"Yo he hecho 'bullying'"
Dos testigos explican cómo participaron en situaciones de acoso escolar y cómo de adultos han tomado conciencia del mal causado
Barcelona“Los agresores tienen muchos más problemas que las víctimas, un acosador que no aprende a salir de este agujero en el trabajo acabará siendo el jefe que te hará mobing. Por lo tanto, es mejor que los victimicemos y les demos todas las herramientas para reconvertirlos en personas normales, porque cuando serán mayores tendrán más conciencia y el problema también se hará más grande”. Esta alerta la lanza Meritxell Plana, la responsable de relaciones institucionales de la Asociación Catalana para la Prevención del Acoso Escolar (ACPAE) y madre de un niño que sufrió bullying en primero de primaria.
Jordi y Marc (nombres ficticios porque prefieren preservar su identidad) tienen ahora 31 y 38 años, respectivamente. El primero es profesor y el segundo trabaja en el sector de la comunicación. Los dos admiten que hicieron bullying en su época estudiantil.
“Eran, sobre todo, actitudes grupales de las que acababas formando parte sin darte cuenta”, recuerda Jordi. Solían poner a la víctima –que iba cambiando aleatoriamente después de un tiempo– un mote asociado a una canción y cada vez que entraba en el aula la cantaban todos. También se la excluía de los grupos o en las excursiones se la dejaba sola. “En ese momento era un tipo de juego de supervivencia para formar parte del grupo, pero ahora, con la mirada del tiempo, ves claramente que era acoso porque la víctima lo pasaba mal”, asegura Jordi, que en esa época empezaba a tomar conciencia de que era homosexual: “Era una vulnerabilidad que veía que me podía llegar a excluir del grupo y al final acabas haciendo de acosador para no ser acosado”.
Autoestima baja
No sabe si el centro escolar actuó en alguno de los casos ni si alguna de las víctimas explicó la situación. Tampoco mantiene contacto con los compañeros ni ha hablado nunca de ello con las acosadas. “Una de ellas, por su carácter, pasó de todo y acabó formando su propio grupo de amigos”, recuerda. Pero este no suele ser el comportamiento habitual de las víctimas, según la psicóloga de ACPAE Cristina Valverde: “De hecho, está más que demostrado que agresor y víctima tienen en común una autoestima baja”. La diferencia está en el hecho de que la víctima suele ser una persona que destaca por algo, como por ejemplo una “calidad” o una “carencia”, mientras que al acosador le gusta llamar la atención, tiene público, y esto le aporta una sensación de poder. “Pero las agresiones acostumbran a indicar que el niño tiene un sufrimiento detrás”, asegura la psicóloga.
Sin quitarse la parte de responsabilidad, Jordi mantiene que la mayoría de personas, con más o menos intensidad, han participado en actitudes de grupo parecidas. “Me siento mal, son casos muy normalizados que pueden parecer leves porque no se llega a la violencia física, pero quien crea que realmente esto no es acoso es que no entiende nada”, alerta Jordi, que como profesor no se ha encontrado ninguna situación de acoso.
“Quería molestarlo”
Ya de pequeño Marc era un niño que, de vez en cuando, pegaba a los compañeros. En su caso, el acoso se produjo alrededor de los 12 o 13 años hacia un nuevo alumno de la clase. Era el típico chico que se había desarrollado antes, muy alto, torpe, con pelo en el cuerpo cuando el resto todavía no tenían, llevaba gafas y no pronunciaba correctamente algunas letras. Además, era muy participativo en clase. “Lo que quería era molestarlo: dentro del aula de manera más medida, pero afuera más intensamente”, explica.
Cuando la víctima intentaba intervenir en clase, hacía que se equivocase ridiculizándolo ante los compañeros. Y afuera se reía de su desarrollo físico. “Actuaba con impunidad porque sabía qué teclas tenía que tocar para hacer reír al resto de la clase y que a mí nadie me dijera nada”, asegura. La reacción de la víctima era contestarle verbalmente sin mucho éxito o directamente llorar: “Mi objetivo no era hacerle la vida imposible, sino reírme de alguien pagando un coste social cero”.
Con el paso de los meses él mismo tomó conciencia de que no lo estaba haciendo bien y lo dejó correr. Nadie nunca le llamó la atención y un curso después víctima y agresor tenían una relación cordial. “Cuando maduramos nos damos cuenta de que hay cosas que no hemos hecho bien y que hay que rectificar, pero en un caso así es porque se ha producido una situación espejo, un hecho, sea un escrito que haya leído o una charla en la que se haya sentido identificado”, explica la psicóloga.
"Quiero disculparme"
Hace cinco años, después de ver cómo las redes y los medios de comunicación cada vez hacían más pedagogía contra el bullying –y sumado a los procesos personales que había hecho–, Marc decidió contactar con la víctima para pedirle disculpas. "Lo quería hacer pensando en él, en si aquella situación le había generado algún tipo de problema a lo largo de la vida. Una disculpa no sirve para nada pero que alguien te reconozca que te ha hecho daño quizás te repara algo", reflexiona. Le costó encontrarlo, pero finalmente lo localizó en una red social. No recuerda el mensaje concreto, pero venía a decir que le quería pedir perdón por lo que le había hecho pasar mientras estudiaban. “Nunca es tarde para pedir disculpas en el sentido de que la persona agresora ha tomado conciencia y quiere reparar mínimamente todo lo que le hizo pasar a la víctima. De hecho, es reparador tanto para el agresor como para el agredido: además, para este último también es un reconocimiento de lo que vivió, porque a veces se cuestiona que sea verdad”, asegura Valverde.
La respuesta de la víctima fue restarle importancia. Se limitó a decir que eran “cosas de niños" y que no se obsesionase. “Es lo de querer pasar página”, asegura la psicóloga. Con el paso del tiempo, añade Valverde, se puede ver que lo que lo hizo sufrir tanto ahora ya no lo hace sufrir. “El problema es cuando hay personas que se quedan atrapadas en ese punto y no salen adelante”. Marc no sabe si lo que le dijo su compañero fue realmente lo que pensaba. Ahora él tiene dos hijos, uno de 4 años y el otro de 7, y admite que la escolarización del primero le hizo remover muchas cosas. “De pequeño hice muchas cosas mal, pero poco a poco fui tomando conciencia de que no era el camino”, concluye.