Las fiestas de Navidad de la gente del ARA
Periodistas y opinadores del 'Criatures' y del diario ARA comparten sus recuerdos de infancia
Barcelona¿Cuál es ese juguete que siempre pedía a los Reyes y no te llevaron nunca? ¿Cuál es el regalo que más ilusión le hizo? ¿O lo que menos? ¿Qué recuerdos tenéis de Navidad y la noche de Reyes de cuando erais pequeños? ¿Son muy diferentes a los de ahora? ¿O acaso sois de los que no te gustaba Navidad? Los periodistas, colaboradores y opinadoras del ARA y del suplemento Criaturas comparten con los lectores sus recuerdos de niñez.
El saco de dormir que no esperaba
Elisenda Rosanas
Colaboradora del 'Criatures'
Si moviera por casa los padres todavía podría encontrar la carta que me dejaron los Reyes en primero de primaria. Recuerdo haber pedido, ilusionada, una casa de los ponis que debió de salir al catálogo de juguetes de unos grandes almacenes muy famosos y me llamó la atención. Tanto que la decepción fue mayúscula. Mi paquete, lejos de contener un juguete lleno de rosa, lila y brille-brille con ponis maravillosos, escondía un (espectacular) saco de dormir con motivos cinematográficos. Con tipografía retorcida en una misiva hecha en la impresora de puntos, Sus Majestades me pedían disculpas por no haberme podido conceder el deseo, pero se mostraban convencidos de que, como ese curso iría por primera vez de colonias, el saco me haría mucho más servicio. No les faltó razón. ¡Qué visionarios! ¡Aún ahora el saco se convierte en una manta improvisada!
Reyes, ¿qué culpa tengo yo de haber nacido en enero?
Isabel Escriche
Coordinadora del 'Criatures'
Los días antes del 25 de diciembre, que era cuando vendían los paquetes más grandes porque así teníamos algún juego para entretenernos las dos semanas de vacaciones escolares, regíamos con mis hermanos todos los armarios para encontrar los regalos. Mi madre, a la que nunca le he confesado este trabajo de detective aunque creo que ella lo sabía, cada año los guardaba en un sitio diferente pero casi siempre los acabábamos localizando. Era nuestro pequeño ritual navideño. Con quien no estaba muy contenta estaba con los Reyes: pensaba que tenían muy poca imaginación, porque siempre me dejaban junto a la cama libros y calcetines. Cuando los abría, mis padres ya se adelantaban y me decían: "Piensa que tu cumpleaños es la próxima semana, y quizá alguien te regale el juguete que les has pedido". Y mientras lo oía siempre pensaba: "Reyes, ¿por qué tengo que esperar? ¿Qué culpa tengo yo de haber nacido en enero?"
Una lágrima de nostalgia
Martí Molina
Subjefe de Deportes
¿A qué edad se supone que tienes que enterarte de quiénes son los Reyes? Yo lo supe a los ocho años. No porque fuera muy espabilado, sino porque unos días antes vi cómo mi padrino entraba en casa con un paquete enorme en forma de esquís mientras exclamaba "¡Sacad a Martí de aquí!" Por si fuera poco, haciendo cagar el tió, la discreción fue mínima entre los familiares que se abrazaban, se daban las gracias y decían "Es justamente lo que necesitaba". El día que volví al cole, recuerdo decir a mi madre: "Los Reyes no existen, ¿verdad?" Ella sonrió, ya mí se me escapó una lágrima de nostalgia.
