Opinión

Si los alumnos ya vinieran educados de casa

Un grupo de alumnos de bachillerato en la entrada de un Instituto
20/10/2025
Escriptor i professor de secundària
3 min

BarcelonaSiempre he pensado que si en los institutos nos centráramos más en enseñar y los alumnos ya vinieran educados de casa obtendríamos una mejora exponencial en los resultados. Si hacemos el ridículo en los informes PISA es porque ya no se prioriza el aprendizaje de los contenidos. En la universidad esto es impensable. Tengo un familiar que es profesor universitario y le pregunté cómo gestionaba el tema de los móviles, ahora que en secundaria los hemos prohibido porque distraían. Me confesó que muchos de sus alumnos no sabe cómo se llaman. Que da las clases sin pasar lista y ellos a veces toman apuntes, a veces se duermen, a veces, también, ve cómo pierden el tiempo con el móvil. La línea roja es no interrumpir la concentración del profesor. Por tanto, la prioridad es "enseñar".

Es evidente que secundaria y universidad son etapas distintas y en teoría los alumnos en edad adulta e inquietudes académicas ya dominan el aprender a aprender. Pero en secundaria son tantos los frentes que tenemos abiertos que es difícil que el contenido de la materia obtenga el protagonismo y el respeto que merece. Ahora todo acapara la gestión de la diversidad y todo gira a partir de las directrices de los psicopedagogos; por tanto, de las emociones.

Intentar dar clase

Una hora lectiva en secundaria son los cinco minutos que los alumnos necesitan para entrar y sentarse en las sillas, otros cinco para sacar el material, cinco para pasar lista y comprobar que no haya móviles a la vista. Necesitan otros cinco para recoger, y cinco antes ya resoplan porque están cansados. Con la media horita que queda se supone que debe hacerse materia, no sin mil interrupciones. Que si deben ir al lavabo, que si tienen que cargar el Chromebook, que si uno hace ruiditos, que el otro le lanza un proyectil al de más allá, el disruptivo que necesita que le expulsen, lo que llama a media explicación y los que charlan sin cesar, que son casi todos. A menudo no hay un minuto sin ruido. De hecho, cuando se produce el milagro del silencio absoluto se asustan y enseguida deben verbalizarlo.

En algunos grupos sabes que no tienes más de diez minutos de su atención, por eso enseguida ponemos ejercicios, para ver si han entendido algo. Hacer ejercicios les gusta más que escuchar al profesor porque pueden charlar mientras van haciendo. Y si no lo entienden se copian, y entonces juegan con el chantaje que si les dejas escuchar música van a trabajar mejor. Nuestros adolescentes, después de hacer los deberes con IA, pueden estar horas mirando reeles absurdos que duran diez segundos. Ésta es la realidad que tenemos en las aulas. Una mezcla de dejadez por parte de las familias, que se han creído (o les han dicho) que lo de educar era cosa de escuelas y de institutos; las escuelas y los institutos para aceptarlo totalmente, y un mundo tecnológico que premia la inmediatez, el ruido y la espectacularidad.

Pero un buen aprendizaje necesita tiempo y paciencia. Jugar con los aparatos tecnológicos quizás hace que los alumnos se lo pasen mejor en clase, pero no profundizan en la comprensión ni en la memorización a largo plazo. Por un lado, tenemos un entorno donde concentrarnos nos es más difícil y, por otro, los docentes todavía tenemos que dedicar una parte importante de nuestras energías a repetir hasta la extenuación que deben sentarse bien, que no deben insultarse ni pelearse, que hay unas normas de centro a seguir, que deben respetar los docentes y respetar a los docentes. Si no son capaces de callar y escuchar a más de cinco segundos, entonces aprender es una quimera.

Una desgracia añadida

En las reuniones de profesores se habla de conflictos y de burocracia, y no queda tiempo para debatir cómo podemos explicar mejor la materia. Quizás porque es un tema difícil de resolver, los gurús han querido justificar que, en un siglo en el que la información está al alcance de un clic, lo que debemos priorizar es el bienestar del alumno a través de gestionar sus emociones. En realidad se nos pide un milagro aún mayor. Quieren que despertemos la curiosidad por aprender a alumnos que no tienen paciencia, acostumbrados a las noticias banales y que no tienen una base sólida en cuanto a valores y actitudes.

Además, en ese país tenemos una desgracia añadida. Entre los adolescentes está bien visto ser un mal estudiante. No son pocos los que, a falta de otras habilidades, se jactan de reventar las clases y se sienten orgullosos de ser unos ignorantes. Más bien están esperando a que les regalemos el título de la ESO para hacer sus trapicheos. Nada más humillante para un profesor que un alumno te diga que sus padres ganan el doble que tú haciendo "negocios" de dudosa moralidad. Eso sí que es una lección de la que deberíamos aprender. Para cambiarla, claro. Si no, somos y seremos un país fallido.

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