Infancia

Mi vida en una familia de acogida

En Cataluña, cerca de 9.000 niños viven bajo medidas de protección, pero sólo un 10% lo hacen en una familia de acogida ajena

Barcelona"Cuando llegué a la familia de acogida, todo era nuevo. Tenía mucha más libertad, podía hacer muchas más cosas que en un centro. Que me acogieran fue como un regalo, siempre lo diré", explica Laura Frau, niño de acogida desde hace 12 años. Su familia biológica no podía hacerse cargo, así que con 6 años, los servicios sociales la derivaron a un centro de acogida gestionado por la dirección general de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA), que es un organismo de la Generalitat que se encarga de velar por los menores de edad a los que les faltan referentes familiares.

En Cataluña, el total de menores tutelados es de 8.867. De éstos, el 59% viven en centros o residencias, mientras que el 41% viven en familia extensa (abuelos, tíos...) o familias ajenas (familias de acogida). Sin embargo, sólo 908 niños viven en familias de acogida ajenas, es decir, sólo un 10% del total de niños tutelados han podido ser acogidos por una familia no vinculada biológicamente.

Los motivos por los que un niño puede entrar en el sistema de acogida son diversos: que no se estén cubriendo algunas necesidades básicas, como tener un hogar, acceder a una educación adecuada o recibir apoyo emocional hasta situaciones graves de negligencia, maltrato, adicciones o problemas graves de salud mental.

Un hogar que lo cambia todo

Laura vivió en dos centros diferentes, en Tarragona y después en Reus, entre los seis y los ocho años, hasta que a los ocho encontró a su familia de acogida. "Los conocí poco a poco. Primero en el centro, para ver cómo eran. Iba quedando más con ellos, para tomar un helado o dar una vuelta. Más adelante, en su casa, algún día a comer, hasta que llegó un momento en que tuve muy buena relación con ellos, sobre todo con mis hermanos, y quise quedarme", relata Laura. Hoy tiene 20 años y todavía convive.

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Era muy pequeña cuando la separaron de su familia biológica y, por tanto, tiene pocos recuerdos de aquella etapa. Pero el hecho de que un niño esté alejado de su núcleo familiar y pase a convivir en un centro, o en una nueva familia, es un cambio estructural brusco que supone un gran impacto emocional y de estrés. "La experiencia traumática, tanto la previa como la propia de la retirada, implica un daño directo en el sistema de apego, en el vínculo, en la autoestima y el autoconcepto del niño. Se crea un momento de ruptura biográfica que genera unos sentimientos de discontinuidad enorme y de vacío emocional", advierte Yvette Xufré, p. (Ipside).

El de Laura fue una acogida permanente; desde un principio los servicios sociales dieron por sentado que sería de larga duración. "Me dijeron que sólo podría volver con mi familia biológica si había una mejoría muy grande, pero era muy poco probable", recuerda. "En este tipo de acogida permanente ya se ve que el niño no podrá, por lo que sea, volver con su familia de origen y por tanto esta acogida normalmente dura hasta la mayoría de edad", explica Xufré. Sin embargo, no todos los acogimientos son iguales, existen urgencia y emergencia, simples y permanentes, como el de Laura, y se valoran en función del caso de cada niño. También existen los acogimientos especializados y el acogimiento de vacaciones y fines de semana. Según las características del niño y el tipo de acogida, se prevén ayudas económicas mensuales para las familias o las personas acogedoras.

Más que acoger, ayudar a crear vínculo

"Te llaman y te dicen que en dos horas tienes que estar en el lugar, que hay un bebé, y no sabes si es niño o niña, ni cuándo pesa. Y te vas con una bolsa de hospital, con tres tallas de ropa y dos tallas de pañales", comenta Neus, una madre de acogida de urgencia y me. Este tipo de acogida es para aquellos niños de 0 a 2 años. Normalmente son bebés a los que se les acaba de desamparar y todavía no tienen una medida protectora. "Es un acogimiento que debe durar como máximo seis meses y los equipos trabajan por si la medida es volver con su familia, si se necesita una familia acogedora o si puede ir con su familia extensa, porque hay abuelos, tías o hermanos que pueden hacerse cargo de la criatura", explica Lledós sobre este tipo de acogida.

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"Dos fueron retiradas hospitalarias, uno fue una renuncia hospitalaria –tienes un bebé de tres o cuatro días de vida– y el último tenía cinco meses y fue una retirada de Mossos. Son situaciones muy bestias", recuerda. Para ser familia de urgencia y emergencia es necesario tener una alta disponibilidad y puede serlo una sola persona. "Algunas situaciones son extremadamente duras. En una de las primeras acogidas, llegó una criatura en pleno síndrome de abstinencia; lloraba desesperadamente todo el día y toda la noche durante dos semanas. No se calmaba en modo alguno, hasta que empezó a estabilizarse", recuerda.

Crecer en familia transforma

"Cuando están en familias, estos niños aprenden a vincular. Es decir, cuando se marchan de tu casa se marchan con el enchufe hecho. Y aunque es traumático para ellos, permite que a la larga puedan volver a conectar con otra familia, con la que sea, biológica, acogedora, adoptiva, da igual." Pero ya tienen el enchufe. La etapa de 0 a 2 años es crítica para un niño para crear un vínculo seguro que les permita desarrollar la confianza, la autonomía y la regulación emocional.