Mi primer 'trauma'
Lara Bonilla
Directora del 'Criaturas'
En casa la fiesta gorda siempre ha sido para Nochebuena y Reyes. Nochebuena, era la noche de cenar en casa de la abuela Pilar y el abuelo Joaquin, donde nos reuníamos a una treintena de personas entre tíos, abuelos y primos para comer, cantar villancicos y jugar al bingo. Estas cenas multitudinarias terminaron hace cinco años, el año en que murió la abuela. A casa Papá Noel ni ha venido nunca ni nos hacía mucha gracia (como se puede ver en la foto), pero adoptamos el tió, que cagaba pijamas y calcetines. Quien llevaba los juguetes eran –y son– los Reyes Magos. El 5 de enero dormíamos los tres hermanos juntos en un ritual de nervios compartidos. Era la mejor noche del año, compitiendo con la Nochebuena. Un año me levanté a medianoche y me pareció ver al rey Melchor en el comedor dejando la bicicleta BH, pero volví a la cama porque temía que si me descubría marcharía sin dejar los regalos. En casa de la abuela Mercedes los Reyes se entretenían a esconder los juguetes en los lugares más recónditos, pero a veces se hacían un lío y llevaban ropa para Skipper cuando lo que tenía era una Barbie. Pero lo que cada 6 de enero esperaba con más ilusión era la casa de muñecas que pedía, insistentemente, en la carta. Me pasé varios años preguntándome por qué no la llevaban. Tiempo más tarde supe que los Reyes Magos consideraban que ocupaba demasiado espacio. Ahora que tengo tres hijos, les he entendido.
La Navidad de 1993
Georgina Ferri
Directora gerente
Decía Mercè Rodoreda que los recuerdos de criatura, por puros, son los mejores cuando ya eres mayor, y así es Nadal empezaba con la tradicional foto real. Mi madre me llevaba cada año a hacer la instantánea de rigor con el Rey de Oriente y el paje que había en el Mercado del Guinardó, y me advertía: "Si los Reyes ven que te muerdes las uñas, no te traerán nada". Y yo, atemorizada, me hacía la foto con las manos en el bolsillo, no fuera caso… El otro gran momento era hacer el pesebre con mi padre, previa visita a la feria de la Sagrada Familia o la de Santa Lucía para comprar el musgo, el cielo y alguna figurita que había que cambiar del año anterior. mi abuelo, siempre en la calle Jaume I esquina con la plaza de Àngel. No olvidaré nunca los nervios para coger buena posición y la espera, que se me hacía eterna, hasta que no llegaban las carrozas. de 1993. Aquel diciembre mi abuelo murió. No hubo árbol de Navidad, pero sí pesebre, y mi madre cogió el relevo y me llevó a ver la cabalgata. Cambiamos de ubicación. Fuimos a la plaza Universitat, fue muy triste, pero mi madre no dejó de apretarme la mano todo el rato. niño de dos años, vuelvo a vivir la magia de Navidad como antes y trato de fabricarle recuerdos, tantos como pueda, para que el día de mañana recuerde Navidad de pequeño y sonría como sonrío yo ahora.
Carta al tió
Maria Labró
Coordinadora del 'Domingo'
Querido tió: no sé si te acordarás de mí. Soy la niña que decidió dejar de alimentarte con grillos de mandarina porque creía que un trozo de turrón te haría más feliz si te abrigaba demasiado cada noche, pero los diciembre de principios de los noventa en San Juan de las Abadesas les recuerdo más gélidos que los de hoy.
Te escribo esta carta para que no estés celoso de tus competidores navideños. Probablemente ellos recibirán más correspondencia, pero, para mí, siempre serás lo mejor de Navidad. cena chocolate deshecho. Gracias por la minicadena con la que canté hasta el aburrimiento los casetes del Super3, por la bici, el piano y los trucos de Magia Borràs. Por todos los libros, pijamas, colonias, calcetines y monedas de chocolate. nos oye nadie: llevar regalos con camello o bajar por una chimenea no tiene tanto mérito como aguantar trompadas sin perder la sonrisa.
Reyes con boina y albornoz
Bárbara Julbe
Colaboradora del 'Criatures'
Cuando la mesa de despacho, que todavía existe en la sala del piano, dejaba de tener papeles y se transformaba en un enorme pesebre –con los Reyes Magos avanzando por el camino arenoso, día a día, hasta llegar a la cueva donde estaba el Niño Jesús– quería decir que la ilusión navideña ya se había instalado en casa. El tió, una caja de madera de aquellas de guardar cava que mis abuelos tenían en la tienda de comestibles, cagaba –aunque me esforzara– más turrones y barquillos que juguetes. En la última picadura con el bastón, una patata simbolizaba el fin de la juerga. Los Reyes eran tan generosos como enigmáticos. Por la mañana, los regalos llenaban en medio de la sala del piano. Obsequios que se repartían para toda la familia, pero yo, delante de ellos, me sentía como una verdadera reina. Eso sí, con boina y albornoz.
