Cuatro formas de celebrar Navidad
Familias de diversas culturas y tradiciones explican cómo viven las fiestas navideñas
GeronaYa ha llegado Navidad. Una efeméride que, lejos de las idílicas imágenes que enseña la sociedad, se muestra tan diversa como familias hay en el mundo. Para algunos es sinónimo de celebración y adornos que dan más calor al hogar. Otros disfrutan como evento, pero no por creencias. También hay familias que, arraigados a su tradición, la reproducen también aquí, incluso, con la llegada de Papá Noel, o algunos viven la Navidad con la verdad por delante sin que esto quede magia ni alegría a los niños. Cada uno a su modo, de acuerdo a su idiosincrasia, naturaleza e identidad. Y donde todo es plausible. Hablamos con cuatro familias para que nos expliquen cómo viven las fiestas navideñas.
"La llegada de Papá Noel nos arraiga y nos vincula al lugar de donde venimos"
Familia Stolz-Kopperschmidt
Con ese aroma de comida cocinada en el horno, la familia Stolz-Kopperschmidt cada 24 de diciembre se reúne en el comedor de casa esperando la llegada de una persona muy deseada: Papá Noel. La casa está decorada para recibirla con pegatinas de estrellas brillantes en algunas ventanas y también figuras hechas con pasta de sal y pintadas de colores en el recibidor. En el centro de la mesa del comedor está colocada la corona tradicional de troncos, piñas y romero, entre otros elementos, que sus hijos, Gil de diecisiete años, Leo de catorce años, y Lucia, de siete, han elaborado con materiales encontrados en el bosque.
Confeccionar esta guirnalda navideña, que tiene cuatro velas –cada domingo del mes de diciembre se enciende una–, forma parte de la celebración. "Cuando era pequeña, la hacíamos en casa", recuerda Katrin Kopperschmidt que, aunque lleva muchos años viviendo en Catalunya, es originaria de Hamburgo (Alemania) y su marido, Rudi Stolz, de Munich (Alemania). Cuando Papá Noel irrumpe, pica por fuera todas las ventanas del comedor para hacer saber que ya ha llegado. "No encuentra la puerta", ironiza ella. Fuera es oscuro pero se vislumbra la barba blanca junto al cristal. Suele aparecer, aproximadamente, a las siete de la tarde, momento en que a muchos hogares catalanes falta poco por cagar el tió. La familia Stolz-Kopperschmidt se emociona al ver a este hombre de barba blanca. Incluso los mayores.
Una vez dentro, Papá Noel se sienta en un sillón del comedor y empieza a leer junto a la familia las proezas conseguidas por sus tres hijos en un libro de color de plata, en el que representa que está escrito todo lo bueno que los niños de todo el mundo han realizado durante el año. Luego llega la música: Gil saca la guitarra e interpreta algunas canciones. Se recitan poemas que se han trabajado en la escuela. "Hay un ambiente festivo. Celebramos la llegada de Papá Noel", comenta la madre. La visita se alarga algo más de una hora y después se despide avisando de que ha dejado unos cuantos regalos fuera. Los hijos y los padres salen entusiasmados en cogerlos y los llevan hacia adentro, concretamente debajo del árbol de Navidad. A cambio, como compensación, Papá Noel, aparte de abrazos se lleva una cesta con queso, elaborado en una granja cercana, además de cerveza alemana y también galletas caseras. "Por el viaje de regreso", afirma Kopperschmidt.
Un conocido de barba blanca
Esta celebración es tanto para ella como para la familia –también participa la hija mayor de Rudi, su marido, y sus tres hijos– una forma de mantener cerca sus orígenes "No lo hacemos por creencias religiosas. , sino por tradición Nuestra familia está lejos. Magos, por ejemplo", añade Kopperschmidt, que detalla el momento en que vio claro que debía mantenerlo. "Mi hijo mayor, Gil, tenía algo más de un año. Apenas empezaba a caminar. Yo salí fuera y cuando volví a entrar en casa, el niño llevaba en la mano una guirnalda de Papá Noel, que acababa de marcharme. Me enseñó la guirnalda y, a los suyos. ojos, le vi la emoción de haber visto a Papá Noel. Tuve clarísimo que aquella visita quedaba instaurada". Gil y Leo acompañan desde hace unos años a su hermana Lucía con la misma alegría. "Es el mayor secreto para cuidar a la pequeña", dice la madre, aunque los mayores de la familia ya saben, realmente, a quién pertenece esa voz que se esconde detrás de la barba blanca y debajo del sombrero rojo.
