Fideos 'made in' Taiwán: una tradición milenaria que se resiste a desaparecer
La producción artesana de pasta ha ido decreciendo en detrimento de la industrial ya que es mucho más laboriosa
TaiwánEn un patio escondido entre varias casas en la pequeña localidad rural de Fuxing, situada en la costa oeste de Taiwán, un matrimonio de unos sesenta años se mueve rápidamente de un lado para otro para colocar cuidadosamente al sol lo que desde lejos parecen enormes sábanas. Hace años, esta misma escena podía verse en muchos patios del barrio, pero hoy la familia Lin es una de las últimas que siguen preparando. fideos a mano siguiendo el proceso tradicional que se ha ido pasando de generación en generación. Lin Zheng Yi, de 63 años, que lleva desde las cinco de la mañana trabajando y ahora, seis horas más tarde, está colgando las finas tiras de fideos en el patio.
Zheng Yi es la tercera generación de su familia que se dedica a elaborar en Taiwán este tipo de fideos hechos a mano, llamados misua o mian xian en mandarín. “Mi familia proviene de la provincia de Fujian, en el sureste de China, desde donde trajeron esta antigua tradición que tiene más de dos mil años”, dice Zheng Yi, que aprendió la técnica del padre cuando era pequeño. “Son fideos extralargos y delgados que tradicionalmente se comían los días festivos o para celebrar los cumpleaños como símbolo de longevidad, pero actualmente se comen todos los días”, añade Liao Li Mei, de 60 años, que lleva 37 años junto al su marido manteniendo viva esa milenaria tradición.
Harina de trigo, agua y sal
Al día siguiente, como todas las mañanas, el matrimonio está preparando la masa hecha únicamente a base de sesenta y seis kilos de harina de trigo, agua y sal. Después de amasarla y dejarla reposar para que adquiera flexibilidad y no se rompa cuando la estiren hasta que queden hilos de unos cinco metros de largo. Todo el proceso tiene lugar en las dos habitaciones de la casa que dan al patio donde después colgarán los fideos como si se tratara de la colada. En la habitación más grande, de unos 20 m², con paredes azules llenas de fotografías y recortes de periódicos enmarcados cubiertos por una capa de harina, hay seis pequeñas máquinas con ruedas para poder moverlas de un sitio al otro y dejar espacio en función de lo que se esté haciendo en ese momento. "Unas sirven para preparar la masa, otras para estirarla para poder hacer los fideos y otras para cortar y envasar", explica Zheng Yi que en ese momento está en el centro de la habitación amasando de rodillas mientras de fondo se oye música taiwanesa que sale del móvil.
Mientras en la habitación de al lado, algo más pequeña y sin tantas decoraciones en las paredes, Li Mei va enrollando una tira de masa en dos cañas de bambú que están sujetas por un extremo en la pared. Cuando tiene toda la tira colocada en las dos cañas la estira haciendo varios movimientos de tijera, después las cuelga en un soporte colocado en una esquina de la sala que ocupa prácticamente la mitad del espacio para dejar que los fideos se estiren con el peso. Zheng Yi deja reposar la masa que estaba preparando y se va a la habitación de al lado con su esposa para seguir tirando de las tiras de fideos que ha dejado colgadas. Después de echarles un poco de harina por encima, les pone una tercera caña en medio, hace unos cuantos movimientos de tijera más para que queden más finos y los vuelve a colgar en el mismo sitio para que se sigan estirando.
Al terminar vuelve a la habitación donde está la masa que ha dejado reposar, la talla y mientras la va repartiendo en bandejas de plástico, la puerta que da al patio se abre y aparece una mujer, una clienta habitual que viene a comprar un paquete de fideos. Tras cobrarle los 80 dólares taiwaneses (unos 2,50 euros) comienza a estirar con las manos los trozos de masa que va colocando en espiral de nuevo a las bandejas. "Paso los rulos de masa por estas dos máquinas varias veces para estirarlos más aún, hasta que quede una tira más fina", nos cuenta Zheng Yi, que no ha parado de espolvorear harina por encima durante toda la operación y ahora recoge la masa, que ya sólo mide unos dos centímetros de espesor, colocándola de nuevo en las bandejas que después utilizará su mujer para estirarlas aún más en las cañas de bambú. Ambos trabajan descalzos, prácticamente sin hablar, cada uno concentrado en su labor mientras la música que suena de fondo va marcando el ritmo de sus movimientos.