El souvenir de una noche de Reyes
Thaïs Gutiérrez
Directora del 'Domingo'
Una de las cosas que más me gustaban de Navidad cuando era pequeña era la noche de Reyes. Y, de esa noche, seguramente mi momento preferido era cuando salía al balcón de casa de mis padres y dejaba comida y bebida para los tres Reyes y sus camellos, que yo imaginaba a todos sedientos. Nunca me pregunté cómo llegaba toda esa gente hasta un quinto piso –¿Volando? ¿Con escalera? ¿Quizás con cuerdas?– porque eso no era importante. Lo importante era que comieran lo que mi hermana y yo les habíamos preparado y que entonces nos dejaran todo lo que habíamos pedido, claro. Siempre me han gustado los momentos previos: el día antes de empezar vacaciones, la preparación de un gran viaje o ese momento mágico antes del día de Reyes. Un año, la emoción de dejar la comida para los Reyes era tanta, que tropecé en la entrada del balcón y me caí de cara porque, antes que soltar esos vasos y platos, preferí llevarme un ojal en la frente que todavía luzco hoy en día, y muy contenta. Un pequeño souvenir de esos momentos.
Reyes prácticos
Daniel Romero
Redactor del ARA
En casa, el día de Reyes es todo un festival. La mañana se nos hace corto desenvolviendo regalos. , pinzas de tender ropa... Y utensilios de cocina, los que quieras. A los Reyes Magos les gusta esta "línea". tapa de inodoro que era necesario renovar –que habíamos pedido, claro–. Hace unos días un niño que tuvimos de acogida, y que de vez en cuando viene a casa, se expresó con estas palabras: "Si alguien nunca duda de que los Reyes existen, en su casa queda del todo desmentido".
La cabalgata de mi infancia
Álex Gutiérrez
Jefe de Media
De pequeño, mi cabalgata era la del barrio de Sants. La recordaba magnífica, con carrozas llenas de papel de plata, confeti y cargadas de caramelos. Hasta que no tuve a mi hijo, cuarenta años más tarde, no volví a ir a una cabalgata, esta vez en la principal de Barcelona. Grave error. Aquel despliegue majestuoso, las figuras sacadas de una obra de Comediants, la profusión de neones y vehículos fabulosos bajo una música bien producida y fuerte como un trueno, hizo palidecer mi recuerdo de infancia. De repente, la Seat Trans tenuemente disfrazada que yo había visto cómo transportaba a un emisario de Oriente pasaba a ser una pobre carraca esforzada del barrio. Ese año a los Reyes les pedí recuperar algo la ilusión infantil inevitablemente perdida.
Los Reyes ya sabrán lo que me gusta
Alicia Layunta
Opinadora del 'Criaturas'
"Yo no hago carta a los Reyes, que como son mágicos ya sabrán lo que me gusta", dije con una fuerte convicción cuando tenía ocho años mientras mis hermanas preparaban las cartas y las entregaban a los pajes reales. La noche de Reyes no pude dormir de la emoción y la sorpresa. Al levantarme, había tres paquetes con papel reluciente que llevaban mi nombre. Abrí el primero: un jersey de lana que te hacía venir dermatitis nada más verlo. Abrí el segundo: una colonia que mareaba nada más olerla. Las esperanzas estaban puestas en el tercer y último regalo: era grande y hacía ruido. ¿Qué será? ¿Una muñeca de las que lloran con pilas? Demasiado mayor para ser una Game Boy. Al romper el papel me quedé de piedra: el ruido provenía de dos pequeños seres vivos peludos. Eran hámsteres. RATAS. ¿Really? Aquella mañana dejé de creer en el criterio de la monarquía de Oriente, y ahora no sólo redacto la carta con enlaces, sino que incluso adjunto la cesta online actualizada.
