Con ojos de juego

Éste es el color que invade la infancia (y no debería ser así)

Jugando con colores
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BanyolesDesde Goethe hasta la actualidad, muchos estudios han demostrado su relación entre el color y las emociones. El color no es sólo estímulo visual, es lenguaje emocional. Un estudio publicado en Frontiers en Psychology (2020) afirma que ciertas tonalidades influyen en nuestro estado de ánimo: los tonos cálidos activan, los fríos calman, y los colores vivos generan alegría o excitación. ¿Eso significa que debemos rodear a las criaturas de colores fluorescentes? No, pero sí hay que entender que el color habla y, sobre todo, acompaña.

Cuando la vida y el juego de los niños se vuelve beige

Los colores muy estridentes pueden alterar el estado de ánimo, por eso es recomendable que las paredes de las aulas y de las habitaciones se pinten con tonos suaves y neutros. Pero una cosa es favorecer un entorno tranquilo, y la otra es convertir a la infancia en un catálogo de diseño nórdico.

No dudamos de que detrás de esta tendencia hay una intención de cuidado. Todas las familias quieren lo mejor para sus hijos, pero la moda del beige ha llevado al minimalismo estético a extremos que a nosotros nos preocupan. Habitaciones monocromáticas, ropa sin contraste, juguetes que parecen objetos de decoración. ¿Dónde está la alegría del color que necesita la infancia?

El color como experiencia vital

Los niños exploran, construyen y se expresan a través del color. Jugar con piezas de colores vivos no sólo es estimulante a nivel sensorial, también facilita la categorización, la secuenciación, la memoria visual y la asociación simbólica.

Un niño rojo puede ser una emoción, una bandera, una señal. El color amplía las posibilidades de juego y de expresión emocional.

La estética adulta no debe colonizar la infancia

El universo infantil de repente se ha vuelto triste, homogéneo y alejado del sentido común. En la naturaleza hay color, acceder a lo que nos ofrece es un derecho y hacerlo neutro es desnaturalizar la infancia.

Hemos sido muy críticas con el uso del color y la estridencia que se utilizó en nuestra infancia, con una gama cromática limitada a los colores primarios, a menudo alejados de la naturaleza y de la sensibilidad hacia la armonía. Crecimos rodeadas de los colores del parchís… y como es la vida, ¡quizás tuvimos suerte! Antes de quedarnos con el beige, nosotros preferimos a nuestros queridos azul, amarillo, verde y rojo.

La estética adulta no debería colonizar la infancia. Los niños buscan el color, el contraste, la intensidad y la vitalidad. Necesitan que el mundo cotidiano hable su lenguaje: lleno de matices, rojos intensos, azules profundos y verdes esperanzadores.

Una infancia viva ya todo color

Reivindicamos una paleta de colores que represente a la infancia tal y como es: rica, expresiva, natural, real y llena de matices.

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