El radar suculento

La Real: hamburguesas clásicas de la mano de una familia que ha salido adelante

Este establecimiento de la calle Valencia nació con voluntad de ser un sitio para la gente del barrio

04/12/2025

BarcelonaEsta historia terminará en Barcelona y dando forma a una fantástica casa de hamburguesas de la calle Valencia, La Real. Pero antes, es necesario conocer la historia que hay detrás, llena de amor, pero también, desgraciadamente, de dificultades. Como hilos conductores tenemos la carne y el azúcar.

Eduardo Egui era piloto de aviones y se enamoró de una azafata de vuelo, Leonor Zambrano. Un día le dijeron que era diabético y que no podría hacer volar más aviones comerciales. Si el azúcar se le descompensaba, podía ser fatal. Lo que para muchos sería un jarrón de agua fría, fue una gran noticia: por fin se podría dedicar a lo que siempre había querido, que era ser granjero. La familia tenía una finca en una zona remota de Venezuela. Tenían ganado de todo tipo: terneros, caballos, gallinas. Hacían quesos. Una vida autosuficiente. Eduardo y Leonor tenían tres hijos, Eduardo, Alejandro y David. El mayor, que se llamaba como él, lo aprendió todo en la finca. Se puso a estudiar ingeniería, hasta que un día decidió también hacer caso a su auténtica vocación: en este caso la cocina. Trabajó en grandes casas, como en la del reputado cocinero Carlos García, del restaurante Malabar y Alto. Y acabó abriendo Caracas Catering, para realizar alta restauración por encargo.

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Un mal día, sin embargo, Eduardo Egui padre, nuestro ganadero, fue secuestrado. Una práctica que desgraciadamente se llevaba a cabo en varios países de América Latina. Los secuestradores le mataron. La familia capeó el temporal e hizo gala de un gran ejercicio de resiliencia. Leonor vio que tenía que trabajar fuerte y aprendió pastelería. Buscó los mejores cursos y estuvo con Carlos García, Antonio Bachour, y durante un tiempo estuvo en Barcelona aprendiendo con Christian Escribà. Ahora se dedica al universo dulce con su empresa Azucart. El azúcar reaparece en esta historia. En cuanto al hijo pequeño, empezó a escribir de gastronomía ya tomar fotografías profesionales de platos. Ahora se dedica a representar restaurantes de todo el mundo y lleva años instalándose en la capital catalana, porque en Venezuela vivían unos tiempos de mucha incertidumbre. Llegó algo antes que su hijo mayor, Eduardo, que vino a parar aquí para abrir la hamburguesería La Real en el 2017 con un socio, Arturo López. Tenían que estar sólo unos meses. Él, su esposa, y su bebé. Finalmente han hecho su casa. Y su segunda hija ya prefiere hablar catalán, comer aceitunas y, claro, hartarse de fuet. No podemos juzgarla.

El hilo invisible

El conocimiento del Eduardo del sector primario le permitió elegir bien a los proveedores, especialmente en lo que se refiere a la carne con la que hace las hamburguesas. La ternera le sirve el Mas Vall-Llosana de Castellterçol. Una granja familiar que le recordaba la de su infancia y con la que conectó instantáneamente. A menudo existe un hilo invisible que trenza las cosas.

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Eduardo explica que parte del éxito de la Real es que han hecho hamburguesas clásicas. Querían ser la hamburguesería del barrio para los vecinos. Y ha salido adelante. No se han apuntado a las modas de las hamburguesas espectáculo, llenas de cosas como gofres. Hamburguesas monstruosas. Ni a las smash burguer, pensadas para esconder que la carne puede que no sea de mucha calidad. Ellos de smash las ofrecen porque hay quien la pide, pero no es la hamburguesa canónica, ni la que más vienen. En La Real tienen una cebolla que sirven abierta en forma de flor que funciona perfectamente como acompañamiento para compartir. Y de su Venezuela natal sólo han incorporado los tequeños, algo relativamente reciente tras ver que en Barcelona estaban funcionando bien en otros establecimientos.

Cuando llegaron a Catalunya los Egui no conocían la realidad de aquí. Ahora sí, y comparten algunas reivindicaciones, como el hecho de que debe evitarse que Barcelona pierda su identidad y sus comercios históricos. Han trabado amistad con catalanes. En el caso de Eduardo, sobre todo gracias a los padres con los que comparten la escuela a la que acuden sus hijos. Han visto también cómo hemos cambiado como consumidores. El primer día que abrieron todo el mundo les pedía cubiertos. A ellos nunca se les habría ocurrido. "Es como comer una arepa con cubiertos", dice Eduardo. Ahora hay gente de todo, pero muchos comensales prefieren ya comer las hamburguesas con las manos. Se dieron cuenta que en Cataluña la gente tiene cultura gastronómica y que valora el producto. Y están tranquilos, porque haciendo hamburguesas clásicas con buenos ingredientes saben que nunca van a pasar de moda.