La única muñeca que conservo
Marta Rodríguez
Redactora de Sociedad
No recuerdo cuántos años tenía cuando los Reyes me llevaron a la muñeca. La única que todavía conservo, yo que soy de no acumular recuerdos. En casa estaba la negrita, con ese diminutivo que entonces parecía cariñoso. Para mí, era Sara. Una muñeca de la marca Famosa, negra, de ojos verdes y un pelo largo que en un ataque de vocación de peluquera corté sin sentido. Yo era mucho muñecas. Y con Sara y otros ejemplares me montaba una casa en la que yo, más que hacerlos de madre, los hacía de maestra y cuidadora. Las tapaba al anochecer o al irse de vacaciones con trapos que mi madre tenía por casa. Y les hablaba mucho. Nunca me he avergonzado del pasado niñero, hasta el punto de que en la adolescencia situé a Sara en un lugar preferente de mi estantería en la pared. Muchas veces, cuando ahora entro en el estudio y la veo, le sonrío.
Mi anorak lila
Elisenda Soriguera
Colaboradora del 'Criatures'
Dice la leyenda que yo era un nabo soplo muy chico y estremecido cuando, un 25 de diciembre por la tarde, con la euforia navideña y las emociones descontroladas a la hora de hacer cagar el tió, lo apaleé con tal fuerza que me cargué el palo de escoba. La verdad es que de esta anécdota sólo recuerdo las explicaciones familiares que cada año, por fiestas, salen de nuevo. Lo que sí recuerdo claramente es el anorak lila que me llevaron los Reyes unos años más tarde. Como buena hermana pequeña de tres, heredera de toda la ropa de mis antecesores (y amigos y familiares), decidí que a los Reyes lo que les pedía con mayor entusiasmo era un anorak nuevo, con etiqueta, que no hubiera sido utilizado, y que, si podía ser, fuera de mi color favorito, el lila. Y ese año no hubo ningún disgusto: los Reyes me llevaron mi anorak nuevo de trinca, del color deseado.
La reveladora obsesión por el Rey negro
Albert González Farran
Corresponsal en Lérida
Siempre elegía Baltasar. Era una predilección que se había convertido en obsesión. Si no estaba el Rey negro, no quería saber nada. Era mi único Rey de Oriente. Le daba la carta a su paje, le seguía con la mirada en todas las cabalgatas y estaba convencido de que era él quien me dejaba el regalo en el comedor. Muchos años después, esa reveladora obsesión se convirtió en un viaje. Acabé trabajando de fotoperiodista más de una década en el Cuerno de África, entre Sudán, Sudán del Sur y Kenia. Allí me reencontré con el auténtico Baltasar.
La gincana del día de Reyes
Mariona Ferrer y Fornells
Delegada en Gerona
En nuestra casa, los Reyes siempre han sido muy traviesos. Cuando las amigas de pequeña me contaban que dejaban los regalos debajo del árbol, yo no entendía nada. ¿Pero no los esconden? La noche de Reyes, mi hermano y yo nos íbamos a dormir pensando cuál una nos tendrían preparada al día siguiente. Tener que seguir unas huellas hasta los regalos; envolver el piso de lanas y tener que cruzarlo como si fuéramos Tom Cruise en Misión Imposible; seguir un mapa imaginario como si fuera una isla desierta hasta nuestros objetivos...
Los Reyes se juntaban de noche e ideaban año tras año una gincana que pusiera a prueba, siempre de forma ingeniosa y divertida, lo que habíamos aprendido ese año. Al final, nuestro mejor recuerdo de Reyes no eran los regalos, sino la argucia para conseguirlos. Cuando mi padre murió, yo tenía 18 años, con mi hermano nos convertimos en los Reyes de nuestros primos pequeños. Y ahora serán aquellos primos quienes prepararán pruebas para nuestros hijos.
