Niños que juegan solos
BanyolesHay niños que juegan muy cerca del adulto. No se marchan lejos, no exploran por su cuenta. Cuando el juego compartido no surge, el adulto puede sentirse inquieto, dudar y tener la tentación de intervenir. Lo más recomendable, en estos casos, es detenernos un momento para aprender a diferenciar si el niño que estamos acompañando es introvertido o tímido.
Ser tímido implica sentir incomodidad o miedo al juicio de los demás, vergüenza de uno mismo que se traduce en inseguridad, en miedo a equivocarse. La timidez suele generar sufrimiento y malestar, y en estos casos es aconsejable la mirada de un profesional que acompañe no sólo al niño, sino también a su familia.
Sin embargo, ser introvertido no comporta malestar. El niño elige con naturalidad tener menos interacciones o participar menos, pero sus relaciones están llenas y de calidad. Es una cuestión de temperamento, no de inseguridad.
A veces, estos niños, cuando otros están jugando, necesitan simplemente estar; otras, necesitan tiempo, ya veces ambas cosas. Y también puede que sea su tendencia natural y que, a diferencia de otras, sus interacciones sociales no sean tan expansivas y, sin embargo, estén socializando.
E incluso podría no ser ninguno de los casos anteriores. Puede que nunca llegara a ser una persona sociable. Quizás sea un adulto, como algunos que tú conoces, o quizás eres tú misma, que tienen sólo uno o dos amigos y con eso ya tienen suficiente. Si fuera el caso, ¿cuál sería el problema? ¿Por qué los adultos nos empeñamos en tener niños sociables? Seguramente, la misma presión social nos hace asumir que sólo las personas sociables pueden tener una vida plena.
La mirada adulta
Quizás nos preocupa porque nosotros mismos no fuimos sociables y no lo pasamos bien. Y tengo una noticia que te va a reconfortar: el problema no era que fueras sociable o no, el problema es que te hicieron sentir que debías serlo, que tal y como eras, no eras suficiente. Qué diferente habría sido todo si, de entrada, te hubieras sentido aceptada tal y como eras, sin expectativas adultas que quisieran cambiar tu forma de estar en el mundo.
Los niños que forman parte de un grupo y no participan como nos gustaría, también juegan. Aunque, de entrada, no toquen, no hablen o no intervengan, comienzan jugando con la mirada y con la seguridad de una presencia empática de los adultos y de otros niños y, a su ritmo, las interacciones irán aumentando.
Quizás hay que parar de buscar recetas para encontrar la manera de cambiar a los niños que tenemos para que sean alguien que no son.
El único gran reto, como siempre, está en la mirada adulta. Es en nosotros, y en nuestra percepción de lo "correcto" o no, donde hay que trabajar para no trasladar este juicio a nuestros niños.