Sostenibilidad

Festival Cruïlla: ponerse las botas con perritos calientes catalanes, nectarinas de Aitona y el mejor pastel de queso

Las propuestas de comida saludables y el retorno de vasos y platos le acercan a la sostenibilidad

BarcelonaSon las 17 h del jueves, hace un sol radiante y en el Cruce, en el parque del Fòrum de Barcelona, ​​las paradas de comida ya tienen los fogones encendidos a pesar de que a estas horas pequeñas de la tarde no hay todavía ríos de gente que desfilan; ya estarán, ya, cuando empiecen a adelantar las horas.

Quien tiene también la brasa encendida es el cocinero Miquel Antoja, del establecimiento Foodlona de Badalona. Está cocinando morcillas de cerdo duro, que vigila que queden hechas “pero no tostadas”, como dice mientras las va tumbando ahora por un lado, ahora por otro en unas parrillas grandes. Con las morcillas, un pan de bollo de Argentona, una salsa romesco y una cebolla envinagrada, virada a rosa, prepara “el frankfurt catalán”, como los llama y los defiende, “porque no tiene nada que ver un frankfurt que no sabes de qué está hecho que una butifarra”. Los perritos calientes los coloca en un plato que cuestan 2,50 euros; la receta que ha cocinado en el momento, 8,50 euros. Y cuando empezamos a quejarse, el cocinero nos explica que el Cruïlla es un festival donde puede hacer vínculo con público local, que es el mayoritario que acude, y por eso hace su apuesta personal. "Trabajar en un festival significa tener personal contigo, que trabajará intensamente cuatro días, y tenerlo todo preparado en una organización bien pensada previamente", explica. Es trabajo de lo bueno.

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Con carne a la brasa siempre dicen los maestros cerveceros de Damm que ata la cerveza Complot Ipa, elaborada con ocho lúpulos diferentes, uno de ellos cultivado en Prades. Voy a pedirla, que la tienen junto a La Malquerida, y el envase también tiene un coste aparte de la cerveza, como en el caso de los platos. Todo esto lo pago con el dinero que llevo a la tarjeta enlazada a la pulsera de la muñeca.

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Retorno de vasos y platos

Comprobado el acertado maridaje que he improvisado, veo que en el mismo sitio hay una parada donde se pueden devolver los dos envases, plato y vaso, y en la tarjeta de la muñeca traspasa automáticamente el dinero que costaba a través de un móvil de lectura digital . Los dos chicos que se encargan de recoger los envases van vestidos con unas camisetas azules en las que se puede leer “Cruïlla sostenible”; detrás tienen cajas para ir colocando los vasos devueltos, que luego llevan a lavar, y una vez limpios se ponen en funcionamiento de nuevo. No es el único lugar de recogida de envases, hay más alrededor de las paradas de comida, e incluso las hay móviles, es decir personas que pasean por el gran comedor del Cruïlla con la cesta en la mano y el móvil en la otra para devolver el dinero a la tarjeta de la pulsera. Es la manera para que no se vean platos ni vasos en el suelo, para que no se generen plásticos desechables y sobre todo para que no haya la basura llena de envases.

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Ahora bien, la sostenibilidad que defiende el Cruïlla también se conjuga con otros factores: "Es la primera vez que en un festival se vende fruta fresca y de temporada", dicen las dos chicas que arrastran una carretilla de madera, con ruedas de bicicletas, en la que hay cajas de nectarinas y paraguayos deAitona Gourmet, la empresa que te lleva a casa fruta de lujo recién cosechada, y que pertenece al periodista Tatxo Benet. “Nos compran fruta de dos en dos; apenas nos hemos encontrado a nadie que haya querido una única pieza, y sobre todo vendemos por la tarde”, explican las jóvenes, que se basan en la experiencia del primer día, el miércoles, porque el jueves, el segundo día, apenas acaba de empezar. ¿Los precios? Una prenda, dos euros. Dos, tres.

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Con la nectarina en la mano, limpia y fresca porque en la caja había cubitos de hielo, voy a la parada El Filete Ruso, donde pido la hamburguesa vegetariana: espinacas, lentejas, pan rallado, champiñones y salsa pesto, que cuesta once euros. Es contundente, y de gran tamaño, y como siempre ocurre con las burgueros hay que hacer mordeduras grandes para recoger todos los ingredientes. El Filete Ruso, de Claudio Hoyos, cuida la calidad del producto, ecológico, y difunde su origen con carteles que se pueden leer en su stand.

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Me queda el colofón final, el postre, pero antes paso por delante del Green Vita, que vende arroz rojo y hummus con pan de pita y palitos de zanahoria y pepino. Y ahora ya, el dulce. En el Cruïlla está la mejor tarta de queso 2024, según Lactium, la fiesta del queso catalán. Las hermanas Meritxell y Elisabeth Montaña venden la tarta a cortes, y explican que el premio les ha traído muchos nuevos clientes a Flix. "Estamos en Flix", remarcan ambas para remarcar que están situadas en la Catalunya que nadie recuerda, aquella que mentalmente parece lejana pero muy cercana. Quien los hace, los pasteles, es Pau Carranza, y las dos hermanas añaden que en el Cruïlla venden cada corte a 5,50 euros.

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Y ahora sí, ya es la noche, todavía no está oscuro porque en julio nos hace promesas de verano eterno, y el caudal de gente es abundante. Empieza a ser la hora de cenar, y en el Cruïlla todos los cocineros lo tienen listo para atender a los 25.000 visitantes diarios que la organización limita como aforo máximo.