"Estamos todo el año diciendo a nuestros hijos que no digan mentiras y la mentira más grande la decimos nosotros"
Familia Prieto-Darné
En los vestuarios de la piscina, Judit Darné oyó hace unos días a una madre que le decía a su hijo que si no hacía caso, los Reyes Magos no le traerían regalos. Advertencias engañosas que a Darné, madre de Oleguer, de nueve años, y de Gerard, de cuatro años, la desquician. "No puedo con esa mentira", advierte. Desde hace unos años, en su familia, las fiestas de Navidad se celebran y viven con la verdad por delante. Y esto no le resta emoción ni alegría. La decisión de hacerlo así surgió de ella pero su marido, Albert Prieto, enseguida también se le ocurrió. A ella le generaba "incomodidad" tener que mentir a sus hijos. Pese a no saber por dónde empezar porque no tenía referentes –y sin el apoyo de la sociedad, abocada también a esa gran fantasía– la familia siguió tenaz en su fórmula y, después de años de haberla instaurado, ahora sí que los hace plenamente felices.
Todo empezó cuando el pediatra recomendó a Oleguer, que ya tenía tres años, que dejara el chupete. Como suele hacer mucha gente, la familia Prieto-Darné aprovechó la llegada del tió para entregarle el chupete para que se lo llevara. "Le dijimos que el tió se lo comería y, a cambio, le cagaría muchos regalos", recuerda Darné. "Me sentí mal toda la Navidad. Culpable por engañarle. No disfrutaba explicándolo. Entonces me enteré de un taller sobre cómo vivir una Navidad sin mentiras y fui". A partir de ahí adaptó los consejos a su manera y esa misma Navidad ya llegaron los primeros cambios. El tió, hecho por ellos con un tronco que encontró al abuelo y una barretina, en lugar de desaparecer, la familia lo guardó, sin esconderlo, en el armario y durante el año le hacían incluso visitas . Las siguientes Navidades fueron a sacarlo. "Lo vivimos como un juego", afirma la madre, que defiende la decisión de decir la verdad: "Estamos todo el año diciendo a nuestros hijos que no digan mentiras. Les pedimos confianza y respeto. Y resulta que la mentira más grande la decimos nosotros: los propios progenitores y la sociedad en general. Yo busco coherencia.
Volver a disfrutar de las fiestas
De esta tradición sin mentiras, también ha bebido su hijo pequeño. "En el primero le argumentamos demasiadas cosas. En el segundo, en cambio, ya se lo ha encontrado todo hecho. Lo tiene interiorizado y normalizado", asegura. .El tió, a pesar de no ser mágico, también come. aparece sólo la cáscara es porque alguien ha hecho el juego. Su tió también hace pedos de chocolatinas. de cagar el tió, la familia pone los regalos envueltos junto al tronco y los niños van escogiendo cuáles quieren debajo de la manta. canción mientras pican con el bastón y, después, abren los paquetes "Ahora sí me siento cómodo. Vuelvo a disfrutar de la Navidad", resalta Darné.
han perdido la magia ni la ilusión de la Navidad "en ningún momento" y "están muy contentos" de celebrar las fiestas. así, estaremos más años cagando el tió que aquellos a los que les engañan porque muchos de éstos cuando lo descubren no quieren seguirlo haciendo porque han descubierto la verdad", admite la madre, que reconoce que al principio "fue duro "porque mucha gente lamentaba su decisión. Con los Reyes Magos esta familia también hace un juego similar. Va a verlos a la cabalgata ya la noche los hijos pueden desenredar algún regalo. El resto de paquetes llegan al día siguiente por la mañana, sabiendo quién ha comprado todos estos obsequios.
