

Cataluña es una gran fábrica de padrinos. Nuestro I+D son los abuelos. Tenemos un vivero en el que crece el invierno de la vida. Desde Maria Branyas, que con 117 años llegó a ser la persona más longeva de la tierra, hasta el sheriff Josep Vallverdú, que ya dispara los 102 años. Piñau-pinyau.
Sí, uno de los abuelos catalanes que ha dado más que hablar es un guerrero. El señor de las mariscadas bélicas de luciérnagas muertas de la Primera Guerra Mundial: el mariscal Josep Joffre. Sus bigotes bayonetas hicieron ganar a Francia. Los catalanes, ilusos, creen que la gran guerra llevará su pequeña paz. Que la Europa nueva reconocerá a una Catalunya libre. Y que ese militar de Ribesaltes, de la Cataluña Norte, que era nuestro hermano de arriba, también nos ayudaría. Por eso nos gusta solucionar risas y llantos en la mesa del diálogo: en la alifara, la comida y bebida, y joder el rotito y el versículo: le invitaron al nacional garden center mohoso.
En 1919 una delegación oficial de la Mancomunidad de Cataluña va a Perpiñán. Guerrero Joffre, te pedimos presidir los Juegos Florales de 1920 en Barcelona. Dice: ¡Sí! Y comienza otra guerra: un conflicto diplomático entre España y Francia. Él tiene un arma de destrucción masiva. Y cuando sube al tren ya le muestra a su mujer: "¡Ahora ya podremos hablar en catalán!"
Va vestido de general. Con medallas en el pecho dirigiendo un ejército de naturalidad: es un catalán más de los que va en el tren. Pero dispara a diestro y siniestro: no para de charlar catalán. Y lanza un misil público: "Al llegar a tierra catalana, ese país que conozco y que quiero de tantos años, saludo a todo el pueblo hermano de mi Rosellón". En Barcelona echa otro tomahawk autóctono: "Cuando estoy en Barcelona me parece que me encuentre en casa". La ciudad explota como una fiesta mayor atómica. En Canaletes la gente chasquea de felicidad perdida y le obliga a pasar por medio de la Rambla como si volviera un héroe astronauta. El otro bando saca fuego por las neuronas que-pone-en-tú-DNI. Y hasta la monarquía arde. Joffre hace ver el conflicto, el campo de batalla.
Antes de la venida del militar, Josep Puig i Cadafalch, presidente de la Mancomunitat, primer ejército catalán desde 1714, hacía el último comunicado de guerra: Cataluña es como "una zona de Europa devastada". Y llama a "hacer el máximo esfuerzo si queremos salvar a Catalunya y seguir nuestra labor de devolverla a sí misma: si no, dentro de pocos años estaremos tan lejos de Europa como los Estados que se intervienen con operaciones de conquista; y no será posible ni el comercio, ni la industria, ni los afanes por nuestra cultura".
Un siglo después el delegado de la Generalitat en Perpiñán rehusa utilizar "Catalunya Nord" por "neutralidad institucional" y lo justifica diciendo que respeta la denominación francesa de los Pirineos Orientales. Éste es también un comunicado de guerra. Nos informa que han matado al abuelo Joffre, que el paisaje y los sentimientos son conquistados por el ocupante. Y sólo queda la batalla de los nombres. El oficial nos enseña el espejo del conflicto: la Cataluña del Sur será la Cataluña del Norte.
En Barcelona Joffre cayó muerto en 1942. La calle que llevaba su nombre pasa a ser avenida Borbón. Lo rematan en la transición-pansición-pacificación cuando deviene los Quince. Perdemos nombres, calles, personas buscando una paz que no existe ni en el cielo ni en la tierra. Somos siempre héroes morales, pero nos falta ser héroes reales. Perdemos queriendo ganar. Pero para ganar se necesitan militares. Ganar es disparar y tenemos el arma que tenía Joffre: decir las cosas por su nombre y su lengua.