De la penicilina a la viagra: cuando el azar lleva a descubrimientos científicos de impacto
Buena parte de la investigación científica avanza gracias a sucesos imprevistos y resultados no esperados
"He aquí que una vez había un rey que tenía tres hijos jóvenes, en el país de Serendip. Como sucesor suyo, el rey quería nombrar al hijo que fuera más listo y más capaz de resolver los problemas diarios de su gente"… Como una historia de Las mil y una noches, así comienza la versión de un cuento persa en el que los tres príncipes de Serendip (hoy en día, Sri Lanka), espabilados y sagaces, describen cómo es un camello robado que nunca han visto, como si fuera por adivinación. En realidad, lo infieren a partir de pequeñas pistas que para el resto de los oyentes parecen triviales, pero que aplicando el razonamiento deductivo, les permite realizar inferencias y describir al animal con un juego mental. El cuento, pasado del persa al italiano por un tal Cristoforo Armeno y publicado por un editor también italiano, fue traducido al francés y llegó hasta Inglaterra, de forma que en 1754 Horace Walpole acuñó una nueva palabra, "serendipity" en una carta que envió a un amigo para explicar la forma fortuita en la que hizo un descubrimiento interesante.
Antes de que el término serendipitadohiciera fortuna, podemos encontrar referencias a esta idea en varios científicos cuando comentan el impacto del azar –o de los resultados no directamente buscados– en su investigación. Albert Szent-Györgyi, descubridor de la vitamina C y premio Nobel de medicina en 1937, dijo que "descubrir es ver lo que todo el mundo ve pero pensar lo que nadie nunca ha pensado". Otros investigadores también han definido el estado de descubrimiento como "un golpe de fortuna" (Robert Hooke), o que "la invención es fruto de la intención, mientras que el descubrimiento es fruto de la sorpresa" (Root-Berstein). La intervención de la suerte y del azar en ciencia, y el concepto de serendipitidad, han ido ganando reconocimiento, y es actualmente un término amplio que indica que el proceso de descubrimiento en la investigación no siempre es directo y lineal sino que, a menudo, los resultados no buscados –incluso podríamos decir que azarosos– permiten hacer descubrimientos científicos. La medicina, evidentemente, no es ajena.
De la penicilina a la viagra
El ejemplo que puede encontrar en todas partes sobre serendipitidad científica es el descubrimiento de la penicilina de Alexander Fleming –que le valió el premio Nobel en 1945–, un compuesto antibacterias que el hongo Penicillium glaucum produce para competir por el mismo espacio que las bacterias en una lucha de supervivencia. La selección natural ha hecho que los hongos puedan producir compuestos bactericidas y bacteriostáticos (que matan o limitan el crecimiento bacteriano, respectivamente) para ocupar el mismo nicho ecológico. Otros científicos antes de que Fleming habían encontrado datos similares, pero no se sintieron interrogados o no los persiguieron. Fleming se dejó olvidadas unas placas de Petri con bacterias encima de la mesa del laboratorio, y, cuando regresó al cabo de unos días, descubrió que hongos del género Penicillium habían crecido. Sin embargo, en un radio cercano, no habían podido crecer bacterias. Se sabe que al verlo exclamó: "¡Qué curioso!". Ciertamente, lo habría podido dejar aquí, como otros investigadores hasta entonces, pero este resultado fortuito le curiosó tanto que investigó el fenómeno, hasta que otras personas pudieron extraer su primer antibiótico, que ha permitido curar tantas infecciones.
Es cierto que si Fleming hubiera leído toda la bibliografía existente habría visto que Ernest Duchesne ya había defendido una tesis doctoral al respecto, décadas antes. Pero los descubrimientos necesitan un contexto adecuado para tener éxito y aceptarse socialmente. Las urgencias sanitarias generadas en el campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial facilitaron la implementación de los antibióticos, que acababan de ser aislados y producidos en cantidades limitadas, como tratamiento preferencial para las infecciones de las heridas de guerra.
Ahora que sabemos cómo definir serendipitidad, hay muchos otros descubrimientos médicos que son fruto de este golpe de suerte, menos o más dirigido. Haremos mención de algunas: el médico inglés Edward Jenner descubrió a finales del siglo XVIII que las mujeres que ordeñaban vacas nunca se infectaban de viruela si habían pasado previamente una infección más leve que afectaba a las vacas llamada viruela bovina. Esto le llevó a realizar una serie de experimentos ya poner en práctica una medida preventiva: infectar a las personas con la viruela bovina para protegerlas contra la viruela humana. Éste fue el inicio de la vacunación, que tantos beneficios nos aporta en la inmunización de los niños.
El descubrimiento del primer anticoagulante, la warfarina, muy similar al Sintrom, se produjo a consecuencia de la muerte de vacas por hemorragias internas cuando comían meliloto, una maleza. La gran depresión económica en Estados Unidos durante los años 20 llevó a los ganaderos a dar hierbas del campo a las vacas como pienso, entre ellas el meliloto, una leguminosa que contiene cumarina, la cual es convertida en dicumarol por los hongos que la infectan. El dicumarol es la base de la warfarina.
Por otra parte, la viagra fue inicialmente desarrollada como tratamiento contra la angina de pecho, pero se detectó rápidamente que los pacientes de sexo masculino tenían erecciones sin necesidad de estímulo cuando lo tomaban, y esta indicación (como todos sabemos) ha sobrepasado ampliamente su uso en cardiología. Y ya en el ámbito de investigación básica que revolucionará totalmente la biomedicina del futuro, el sistema de edición genética CRISPR fue descubierto por Francis Mojica, un microbiólogo alicantino que estudiaba microorganismos capaces de vivir en las salinas de Santa Pola.
Hay investigadores que proponen que la inteligencia artificial podría abrir nuevos caminos para "facilitar" la serendipitidad. Seguro que sí, pero hay que sopesar que la IA funciona por algoritmos que alguien ha programado, con sus sesgos, positivos y negativos. Todo ello debería hacernos reflexionar si la serendipitidad en la investigación en y para humanos, y ejecutada por humanos, está dirigida "inconscientemente" o es libre e impredecible. Muy probablemente la serendipitidad "predecible" pueda ser acelerada por la IA, pero la que es impredecible (y, por tanto, no directamente programable) no puede ser sustituida por la IA. Por lo menos, de momento.