Salud

El olfato: el primitivo sentido del que no podemos hablar

Aunque no disponemos de lenguaje para describir los olores, nos afectan tanto a nivel consciente como subconsciente

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Para empezar, un experimento. La próxima vez que vayáis a nadar en una piscina, llevaos un sobrecito de azúcar. Antes de entrar en el agua, tomad una pizca con dos dedos, la cantidad más pequeña que podáis, y lo arrojáis a la piscina. Esperad un rato para que el chapoteo de los demás nadadores disuelva y disperse el azúcar. A continuación, pedid a algún compañero que pruebe el agua para ver si nota algo diferente a lo habitual. Me juego un guisante a que dirá que no. Si pudierais preguntárselo a una falena, en cambio, la respuesta os sorprendería.

Distinguir estas cantidades del orden de pocas moléculas en un centímetro cúbico es el pan de cada día de estas mariposas nocturnas. Si los machos quieren emparejarse con una hembra, no tienen más remedio que detectar el perfume que emiten en cantidades diminutas, justamente para asegurarse de que no lo perciben ni depredadores ni parásitos. Junto a esta sensibilidad, el olfato de un perro, que es mil veces superior al nuestro, casi da risa. Las falenas tienen, probablemente, el mejor olfato del reino animal.

Entrenamiento y subconsciente

Aunque estemos lejos de los perros o de los cerdos —por no hablar de las falenes—, el olfato humano es un sentido sorprendente: se puede entrenar y utilizar conscientemente con una finalidad determinada, pero también actúa por su cuenta y desencadena respuestas automáticas inconscientes.

Un ejemplo de este último escenario lo explica el director del instituto Max Planck de Ecología Química, Bill Hansson, en el libro Cuestión de olfato (Crítica, 2022): tal y como demostraron investigadores del Weizman Institute of Science de Israel, el olor de las lágrimas reduce los niveles de testosterona en los hombres. Según los autores, el llanto sería un mecanismo biológico para atenuar los comportamientos agresivos y sexuales.

Por otra parte, hay personas capaces de entrenar el olfato para identificar vinos o para conseguir el olor óptimo de un coche nuevo, de una salsa, de unos grandes almacenes o de una prenda que se exhibe en una tienda. En este ámbito, uno de los casos más curiosos que se han conocido es el de una enfermera escocesa, Joy Milne, que notó que su marido olía extraño, como a moho. Al cabo de unos años, al hombre le diagnosticaron Parkinson.

Para comprobar si había sido suerte o casualidad, un grupo de científicos hizo oler a la enfermera seis camisetas de personas diagnosticadas con la enfermedad y seis camisetas de personas sanas. Milne identificó correctamente a los enfermos y, además, dijo que una de las personas supuestamente sanas también tenía Parkinson. Ocho meses después del experimento, le diagnosticaron la enfermedad a esa séptima persona. Actualmente Milne colabora con un grupo de la Universidad de Manchester para encontrar formas de diagnosticar precozmente el Parkinson mediante la detección de compuestos volátiles como los que conforman los olores.

Hablar del olor

A pesar de la existencia de personas con lo que se podría llamar supernariz, capaces de dirimir la procedencia de un vino o de diagnosticar una enfermedad, con el olfato se da la paradoja de que tenemos cierta incapacidad para describir los aromas con precisión. Podemos hablar de lo que vemos y de lo que sentimos con propiedad, pero a la hora de describir olores a menudo nos faltan las palabras. Según investigadores de la Universidad de Estocolmo y la Northwestern University de Estados Unidos, las áreas cerebrales que se ponen en marcha cuando intentamos hablar de olores reciben señales olfativas poco procesadas y esto hace que no se activen correctamente las áreas del procesamiento del lenguaje.

A lo largo de la evolución, el procesamiento del lenguaje se desarrolló mucho después que el de los olores, lo que podría explicar la falta de sincronía entre una cosa y otra. Esta naturaleza primitiva y subconsciente del olfato no hace más que corroborar la idea que tanto defendió el biólogo Edward O. Wilson, según la cual la humanidad no puede entenderse sin su historia, que, a su vez, no se puede entender sin la prehistoria. Pero la prehistoria, ahí está, no tiene sentido sin la biología.

Cambiar el olor del mundo cambia el mundo

Desde la Revolución Industrial, los humanos estamos alterando sustancialmente el planeta. La quema de combustibles fósiles y otras actividades han modificado la composición de la atmósfera. Ha aumentado la concentración de gases como el dióxido de carbono y el ozono, la temperatura ha subido y cada vez hay más plástico en el mar. Todo esto puede tener efectos en procesos olfativos que son fundamentales para muchos ecosistemas.

Las falenes, por ejemplo, siguen el torrente de dióxido de carbono que se libera cuando se despliega una flor. El exceso de este gas en la atmósfera puede desorientarlas de forma que les cueste más encontrar las flores, lo que puede tener efectos negativos en la polinización. Por otra parte, muchas flores exhalan moléculas olorosas diferentes en presencia de concentraciones elevadas de ozono, lo que también puede desconcertar a los insectos que las polinizan.

El aumento de temperatura también afecta al olfato de los insectos. Son animales de sangre fría y todas sus funciones fisiológicas, entre ellas la de oler, dependen sensiblemente de la temperatura. El olfato de las falenes que proliferan en invierno, por ejemplo, funciona muy bien a 10 grados, pero a 20 es como si no existiera. Un pequeño aumento de temperatura, por tanto, puede anular el sistema olfativo más preciso del reino animal.

Por otra parte, las aves marinas, las focas y las ballenas utilizan el olfato para buscar comida. Concretamente, se guían a partir del sulfuro de dimetilo, una sustancia volátil que emite el fitoplancton cuando el zooplancton se alimenta. En el mar, esto es señal de comida. Pero resulta que cuando el plástico flota en agua salada durante meses acaba emitiendo la misma sustancia, lo que puede confundir a los animales y puede impulsarlos a ingerirlo por error.

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