Aitor Sánchez García: "Cuando un niño come un croissant o una chocolatina, deja de comer fruta o alimentos frescos"
Nutricionista, dietista y divulgador científico
Aitor Sánchez García (Albacete, 1988) es dietista, nutricionista y divulgador científico. Formado en las universidades de Alicante y Granada, combina la investigación académica con una intensa labor divulgativa a través de conferencias, libros y, sobre todo, las redes sociales, donde acumula a más de 300.000 seguidores en Instagram. En internet, difunde contenidos sobre dietas y alimentación, sin las recetas mágicas y milagrosas de otros perfiles de dudosa base científica, pero con un mensaje claro y escueto que da soluciones factibles a los problemas del día a día. Codirector del Centro de Nutrición Aleris de Valencia, Sánchez García acaba de publicar su último libro, ¿¿Qué pasa con la nutrición? (Paidós), en la que pone luz al alud de nuevas tendencias, recomendaciones y opiniones sobre alimentación que, lejos de facilitar la vida de la población, generan cada vez más confusión y desinformación.
Cuando hablamos de ultraprocesados, a todos nos vienen a la cabeza la bollería industrial o las bebidas azucaradas, pero ¿cómo definiría un alimento ultraprocesado?
— Se dice a menudo que son alimentos con muchos ingredientes, pero no siempre es así. Un ultraprocesado es un producto comestible muy alejado de la materia prima original y al que se le han añadido ingredientes como azúcares, grasas de mala calidad, harinas refinadas y aditivos. Estos elementos transforman el alimento en un producto diseñado para ser muy palatable, es decir, que nos guste mucho, pero poco saludable. Cataluña, como el resto del Estado, somos de los países europeos que menos ultraprocesados consumen, pero consumir menos que otros no quiere decir que consumamos poco.
¿Diseñan las empresas los ultraprocesados para que sean agradables al paladar y compramos muchos aunque sean perjudiciales para la salud?
— Sí, se busca una gran intensidad sensorial que active las cataratas de recompensa del cerebro. Y esto es especialmente preocupante en la población infantil y juvenil, ya que la presencia de ultraprocesados es mucho mayor y es uno de los motores del sobrepeso y la obesidad. Además, es problemático, no sólo por el daño directo, sino porque desplazan a otros alimentos esenciales para el crecimiento. Cuando un niño para merendar come un croissant o una chocolatina, deja de comer fruta o alimentos frescos. Además, durante la infancia y la adolescencia se construyen los hábitos alimenticios, así que si se acostumbra el paladar a productos muy intensos, se distorsiona la sensación de hambre y el sistema de recompensa.
Los etiquetados tampoco lo ponen fácil, porque a menudo los ultraprocesados se venden con reclamos saludables...
— El etiquetado es una herramienta informativa, pero requiere demasiado conocimiento para interpretarlo bien. Mientras la información nutricional queda en segundo plano, en el frontal del envase destacan mensajes publicitarios que pueden ser engañosos. Puedes encontrar galletas muy poco saludables que presumen de ser "fuente de fibra" o productos industriales que destacan por su contenido en hierro. Esto confunde al consumidor. Se han realizado esfuerzos para mejorar el etiquetado frontal.
Entre los ultraprocesados, existen muchas diferencias. ¿Hay algunos mejores que otros?
— Sí, pero a menudo el discurso se centra demasiado en buscar "la mejor versión de lo peor": la tarta más saludable, la magdalena integral o el postre fito,y esto puede desviar la atención del mensaje principal. Tiene más sentido aceptar que, si un día nos comemos un pastel, lo comemos tal y como es, pero reduciendo su frecuencia. La prioridad debería ser aumentar el consumo de fruta, verduras y alimentos reales, no mejorar ligeramente un ultraprocesado.
¿Qué consejos daría para reducir su consumo, especialmente en niños y jóvenes?
— Lo importante es reducir su exposición. No se trata de prohibirlos, sino de reservarlos para ocasiones puntuales y evitar que formen parte del día a día, sobre todo en casa. Muchos se eligen porque son baratos, visibles, no se estropean y están en todas partes. También es útil buscar alternativas sencillas: yogur natural con fruta en lugar de postres lácticos azucarados; comprar menos derivados ultraprocesados de carne como nuggets o barritas de pescado, y priorizar huevos, legumbres y verduras. En la carne y el pescado, es mejor ahorrar en cantidad que en calidad.
Ciertamente, los ultraprocesados son baratos. ¿Quiere esto decir que comida saludable es más cara?
— No necesariamente. El problema es la pérdida de hábitos culinarios. No es necesario cocinar durante horas: basta con abrir un bote de garbanzos y hacer una ensalada con tomate, calentar lentejas con una patata en el microondas o hacer un revuelto de setas y huevo. Además de las frescas, las verduras ultracongeladas o las conservas de pescado son también un gran recurso. Opciones rápidas y accesibles que desmontan este sesgo económico.