La pintora Mari Chordà: "Con 11 años me daban siete piramidones diarios, si no llego a decir lo suficiente me muero"
Estudió en un internado en Tortosa, donde pasó mucho frío, y se mudó a Barcelona a estudiar Bellas Artes, donde recuerda al machismo de los profesores
Mari Chordà (Amposta, 1942) es una pintora, poeta y activista feminista. En plena dictadura franquista empezó su serie Vaginas, en el que exploraba su propio cuerpo y el placer. Podemos ver su obra en el MACBA hasta el 12 de enero.
Fue a una escuela de monjas. “En el parvulario éramos niños y niñas, después no, cuando te ibas haciendo mayor nos separaban. Yo tenía unos abuelos que eran increíbles y ponían música y me hacían bailar. Las emisoras que se cogían eran de Tánger, cosas muy potentes, música árabe, y yo bailaba. En el parvulario bailé en una mesa, pero entró una monja y me llevó a mis padres y les dijo: “que no vuelva hasta que tenga uso de razón”. Estuve tiempo en casa, hasta los 7 años no me dejaron volver a la escuela. Y me lo pasé pipa porque mis abuelos eran muy divertidos y me contaban muchas cosas que si no, nunca las hubiera sabido”.
Con 11 años un reumatólogo mandó que pasara un año en la cama o acabaría inválida. "Yo estaba interna en Tortosa, en el colegio de las teresianas. Hacía mucho frío, estaba a orillas del río, no había la más mínima calefacción, y me cogían unos dolores enormes de piernas. Mi madre va decir: te llevaré al doctor que a mí me está curando ya ti también te curará. Y un poco más y nunca me levanto de la cama, porque me tomaba sed. piramidones [un analgésico que fue muy popular en los años 50,60 y 70, pero que fue retirado del mercado] diarios. Y si después de un año no digo ya es suficiente, me muero".
En la cama empezó a pintar. “En ese momento no había colores en el interior de los libros, sólo los había en la portada. Era la posguerra. Y, como me aburría tanto, ponía color en los libros. Y venía a verme la hija de unos amigos de mis padres, Marisol, que pintaba paisajes muy bonitos, y me ayudó mucho”.
¿Y después? "Volví al internado y volví a coger frío, pero no decía nada, iba a la monja enfermera y le decía: una aspirina por favor que sino me quitarán en la pierna. Y ella, que era bastante moderna por la época, me decía: "sí, y haz ejercicio”. Añorabas a los padres? “Podíamos ir a casa una vez al mes y venían a buscarme. Yo me encontré cómoda estando interna. Había muchas chicas y las mayores te enseñaban a patinar y te lo pasabas bien”.
Tenía una hermana y un hermano. “Cuando nací él tenía 16 años y ella 14. De por medio hubo una guerra civil. Mi hermana me cogió unos celos terribles. Pero tenía muy buena relación con mi hermano”.
Los padres llevaban los Almacenes Chordà. “Acabaron teniendo tres tiendas seguidas. Debajo de casa había un espacio enorme donde había de todo, incluso en Navidad, muchos juguetes. Yo me divertía mucho. Los padres eran juguetones. Mi padre especialmente, era valenciano y me enseñaba canciones que a mí me encantaban”.
Una etapa de descubrimiento
¿Cómo se tomaron que quisieras estudiar Bellas Artes? “Fatal. Mi madre decía bellas artes y malas artes. Había mala fama. Llegar a Barcelona fue impresionante, de descubrimiento de muchas cosas. Lo que no me gustó de Bellas Artes era que pasaba el tiempo y no podías hacer lo que querías, tenía que ser todo figurativo. Un profesor te decía: "¿no ves que en el cuerpo no hay verde?". Y yo pensaba: como no, si la luz ilumina por ahí... Era muy carca, no clásico, carca”.
La primera vagina la pintó en 1964 en Bellas Artes. “No le enseñé al profesor. Pero vi que tenía necesidad de hacer cosas relacionadas con el cuerpo, pero no cómo las enseñaban ellos. Normalmente me peleaba con los profesores. Había mucho machismo. La modelo chica siempre desnuda y el modelo chico bien tapado. Y las chicas dijimos: no entramos en clase si el chico no se destapa”.