El día que empecé a creer en la magia
Anna Manso
Opinadora
Tengo cuatro años y estoy en la cola de Papá Noel del parvulario Lídia, en el barrio de Gràcia. Tengo cuatro años pero actúo como una pequeña nihilista porque me acuerdo diciendo: no sé por qué espero, porque me tocará una mierda de regalo. Y entonces me llega el turno. Papá Noel me parece real y la luz es cálida, pero mi esperanza está bajo cero. Y padezco porque no quiero sufrir una decepción. Resignada, meto la mano en el saco y cuando descubro mi regalo no sé devenirme: es una muñeca de madera e hilos de lana que me enamora. La sorpresa me sacude y me vuelve muda. Me miro a la muñeca y me digo que sí, que la magia existe.
La desaparición del haba
Anna Rosich
Correctora
Cuando era pequeña, las fiestas de Navidad eran días de mucha actividad. Hacer el pesebre, alimentar al tió, llevar la carta a los pajes reales, enganchar llufas a la gente de la calle, dar la bienvenida al año nuevo. Y, sobre todo, esperar con mucha ilusión la llegada de los Reyes. El día 6 por la mañana, mis padres no nos dejaban levantar antes de las 9, así que cuando mi hermana y yo nos despertábamos, nos quedábamos juntas en la cama y acabábamos de pasar los nervios juntas. Y a las 9 en punto: "¡Han pasado los Reyes! ¡Han pasado los Reyes!" Ese día siempre comíamos toda la familia materna en casa mis primos. Recuerdo especialmente un año que no había forma de encontrar el haba del roscón. Mi abuela estaba indignada: "¡Seguro que se la han dejado! Mañana me sentirán..." A media tarde, mi abuelo confesó que tenía el haba escondida en la boca. Una anécdota que después hemos recordado cada año.
La larga espera del día de Reyes
Xavier Gual
Opinador del 'Criaturas'
En casa, los regalos no llegaban hasta Reyes. La espera se hacía larga, aunque con el tiempo cayeron cositas en Navidad. Mi rey preferido era el rubio, y durante años me hice la foto donde ahora está el Hipercor de Sant Andreu (le llamaban "príncipe Melgasar"!). Muchas veces íbamos a la casa de Barberà del Vallès y con mi hermano pequeño jugábamos con las hojas secas del patio y nos plantábamos ante la chimenea. Pero los Reyes siempre los hacíamos en Barcelona. Era un día muy largo y agotador, porque teníamos que ir a recoger regalos a casa de varios familiares. Casi hasta el día siguiente no teníamos calma para poder jugar. Entre los regalos que recuerdo tengo presente el barco pirata y el castillo de los entonces llamados clics de Famobil, algunos Madelmans, el Hundir la Flota electrónico y los disfraces que secretamente confeccionaba mi madre cuando estábamos en la escuela.
La Navidad normal
Magda Minguet
Opinadora del 'Criaturas'
Pienso en la Navidad de mi infancia y no tengo ningún recuerdo especial. Quizás os parece muy triste, pero mi familia es muy pequeña y encima yo soy hija única. No tenía calendario de Adviento para hacer galletas un martes o ver una peli navideña un jueves. No iba a buscar el tió a ninguna montaña remota, ni siquiera la alimentaba días antes. En Nochebuena lo encontraba en el comedor y era un tió autónomo, se espabilaba para llegar y cagar. Cagaba cosas pequeñas y políticamente incorrectas, como cigarrillos de chocolate que yo me fumaba como si fuera una diva. Almorzaba canelones con mis padres y comíamos los tres solos. Tenía un árbol pequeño y feo que decoraba al ritmo de Boney M. Ahora hará tres años que murió mi madre y no sabéis cómo me gustaría volver a la Navidad normal en la que no pasaba nada especial.
La Navidad de 1975
Xavier Bertral
Jefe de fotografía
Mi primer recuerdo de un día de Reyes, supongo que porque tengo una foto, más que porque lo recuerdo, es la equipación del Barça que me trajeron. Una camiseta de algodón, sin marca alguna, y con el número 9 en la espalda. La completaban con un pantalón mucho más corto de los que se llevan ahora y lo que intentaban ser unas botas de fútbol con tacos. ¡Los Reyes de 1975 se llevaron muy bien conmigo! De hecho, siempre lo hicieron. Las mañanas de Reyes, en mi casa, en el barrio de Sants, junto a L'Hospitalet, fueron mañanas soleadas en las que yo salía a la calle a estrenar los regalos; Una pelota, un barco o una bicicleta. Así eran los Reyes en los setenta.