"Todo el mundo me dice «Feliz Navidad» pero nosotros no lo celebramos"
Familia Bouker-Fahssi
El día de Navidad, la familia de Bouchra Fahssi, originaria de Marruecos, se encuentra con sus padres y otros miembros de la familia para el almuerzo. Habitualmente en esta fecha comen cuscús, tahina o pastela, una comida festiva similar a la que equivaldría a los canelones o la escudella y carne de olla. Pero no lo hacen para conmemorar las fiestas, sino porque ninguno de ellos tiene planes y comparten el almuerzo como cualquier otro festivo. "Para nosotros viene a ser como un domingo. Un año nos encontramos no porque fuera Nadal, sino porque había partido de fútbol del equipo de Marruecos", asegura Fahssi, que vino a vivir a Catalunya cuando sólo tenía uno año.
De pequeña a Fahssi le embriagaba la emoción de ir a esperar a los Reyes Magos y recibir los regalos en casa. De ahí que sus padres quisieran adoptar la tradición. "Los Reyes no corresponden a la religión musulmana ni a nuestra cultura, pero independientemente de eso, Sus Majestades traen regalos y es mágico. Ahora bien, para nosotros, los Reyes no es una celebración como tal. En la cabalgata hay asistimos como si fuera un evento", precisa ella. Por este motivo, Fahssi y su marido, Faïzal Bouker, han optado por que sus hijas, Nora, de seis años, y Amina, de nueve meses, también vayan a esperar a los Reyes. "¿Por qué debemos excluirlas de vivirlo? Ver a Nora emocionada no tiene precio. Además, si no lo hiciéramos, volverían a la escuela y podrían sentirse diferentes porque los Reyes no les han traído nada" , afirma.
En la escuela, Nora, junto con los demás alumnos, da comida a un tió, que caga regalos. Sin embargo, en casa esta tradición no se hace a pesar de que en el comedor hay un tió todo el año. Eso sí, es de cerámica y, dentro, contiene una maceta. Una amiga del trabajo le regaló a Fahssi. "Este tió no caga nada. Es para poner una planta pero también es una forma de tener presente la cultura sin celebrarla", detalla la madre, que subraya que quieren que sus hijas "conozcan las tradiciones catalanas".
Riqueza cultural
Para la familia Bouker-Fahssi, las auténticas celebraciones son el Ramadán y la Fiesta del Cordero. "La Fiesta del Cordero la vivimos en Marruecos. Son tres días festivos, las niñas se pintan con henna, las calles se llenan de gente, la familia se encuentra para comer... Te felicitas con todo el mundo, como aquí en Navidad", describe ella. Fahssi reivindica, además, que el Ramadán es mucho más que comer, no beber y no tener relaciones sexuales hasta que es de noche: "También es espiritual: no puedes pelearte ni enfadarte, conectas con Dios a través de la lectura del corán, reses... Es un trabajo personal. Valorar el esfuerzo, tener paciencia, entender el valor que tiene un vaso de agua, mantener serenidad, dar caridad. y pensar en la gente necesitada", explica esta farmacéutica, que admite la dificultad de llevar a cabo sus costumbres en un entorno que no es musulmán. "A menudo cuesta más. Es un proceso para entender que eres diferente y que no pasa nada", asegura. No tener las mismas tradiciones, además, es más complejo durante esta época del año. "Todo el mundo me dice «Feliz Navidad», pero nosotros no lo celebramos. Es como si te dijeran a ti: ¡Feliz fiesta del Ramadán!", exclama.
Desde la riqueza cultural que le aportan sus orígenes, Fahssi advierte que actualmente la celebración de la Navidad ha salido de madre. Lamenta la vertiente comercial y capitalista en la que ha derivado. Afirma que la gente come con exageración y que en la farmacia, donde trabaja, estos días se harta de vender medicamentos para evitar la acidez de estómago. "La Navidad se ha desbordado demasiado", asevera Fahssi, que reúne en su interior todo lo bueno que le aporta Marruecos pero también Catalunya.
