Alimentación sostenible

"Si de verdad te preocupa el planeta, cambia la quinoa por el trigo sarraceno"

Para comer bien y de forma sostenible no es necesario recurrir a alimentos de lejos ni dejarse llevar por mensajes "estrambóticos"

BarcelonaComer más vegetales y menos carne es clave para mejorar nuestra salud y la del planeta. Es una idea en la que los científicos insisten cada vez más a partir de numerosas evidencias y que, además, es alcanzable si tomamos la dieta mediterránea como la base de nuestra alimentación. Sin embargo, lo cierto es que en los últimos años hemos buscado alternativas porque parecía que no era suficiente con la alimentación tradicional. En las tiendas y supermercados se han extendido la quinoa, el aguacate y la nuez de macadamia aunque suelen venir de lejos. También innovaciones como la "carne" vegetal, aunque a menudo se presenta como un ultraprocesado. Además, se han hecho populares dietas que se han puesto en cuestión, como la de Montignac, basada en el índice glucémico, o la paleolítica, que promueve comida como cuando vivíamos en las cavernas.

Ahora bien, en un contexto cada vez más dominado por la crisis climática, en el que el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero son generadas por el sistema alimentario, y ante el reto de alimentar a una población mundial que podría acercarse a los 10.000 millones de habitantes en el 2050, no puede obviarse que las decisiones que tomamos hoy con la comida son trascendentales para el futuro de la humanidad. Lo han reivindicado este martes los nutricionistas Abel Mariné y Jordi Salas-Salvadó, ambos miembros del Institut d'Estudis Catalans (IEC), en el debate La comida: ¿qué comeremos en el futuro?, el sexto y último del ciclo de este año IEC-ARA Cuestiones IEC: interrogamos, entendemos, conversamos, y que ha sido conducido por la directora delAhora Domingo y responsable de la sección de Estilo del ARA, Thaïs Gutiérrez Vinyets.

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Para Salas-Salvadó, catedrático de nutrición y bromatología de la URV, "el sistema alimentario está deteriorando el planeta de forma muy rápida", lo que acabará yendo en detrimento de la salud humana. En su opinión, es necesario ser más sostenibles y recurrir a "la dieta mediterránea de siempre", incrementando la ingesta de alimentos de origen vegetal –también legumbres, al menos tres veces a la semana, y frutos secos–, con un mínimo de cinco piezas de fruta y verdura al día; optar más por el pescado y la carne de ave que por la roja y evitar la procesada; evitar también las bebidas azucaradas, y consumir cereales integrales, priorizando los productos de proximidad en todos los casos. Cambios como éstos se ha demostrado que tienen un impacto directo en la reducción de emisiones y al mismo tiempo en el incremento de la esperanza de vida.

Aún así, estamos en tiempos de sobredosis informativa, de mensajes que pueden ser contradictorios y en los que se presta más atención a los que son "cuanto más estrambóticos mejor", dice Salas-Salvadó. De ahí que se hayan abierto camino algunas dietas como la paleolítica, basada en un tiempo que para comer debía cazarse y ya se ingerían vegetales. "¿Por qué tenemos que vivir como los paleolíticos?", se preguntó Mariné, quien cree que "la gente está más dispuesta a creer lo alternativo", y considera que el futuro implica tener una visión de los alimentos menos emocional y más científica. Asimismo recuerda que hay que ser cauto con los estudios, y lo ejemplifica con uno danés que concluía que quien bebe algo de vino tiene mejor salud. Ahora bien, Dinamarca no es un país vinícola, así que una revisión posterior ha demostrado que allí toman vino más bien los ricos, que a su vez tienen hábitos saludables como ir al gimnasio.

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Los "preenfermos" de la quinoa

Según Mariné, profesor emérito de nutrición y bromatología de la UB, el mundo de hoy lleva a comer deprisa y fuera de casa –ya se habla de que los pisos del mañana serán sin cocina– y al mismo tiempo se abre paso la preocupación por la salud –el fenómeno de los "preenfermos"–, hasta el punto de exagerar lo que se debe hacer y buscar productos que no son de proximidad, como es el caso de la quinoa. Era un alimento saludable y económico, cultivado en lugares de Sudamérica donde no se pueden cultivar cereales por su clima extremo. Pero ahora ya no: ponerse de moda en Occidente la ha convertido en cara y escasa, y eso que aquí no es un producto necesario de la dieta y contamos con alternativas, como los trigo sarracenos de la Garrotxa.

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"Como están cerca, no les hacemos caso", lamenta, si bien al mismo tiempo no es infrecuente que consumir un producto de proximidad resulte más caro que uno más lejano. Salas-Salvadó detalla que un reciente estudio ha concluido que la dieta mediterránea puede salir algo más cara que una occidental, pero los precios pueden bajar si se incrementa la demanda de los alimentos cultivados cerca. Además, está de acuerdo con Mariné en que la industria alimentaria hace buenos productos. Aún así, Salas-Salvadó considera que "lo único que piensa es en producir lo más posible", y propone aplicarle impuestos para destinarlos a subvencionar la fruta y verdura.

Los dos nutricionistas también recomiendan tomar agua del grifo, porque según Mariné al menos en entornos como el nuestro "es el producto más controlado del mundo" y una forma de no generar tantos envases, que tienen un impacto enorme. "En este momento estamos respirando plástico", advierte Salas-Salvadó en el transcurso del debate. Si aspiramos a reducir los envases y comer más producto fresco, seguramente necesitaremos ir de compras más a menudo, pero planificar bien el menú semanal nos puede ayudar a organizarnos. También recalcan que conviene comer más despacio, porque sentimos que nos hemos saciado antes y acabamos comiendo menos cantidad.

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Insectos ya comemos sin saberlo

Es recurrente sentir que una de las comidas del futuro serán los insectos por su buen aporte proteico y que quieren producirse a gran escala. Además de tener una larga historia como alimento –incluso aparecen en el Evangelio–, tampoco hemos quedado al margen. "A mucha gente le estremece mucho, pero sepan que todos hemos comido", resalta Mariné, quien explica que los insectos están en el medio ambiente y las larvas o el insecto en sí mismo –o algunas partes– pueden quedar en medio de alimentos como las harinas. Tanto es así que se ha estimado que todo ciudadano de un país desarrollado ingiere entre medio kilo y un kilo de insectos al año, asegura Mariné. Quizás un escarabajo no nos lo comeremos entero, pero sí harina de insecto, y los nutricionistas también se han referido a otros candidatos con muchos números de formar parte de nuestras comidas, como las medusas o una impresión 3D con apariencia de merluza hecha a partir de vegetales.