El día que apareció Baltasar en casa
Judit Monclús
Colaboradora del 'Criatures'
Para mí, Nadal es sinónimo de estar en casa, con la familia, y de poca parafernalia. En mi pueblo, Benifallet, los niños y niñas acuden al casal municipal a recoger los regalos que les traen los Reyes. Los llaman por el nombre y suben al escenario a buscarlos. Yo creo recordar que sólo lo hice un año. Cuando subí a buscar el mío, Baltasar me preguntó cómo me había llevado, y me dijo que debía traerme mejor. A partir del año siguiente, todas las cartas a los Reyes las terminé con la misma petición: "Déjelo todo en el balcón, por favor". No esperaba que, años más tarde, aún pequeña, desenvolviendo regalos bien gripona, apareciera también en casa Baltasar, que había sabido que estaba enferma, para llevarme un regalo en persona. El susto y la ilusión fueron grandes, pero los regalos, mágicamente, siguieron apareciendo en el balcón de casa.
Uno de los días más esperados del año
Andrea Zayas Buchaca
Colaboradora del 'Criatures'
6 de enero del 87. Uno de los días más esperados del año. Estoy en casa. Seguramente es muy pronto. Aún voy en pijama. Quizá fuera hay nieve. Quizás. Detrás de mí está el pesebre, probablemente adornado con musgo de cosecha propia del 87. Acabo de abrir la cocinita Smoby. Aún no sé, pero la cocinita será un regalo que durará años y cerraduras. En un rato llegarán mis primos para recoger los regalos que los Reyes les han dejado en nuestra casa. Ellos también traerán un paquete para mí. Seguidamente continuaremos la ruta de todas las casas donde Sus Majestades han pensado en nosotros. Terminaremos en casa los abuelos, donde todo el mundo, pequeños y mayores, abrirá su regalo. Después, mis padres y yo iremos a casa los abuelos (solo tendremos que cambiar de acera), donde nos esperan para comer. Allí finalmente abriré el último y más querido de los regalos: una muñeca. Así será la mañana del 87. Y la del 88, la del 89...
Juguetes que me fascinaban
Marco Serrano y Ósul
Colaborador del 'Criatures'
Recuerdo Navidades muy felices con mis padres Patxi e Isabel y con mi hermana Anna. Recuerdo juguetes que me fascinaban, como un robot verde que se transformaba en monstruo, un trenecito eléctrico o el Cheminova, con cuyo azufre generé una pequeña explosión y una nube tóxica. Recuerdo hacer cola en la casa Duran, donde el embajador real recogía –y recoge– las cartas de los niños sabadellense. Recuerdo la escudella y los canelones de la abuela Catalina, y la vajilla y el mantel que sólo veíamos –y vemos, todavía– por fiestas. Recuerdo que en casa no había tió: pasaba Papá Noel, peaje cultural de mi padre, que es francés, hijo de republicanos exiliados. Y que pasaban, también, los Reyes, como debe ser, sin embargo, a diferencia de muchos compañeros, cuando yo ya había disfrutado de buena parte de los regalos.
Mi relación con Papá Noel
Esther Escolán
Colaboradora del 'Criatures'
Mi relación con Papá Noel no fue tan idílica como probablemente esperaban mis padres. Por lo menos siempre me han explicado, porque yo, obviamente, no lo recuerdo. tarde, un flamante Papá Noel vino a visitarnos a la guardería. Aunque mi madre intentó encarecidamente que me acercara a ella. El resultado: yo totalmente rígida y llorando a lágrima viva, en brazos de mamá, intentando mantener la distancia con ese tipo de barba blanca vestido de rojo. con él mejoró con el tiempo, aunque estoy segura de que esa primera impresión fue clave para que de pequeña –y ahora de mayor– tuviera predilección por Ses Majestades los Reyes Magos. Este año mi hija de casi dos años está totalmente deslumbrada por Papá Noel.