Imagen de archivo de unas gallinas.
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Por increíble que nos parezca, en España puedes ser sancionado si te comes los huevos de tus propias gallinas, por pagar mil euros en efectivo al carpintero o por conducir llevando chancletas. No es broma. Es nuestro presente normativo. Poco a poco, vamos hacia un estado que pretende controlar desde lo que comemos hasta el calzado que llevamos.

Tener huevos es revelador. Es una infracción no registrar correctamente las aves domésticas. No existe constancia de intoxicaciones alimentarias por gallinas no censadas, pero se las considera amenaza epidemiológica. No importa que solo quieras hacerte una tortilla. Lo de ser autosuficiente será más caro que comprar en el Mercadona.

Los pagos en efectivo de más de mil euros entre particulares (¡o cantidades inferiores fruto de pagos fraccionados) también están sujetos a sanción. Cualquier intercambio cotidiano queda bajo sospecha si no pasa por el ojo fiscal del Estado. El efectivo se ha convertido en una forma de delito potencial. Nos dicen que es para luchar contra el fraude y el blanqueo de capitales.

Las chancletas no están totalmente prohibidas al volante pero si un agente concluye que dificulta tu capacidad de reacción, puede multarte con ochenta euros. No hay estadísticas que relacionen chancletas con accidentes, ni estudios que lo sostengan. La ley se aplica no sobre hechos, sino sobre impresiones. Por cierto, me pregunto si las abarcas menorquinas están sujetas a sanción. Dependerá del criterio del agente que te toque.

Nuestra vida se está convirtiendo en un campo de minas. Caminamos con el miedo a pisar huevos. La obsesión por la trazabilidad (de los productos, del dinero, de los movimientos) refleja un modelo de gobierno basado en la desconfianza: el ciudadano ya no es sujeto de derechos, sino un riesgo en potencia. Se borran los límites entre lo público y lo privado. Todo debe ser registrado, controlado y vigilado.

La seguridad es el salvoconducto de la fiscalización. Y esto es propio de totalitarismos. Por supuesto que una sociedad moderna precisa normas. Pero cuando ya fiscalizamos los gallineros domésticos, el calzado que llevamos y el efectivo del que disponemos, alimentamos una maquinaria administrativa que ya no distingue lo sensato de lo absurdo.

Habrá quien piense lo contrario. Que, si no se ponen normas, la gente se pasa tres pueblos. Son maneras de pensar. Lo respeto. Pero yo prefiero vivir entre ciudadanos pasados de vuelta y libres que entre ciudadanos cuya sensatez es fruto del miedo, el control y la falta de libertad.

No tengáis huevos.

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