Un ritual diario
A media mañana, al igual que el día anterior, el matrimonio empieza a sacar a los fideos al patio, donde el sol y la brisa suave los acabará secando. Tienen instalada por todo el patio una estructura de madera con agujeros para poder sujetar las cañas de bambú en las que están enrollados los fideos. Primero clavan las tres cañas en una de las barras verticales y añaden una cuarta caña para estirar a los fideos desde el otro extremo y hacerlos más finos. Mientras él aguanta las cañas ella estira a los fideos haciendo movimientos como si estuviera sacudiendo una sábana. Una vez terminada la operación, vuelven a colgarlos. Cuando ya han estirado varios, los van colocando en horizontal por todo el patio para que se vayan secando al sol. En un momento el patio queda prácticamente cubierto de fideos como hamacas gigantes de hilos muy finos, de sólo unos milímetros y unos 5 metros de largo. El siguiente paso será doblarlos por la mitad con otra caña y colgarlos en vertical, convirtiendo las hamacas en cortinas de unos 2 metros de altura, con la parte inferior que se arrastra por el suelo. Al cabo de unos minutos y después de comprobar su humedad, los atan con un cordón. “Los atamos porque al estar colgados, los fideos se siguen estirando y la parte inferior es más fina que la superior, y así evitamos que la parte inferior quede sobreexpuesta al sol”, nos explica Lin Zhangyu Zhi Qi, la madre de Zheng Yi, de 80 años, que, aunque hace años le pasó el relevo a su hijo, le sigue echando una mano y supervisando el proceso.
Mientras su hijo y su nuera siguen estirando a los fideos en el patio y colgándolos al sol para que se sequen, Zhangyu Zhi Qi controla el horno donde se cuecen desde las cinco de la mañana los fideos que secaron el día anterior. El horno de leña está en la cocina familiar, en un extremo de la casa, al final de un estrecho pasillo que da acceso a las pequeñas habitaciones en las que vive la familia Lin. Justo antes de llegar a la cocina hay una pequeña habitación con varios ventiladores sirve para secar a los fideos cuando llueve y donde se enfrían los que van saliendo del horno. Un rudimentario horno de leña alimentado de virutas de madera y que prácticamente ocupa toda la cocina es donde se cuecen los fideos durante seis horas llenando la diminuta habitación de humo. “Los fideos blancos se vuelven rojos después de pasar por el horno al vapor”, nos cuenta Zhangyu Zhi Qi envuelta en una nube de vapor después de cerrar la puerta del horno. "Vendemos dos tipos de fideos, los secos y los cocidos al vapor, que son los que tienen este color más rojizo".
Mientras tanto, en el patio, el matrimonio ya ha empezado a recoger a los fideos y los van dejando en el suelo de la sala. Le Mei se sienta en un taburete bajo y va sacando las cañas de bambú de los fideos que están echados al suelo, sacando las partes más gruesas que estaban enganchadas a la caña. Si ve que algunos todavía están un poco húmedos los vuelve a sacar al patio para que se sequen, ahora ya más cortos porque les ha ido cortando. Los va colocando en un carro, y los excedentes los pone en cestas: son los que después venderán a granel. Durante ese rato no paran de entrar clientes a comprar paquetes de fideos. "Vienen en todo momento porque no tenemos horarios", dice con una sonrisa, "nuestros clientes saben que siempre estamos en casa", comenta Li Mei.
Al mediodía llega Lin Weini, la hija pequeña del matrimonio, de 28 años, a comer con sus padres y su abuela. “Les ayudo de vez en cuando, pero ni yo ni mis hermanos mayores, de 32 y 36 años, estamos interesados en continuar con la tradición familiar y hemos buscado otras formas de ganarnos la vida”, dice sentada junto a la su madre. “Es un trabajo muy pesado y sacrificado, y aunque me sabe mal que se pierda el oficio que aprendí de mi padre y de mi abuelo, me alegro de que mis hijos se dediquen a otras cosas”, añade Zheng Yi mirando con orgullo a su hija.
Cuando acaba de comer, el matrimonio reanuda el trabajo. Zheng Yi en la habitación principal cortando con una máquina los fideos rojizos cocidos al vapor que se venderán a granel para hacer sopas, y Li Mei en el salón, sentada en un taburete bajo en un rincón junto a su suegra que sigue con atención una telenovela, empaquetando los fideos secos. Va pesando y haciendo pequeños manojos de fideos que ata con una goma. Por último, hace bolsas de seis manojos donde pone la etiqueta del producto y las sella con una pequeña selladora.
“Antes casi todos nuestros vecinos hacían los fideos a mano como nosotros”, dice con nostalgia Zheng Yi mientras nos muestra una fotografía antigua hecha desde un tejado donde se ven varios patios con fideos secándose al sol, “ y en pocos años ya no se verán más patios como el nuestro”. Pero hasta entonces, Zheng Yi y Li Mei continuarán trabajando de sol a sol para elaborar los deliciosos misua que llevaron a Taiwán a los migrantes chinos provenientes de Fujian desde principios del siglo XVII.