El catalán, la herramienta de cohesión en una escuela de alta complejidad
CanovellasLos centros de alta complejidad son hoy la vanguardia de nuestro sistema educativo. Allí donde conviven decenas de lenguas, historias y expectativas, se concentran también las más duras desigualdades sociales y las oportunidades más transformadoras. En estos contextos, la lengua catalana juega un papel decisivo: puede convertirse en el pasaporte que abre la puerta a la igualdad de oportunidades o, si no se trabaja con intensidad y rigor, puede convertirse en un factor más de desigualdad.
"Asumir responsabilidades. Celebrar la diversidad. Construir escuela desde el compromiso y la confianza." Ésta no es sólo una frase bonita, sino que también es la idea que ha guiado la elaboración y puesta en marcha del Plan de mejora educativa de la lengua catalana en la Escuela Jacint Verdaguer, de Canovelles. Y aunque nace en un centro concreto, el reto que plantea es compartido por todas las escuelas de alta y máxima complejidad del país.
El punto de partida es claro e incómodo. Una parte significativa del alumnado no llega a dominar bien el catalán al finalizar primaria, sobre todo en lo que se refiere a la comprensión lectora y la expresión oral. Las familias tienen conocimientos muy diversos de la lengua y esto condiciona el soporte que pueden ofrecer. Y los recursos están ahí. Sin embargo, a menudo no llegan con la flexibilidad que exige la realidad diaria de las aulas. Esta fotografía no es exclusiva de Verdaguer: es la que comparten muchos centros que, día tras día, trabajan para transformar la diversidad en oportunidad y no en obstáculo.
Ante esta realidad hemos decidido actuar. El plan que hemos diseñado pone el foco en los momentos decisivos de la etapa: a ciclo superior, en el que las brechas se hacen más visibles, hemos reforzado el trabajo oral y escrito; en I5 y en los primeros cursos de primaria hemos establecido mecanismos de detección temprana para identificar dificultades antes de que sean irreversibles, y en todo el centro hemos incorporado instrumentos propios de evaluación que nos permiten realizar un seguimiento individualizado de cada alumno. Pero la apuesta no se detiene en las paredes de la escuela. Sabemos que la lengua crece cuando toda la comunidad educativa se implica, y por eso trabajamos codo con codo con familias, inspección, servicios educativos y entidades locales.
La inclusión no es una etiqueta
Este esfuerzo sería incompleto sin una firme convicción: la inclusión no es una etiqueta, es una práctica. Por eso nos hemos comprometido a personalizar el aprendizaje cuando es necesario, adaptándolo al contexto ya las necesidades reales de cada niño, ya hacer universales las metodologías que mejor funcionan para que todo el mundo, sin excepción, tenga acceso a la misma clave de futuro.
Un plan como éste debe ser medible, porque la credibilidad sólo se logra con evidencias. Nos hemos fijado objetivos claros: mejorar la comprensión lectora en catalán a ciclo superior en un 20% en dos años, reducir del 18% al 10% el número de alumnos que terminan primaria con competencia oral insuficiente antes de 2027 y aprovechar todas las evaluaciones externas no como trámites burocráticos, sino como herramientas pedagógicas. Este compromiso con los datos es también un compromiso con la comunidad: familias, maestros, administración y, sobre todo, alumnado.
La lengua catalana es el elemento que hace posible que un aula diversa se convierta en una comunidad cohesionada. No se trata de suplantar otra lengua, sino de asegurar que todo el mundo dispone de un código común que garantiza el acceso al conocimiento, a la cultura ya la plena ciudadanía. La lengua es, a su vez, espacio compartido, herramienta de cohesión y garantía de igualdad real. Y si algo nos recuerda la experiencia del Verdaguer es que la diversidad no resta, sino que multiplica cuando se gestiona con rigor y compromiso.
Lo que hemos puesto en marcha es sólo una pieza de un mosaico mucho más amplio. Todos los centros de alta y máxima complejidad comparten la misma necesidad: convertir al catalán en palanca de transformación educativa y social. No hablamos de iniciativas aisladas, sino de la necesidad de protagonizar hoy un nuevo gran salto adelante, con la misma determinación que inspiró a las políticas de inmersión lingüística de los años ochenta. Esa apuesta colectiva marcó una generación. Ahora nos toca a nosotros renovarla y adaptarla a los retos del siglo XXI, con criterios compartidos y con la convicción de que la escuela es, y debe seguir siendo, el auténtico motor de cohesión social.
El Plan de mejora educativa de la lengua catalana es, en definitiva, una apuesta valiente y necesaria. Nos recuerda que la igualdad no es un eslogan, sino un trabajo concreto, medible y compartido. Nos dice que la lengua no es un muro, sino un puente.
Que por nosotros no quede. Ésta debe ser la convicción de todos los centros que sostiene la escuela en los contextos más exigentes. Si queremos que el catalán sea bastante de cohesión y de igualdad, será necesario que todos, sin excepción, nos comprometamos. Sólo así la escuela seguirá siendo el motor de transformación social que ese país necesita.