"En decoración: menos es más; salvo en Navidad, que más es más"
Familia Vilella-Carbonell
Dos estrellas luminosas, un soldado de plomo de gran tamaño junto a la puerta, luces de colores o un hinchable gigante de las tradicionales galletas de harina con jengibre, con sombrero de Papá Noel incluido encima del porche, son sólo algunos de los elementos que dan este año la bienvenida a la casa de la familia Vilella-Carbonell, conocidos como The Carvils, acrónimo de sus apellidos. Para ellos, profesionales de la decoración navideña y de Halloween en hoteles, tiendas y negocios, Nadal es sinónimo de trabajo, pero también de celebración. Un momento del año muy esperado en el que la familia engalana el interior de su casa y transforma el exterior con un gran escaparate, que despierta la curiosidad de muchos vecinos.
"En decoración: menos es más; salvo en Navidad, que más es más", afirma Anna Carbonell, que desde pequeña le ha apasionado la ornamentación. Por eso, junto a su marido, Lluís Vilella, emprendieron el negocio, que con sólo cinco años ha pasado de cuatro a una docena de clientes. "Se nos acumulan los montajes", destaca. Se inspiran en la decoración navideña de Estados Unidos. De hecho, toda la familia, con sus hijos, Silvia, de quince años, y Ferran, de dieciocho años, viajan juntos entre dos y tres veces al año –por estas fechas, permanecen unos diez días– en lugares como Brooklyn (Nueva York) para "coger ideas" y "comprar productos exclusivos que sólo tienen allí para llevarlos ahí".
Unos meses antes de Navidad ya trabajan en cuál será el eje temático de la decoración. Este año el exterior se ha transformado con una gran casa de galletas de jengibre. El año pasado simbolizaron el Cascanueces y, otro, el taller de Papá Noel. "Incluso un año, cuando pasaba la gente, se activaba la canción All I want for Christmans is you de Mariah Carey", recuerda Carbonell. Pero The Carvils, no lo hacen sólo para ellos, sino también para la gente. "Celebrar es compartir. Su felicidad al verlo, también es la nuestra", asegura la madre, que añade que uno de los momentos más esperados es el tradicional encendido de las luces, momento en el que se reúnen una quincena de familiares, amigos y vecinos. ~BK_SLT_LNA ~ Un árbol de tres metros
Uno de sus elementos más emblemáticos es el árbol de Navidad, de tres metros. "Cada bola del árbol tiene su historia. Al ponerla, recordemos el momento vivido", detalla la hija. Según añade Vilella, "en cada lugar al que viajamos siempre compramos una bola de Navidad para poner en el árbol". Entre los diferentes elementos que contiene se encuentra también una ardilla de peluche. "Cuando mi abuela me lo regaló, pensé que no sabría dónde ponerlo y cada año sale en Navidad. Su sitio está en el árbol", indica Carbonell. En una estantería hay colocadas una decena de carrusels y las almohadas del sofá se han cambiado por otros de inspiración navideña. La casa respira Navidad. Aunque la decoración evoca lo que puede verse en Estados Unidos, la familia no descuida la tradición catalana. "Uno de los elementos que más me gusta es un tió. Lo hice cuando era pequeño y lo tengo en la habitación. Se sostiene con dos palillos. Me trae buenos recuerdos", describe el hijo. La madre añade: "El día 24, en casa, hacemos cagar el tió y en Navidad comemos escudella y carne de olla, además del pollo relleno de orejones y ciruelas, con toda la familia. El 26 toca canelones. Y para Reyes, vamos a esperarles y ponemos comida para ellos y los camellos. Hay una magia en todo esto".
Después de un mes, llega el momento de quitar y cambiar la decoración. "Depende del año todavía lloraríamos, pero al verlo montado tanto tiempo, ya tenemos ganas", especifica Carbonell. La decoración que le sigue es minimalista. "Donde están los caballetes, no pongo nada durante semanas", ironiza. Todo el material, se guarda en una cabaña en el jardín hasta el próximo año, que se volverá a abrir para disfrutar de nuevos montajes.