muy intensa. En cambio, la voz paterna depende mucho de cada situación familiar concreta. Por eso, para evitar factores que puedan distorsionar los resultados, todos estos trabajos se han hecho con la voz de la madre. Esto no quita que sería muy interesante que se hicieran también con la del padre, considerando los diversos niveles de implicación paternal en el cuidado de los hijos.

En este experimento, que se acaba de publicar en la revista Journal of Neuroscience, Abrams y su equipo de investigación utilizaron la resonancia magnética funcional para monitorizar la actividad cerebral de preadolescentes y adolescentes de entre 12 y 16 años cuando escuchan la voz de su madre. Hasta los 12 años (de media), la actividad cerebral al escuchar la voz materna es como la descrita para los niños. En cambio, a los 13 años se detecta un cambio muy importante. Casi de repente, al iniciarse la adolescencia la voz materna deja de activar los centros neuronales implicados en las sensaciones de recompensa. Dicho de otro modo, escuchar a la madre deja de generar sensaciones agradables, lo cual altera profundamente la valoración que hace la zona de integración del cerebro. Lo que dice la madre deja de ser importante. Y, si de manera preconsciente el cerebro no lo considera importante, la atención deja de centrarse. Esta es la percepción que tienen muchas madres: que sus hijos e hijas adolescentes no las escuchan.

Una voz extraña como recompensa

Curiosamente, también a diferencia de los niños, cuando los adolescentes escuchan voces de personas desconocidas, se les activan las redes neuronales que generan sensaciones de recompensa. Este hecho explica la tendencia que tienen, también detectada por todas las madres, de hacer más caso a las otras personas que a ellas. Hay que decir que en todos estos aspectos no se han detectado diferencias significativas en función del género.

Estos hallazgos tienen varias consecuencias importantes. Por un lado, explican por qué durante la adolescencia las chicas y los chicos tienden de manera preconsciente a hacer menos caso de lo que les dice su madre. A nivel de maduración cerebral, el hecho de que valoren más las voces que no conocen favorece que amplíen su capacidad socializadora, una característica que también es propia -y necesaria- de esta etapa vital. Aun así, también les deja parcialmente indefensos ante las personas que se quieran aprovechar, dado que muestran un sesgo preferencial hacia los desconocidos, como desgraciadamente se ve a menudo.

David Bueno es director de la Cátedra de Neuroeducación UB-EDU1st

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