Opinión

No debemos esconder la cultura catalana

Imagen de archivo de un aula de acogida con alumnos que no hablan catalán, en la escuela Lluís Vives de Barcelona.
19/12/2024
2 min

BarcelonaHace años que me dedico al aprendizaje del catalán en el aula de acogida. Con paciencia y dedicación consigo que alumnos venidos de todo el planeta puedan expresarse en nuestra lengua. La mayoría de ellos han aterrizado en Cataluña porque huían de la pobreza de sus países, por la guerra y por diversas calamidades familiares. Cada alumno arrastra una mochila llena de problemas y también una cultura con la que se identifica voluntariamente.

Dentro de esa cultura hay lengua y tradición. Siempre. La mejor forma de entrar en sus mundos es respetarlos. Aunque en algunos aspectos discrepe, al principio necesito ganármelos. Si les ofrezco respeto, ellos también me ofrecerán. Al menos les podré exigir. Compartiendo la gastronomía siempre nos entendemos, también con la música y el arte, pero con la política y la religión es más complicado. De hecho, estos dos son conceptos excluyentes por definición, y han sido utilizados durante siglos para trazar rayas geográficas, étnicas y espirituales.

Yo no puedo transmitirles el catalán como si fuera sólo un código para intercambiar información. La cultura y nuestra forma de ser está estrechamente unida a la lengua. Todas las lenguas, por así decirlo plano, están condicionadas por sus orígenes y su historia. La nuestra también es una cultura singular y justamente por eso no debemos esconderla ni dejarla perder. Tampoco avergonzarnos o pensar que no les interesará por el simple hecho de ser diferente a la suya. La riqueza cultural depende de esa diferencia, y esto es un tesoro de la humanidad de valor incalculable.

De dónde viene el tió

Por ejemplo, los recién llegados también deben saber de dónde viene lo de exponer troncos con cara y barretina por la calle, en escaparates y en todos los bazares chinos! Y el caganer del pesebre, y el roscón de Reyes. Y cuándo y por qué celebramos nuestras tradiciones, aunque muchas, como en todas partes, estén vinculadas con la religión y los hechos políticos del país. En un mundo donde el pez gordo se come con voracidad el pequeñito, la cultura global, la que dice que no quiere ofender a nadie, no puede que sea una especie de confluencia sin sustancia, sin ningún arraigo, una simulación artificial, tan deslumbrante como vacía e impostada.

Todo lo que no sea conservar y potenciar nuestras singularidades nos empobrece. A nosotros ya los recién llegados, porque siempre los recibiremos con los brazos abiertos si se suman a la fiesta. Como nosotros lo haríamos seguramente en las suyas. A mis alumnos, cuando les cuento con serenidad, lo entienden perfectamente.

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