La ira o el enfado son unos sentimientos muy fuertes, que desencadenan y generan mucha energía. Sin embargo, no duran mucho rato. Escuchar las señales del cuerpo para identificarlas y respirar es de gran ayuda para mantenerse en calma. Para afrontar y resolver conflictos la Escuela de Salud San Juan de Dios recomienda hacerles saber que se necesita más valor y más coraje para alejarse de una pelea que para enfrentarse a las manos, enseñarles que las peleas no resuelven problemas sino que crean nuevos y que evitar una pelea cuando están enojados es realmente ganar la partida.
Peleas entre niños: ¿intervenir o dejar hacer?
Los expertos proponen que, antes de decir algo, se observe porque si las criaturas tienen recursos es mejor que lo solucionen ellos mismos
GeronaCuando dos niños se enfadan y discuten, lo que desean los adultos es que la trifulca acabe lo antes posible. Sin embargo, para detenerlo no todo vale. Durante los conflictos surgidos de forma espontánea, en función del momento en que se interviene y de la cucharada que pone el adulto, la explosión de emociones puede derivar hacia un desenlace bien distinto al esperado. El cómo se hace –y, sobre todo, desde qué mirada– es la clave. Si el adulto se posiciona, hará una versión de los hechos que no satisfará a una de las partes y, si etiqueta a uno de ellos como la víctima –a quien le dará la razón–, el otro se convertirá en el agresor. A partir de ahí, ni calma ni final: la tensión aumenta y el malestar está servido.
¿Por qué actúa el adulto? Roger Aranda, psicólogo infantil y juvenil, explica que la incomodidad que sentimos los adultos frente al conflicto es lo que nos lleva a actuar. “Cuando somos adultos, los conflictos no son tan recurrentes como en la infancia, y eso nos hace vivirlos a pesar y evitarlos. También nos cuesta tener paciencia para ver hacia dónde deriva el lío”. “Es la nueva filosofía de los padres helicóptero y ultraintervencionistas: en lugar de poner la confianza en las habilidades del niño, intervenimos al momento y se las anulamos con un mensaje implícito que dice «No sabrás salirte solo» . Ellos, en cambio, ya tienen sus propias capacidades resolutivas, pero son distintas a las nuestras porque están en desarrollo”, indica Aranda. Una impulsividad, pues, que planea para restablecer la paz y que no siempre es buena consejera. Así lo asegura Sonia Kliass, psicóloga y especialista en desarrollo infantil de 0 a 7 años. Según ella, lo mejor es "observar y dar tiempo" a los niños. Es decir, "observar si pueden solucionarlo a su modo". “Es importante confiar en que tienen recursos, siempre que los tengan, claro. Si el adulto interviene demasiado rápido, además, no habrá tenido tiempo de comprender lo que ha pasado realmente, y esto –admite Kliass– puede provocar que los niños tengan una experiencia injusta de la intervención del adulto”. Ahora bien, si "claramente carecen de recursos" o "si uno de los dos niños está sufriendo", entonces "sí el adulto debe actuar siempre". "Y, desde luego, cuando se produce una agresión física o verbal", dice.
Ni juzgado, ni dramatizar, ni moralizar
La pedagoga y asesora especializada en pedagogía de base Pikler-Loczy, Romina Perez Toldi, insiste en que es importante que el adulto, desde el conocimiento de los niños y la observación de la situación, se asegure que la criatura tiene recursos para gestionar la trifulca. “Dejar que los niños resuelvan cualquier conflicto por sí mismos cuando no tienen las herramientas puede ser un error. Nos parece que si intervenimos lo empeoraremos, cuando lo importante es desde qué sitio lo hacemos. No hacer nada es también una forma de intervención. Así que debemos decidir cuál es la más adecuada: si mantenemos la distancia, ¿nos acercamos, hablamos o hacemos un gesto?”, se pregunta. Según ella, hay tres premisas a tener en cuenta: el adulto no debe juzgar, no debe dramatizar ni moralizar. “Si hacemos esto, añadimos más problema de lo que había. La prioridad es generar bienestar en todas las partes, acoger y ayudar a hablar de ello, y que los niños aprendan estrategias y recursos personales para gestionar situaciones difíciles”, advierte.
Ni víctima ni agresor
Ver a un niño como la víctima y otro como el agresor es una grave equivocación, según los expertos. El motivo es sencillo. Le explica Kliass: “Haciendo esto no ayudo ni a uno ni a otro. Porque al niño a quien veo como víctima al desapodero, le muestro falta de confianza en sus propios recursos. Y, si me enfado con el agresor, le dejo solo y, en este caso, sin recursos. En cambio, si la intervención tiene una actitud neutral, ambos pueden realizar un aprendizaje de aquella situación: uno aprende a escuchar, el otro a gestionar la frustración...”, detalla Kliass, que resalta que “la actitud empática por parte del adulto ayuda a rebajar el nivel de tensión emocional”. De alguna manera, el adulto debe "validar lo que sienten los niños". En realidad, "las emociones no son nunca malas", destaca Kliass. En ese sentido, Aranda añade que "las emociones tienen una función". "Si las anulamos, el niño las bloqueará, entendiendo que no son útiles. Y si corto de raíz la ira de un niño, buscará otras estrategias para mostrar su malestar. Se puede victimizar, puede somatizar." .", explica.
Retirar a las criaturas
Aunque el repertorio de emociones es muy variado tanto en criaturas como en adultos, los niños se ven más fácilmente desbordados por las emociones. Aranda concreta que se debe a que "su sistema límbico es más intenso que el nuestro y la parte más fría y racional todavía está desarrollándose". "Las emociones secuestran más fácilmente el lenguaje, el pensamiento y la capacidad reflexiva de los niños", afirma. Por eso los especialistas recomiendan que ante un conflicto, en el que la intensidad emocional se dispara, es bueno separar a los niños en el momento de tensión y alejarlos para llevarlos hacia un diálogo más tranquilo. “Es una forma de decirle: conecta con mis ojos, recupera la serenidad y la razón. El conflicto forma parte de la vida, pero la retirada nos permite gestionarlo desde la regulación emocional. A veces no hace falta ni encontrar los porqués ni lo que ha pasado, sólo hay que acompañarlos a recuperar el equilibrio”, recalca este psicólogo. Calmarse para reanudar de nuevo un diálogo y una escucha, que, en el caso de los más pequeños, se recomienda hacer enseguida y no demorar la resolución porque “ellos tienen el concepto de tiempo y memoria más limitado que los adultos”, precisa Anna Gay, especialista en educación emocional y orientación familiar. Sin embargo, parar la oreja no siempre significa escuchar. Gay propone que para tener la certeza de que se escuchan mutuamente lo mejor es preguntar qué ha dicho el otro niño. “A menudo ocurre que lo que está callado no está escuchando sino que está pensando qué responderá. Si le escuchaba repetirá lo que ha dicho. Si no, empezará a justificarse”, asegura.
Muchas de las estrategias para ayudar a los niños a gestionar sus momentos de conflicto son, de hecho, las mismas que en adultos. Incluso a la hora de conseguir acuerdos. La mediadora Marta Bernabeu afirma que “el conflicto se produce, a menudo, por una emoción desbordada que es necesario gestionar e identificar” y que la mejor solución en un proceso de mediación en niños (y en adultos también) es que sean las mismas partes las que encuentren una resolución satisfactoria para ambos. “Cuando la solución sale de ti te quedas más satisfecho que si viene impuesta por otro y es más fácil que perdure en el tiempo. En todo acuerdo, eso sí, siempre se pierde algo”, puntualiza Bernabeu, quien considera también que el acercamiento debe producirse después de un diálogo y una vez que la emoción haya bajado de intensidad. "Cuando la emoción está en auge es más difícil hablar y llegar a un entendimiento", señala Bernabeu, que añade que una buena estrategia para evitar futuros conflictos es preguntar "qué harían diferente la próxima vez cuando empiece a darse una situación similar ". "Si la solución la da el niño, además, será más fácil que la lleve a cabo y la mantenga", afirma.