Las interacciones sencillas como los abrazos, la atención rápida o compartir juegos y rutinas construyen las bases de un desarrollo emocional, social y cognitivo sano. "La familia de acogida tiene una función reparadora, da la oportunidad a este niño de vivir una experiencia a nivel de vínculo diferente, como la posibilidad de vivir en un entorno seguro, estable, donde hay adultos disponibles emocionalmente y donde se siente único y especial", detalla la psicóloga.

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"Quienes no pasan por familias no tienen ese enchufe y suelen ser adopciones fallidas porque no saben qué es el vínculo", explica Neus. Según las observaciones de René Spitz con niños institucionalizados y los estudios posteriores de la psicóloga del desarrollo Mary Ainsworth, una carencia de vínculo afectivo o inconsistente puede generar vínculos inseguros con consecuencias en la autoestima, la regulación emocional y el desarrollo futuro. "Tenerlo supone mejorar su propio autoconcepto, su autoestima ya nivel vincular, experimentar dinámicas más saludables que las que han tenido", relata Xufré.

El hecho es que el vínculo afectivo y la atención emocional son tan esenciales como la comida o la higiene en el desarrollo infantil. Una investigación de la UAB y la DGAIA ponía de manifiesto que los menores en familias de acogida eran más felices (92%) y estudiosos (82%) en comparación con los niños en centros tutelados.

Para Neus, su rol está claro: "Tienes que ser muy consciente de tu papel, eres como un bombero, apagan un fuego y se van, no se quedan a reconstruir la casa que se ha quemado".

Entre dos vidas: los duelos y la incertidumbre

En el caso de Josep y Silvia con 48 y 44 años, respectivamente, se plantearon ser padres de acogida. En menos de un año después de haber iniciado el proceso, tenían en casa a Lucía, de 3 años, que de momento es una acogida simple. "Lucía llegó después de pasar por una familia de urgencia y emergencia y ahora ya lleva 4 años con nosotros", explica la pareja. La acogida simple se realiza, normalmente, con niños de un año en adelante y con la posibilidad de que vuelvan con la familia biológica. "Es una acogida que se trabaja con la familia de origen del niño para poder realizar este retorno. En estos casos, el mantenimiento del vínculo con la familia de sangre se realiza con visitas cada dos semanas", comenta la directora del ICAA.

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Precisamente, las visitas con las familias biológicas suponen para estos niños una removida emocional. "Lucía lo vive de esa manera, nosotros después de la visita, sufrimos las consecuencias, se le remueve todo y hay días que ha ido bien porque pasa tiempo con su hermano mayor y otros que no. Hay días que vuelve y habría sido mejor no haber ido, pero hay que hacerlo", explican Josep y Silvia. "Para la familia acogida es difícil sostenerlo, porque muchas veces tiene la sensación de que todo el trabajo que están haciendo para recuperar un poco la estabilidad emocional de este niño y para darle ese entorno seguro se destruye, y hay que empezar de nuevo de nuevo", añade la psicóloga. Por otra parte, también las familias biológicas pueden vivirlo desde esa frustración o impotencia.

"Era duro enfrentarse a ella. En el momento que vas a la visita es como recuerdas que tienes dos vidas diferentes. Cuando acababa no estaba casi, se me ponían bastante mal porque se notaba mucho la diferencia de las dos vidas", dice Laura sobre su experiencia. A veces estas visitas suponen que los niños estén más irritables, más desafiantes, demuestren rabia o estén más inseguros, una situación compleja a nivel emocional.

"Para la criatura es como estar entre dos mundos muy diferentes y no poder estar bien en ninguno porque implica una traición hacia el otro. Es complicado: hay un conflicto de lealtad y una sensación de traición entre quien les ha dado la vida pero no puede cuidarse, y entre los que le están dando unas rutinas y la estabilidad". "Tiene un conflicto interior, se nota que la mochila está muy cargada, pero al final como el objetivo es que vuelva con la familia biológica, si tiene contacto es menos doloroso en caso de que tuviera que volver", explican Josep y Silvia. Según la psicóloga, aunque integrar estas dos vidas puede resultar complicado, es necesario para no romper totalmente con la identidad propia.

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Si las familias biológicas siguen un proceso de mejora y estabilidad pueden pedir que se les devuelva la tutela de aquel niño, y esta situación puede suponer convivir con la incertidumbre de los niños y las familias. "Me daba miedo pensar que me podían devolver con mi familia biológica o imaginarme que tenía que marcharme, lo habría pasado fatal porque yo estaba muy bien", explica Laura. En el caso de Lucía, al ser una niña en acogida simple podría ser reclamada por su familia biológica, siempre que el proceso de mejora de la familia hubiera sido valorado por la DGAIA.

Ante esta posibilidad, sus padres de acogida intentan no pensar en ello: "Intentamos vivir el día a día porque si no es un desgaste emocional importante, debes mentalizarte, pero, sin embargo, se piensa en el futuro y es inevitable, aunque te hayan preparado. Hay días que no, piensas". pareja. "La sensación de poco control sobre sus vidas y la ansiedad que implica vivir sin saber lo que será de ti y sin poder escogerlo, son lo que más impacta emocionalmente en los niños", indica la psicóloga.

Más familias de acogida, menos menores creciente en centros

"El hecho de no vivir con tu familia biológica y estar en un centro no significa que seas mala persona o que seas difícil de amar y acoger. Muchas veces la gente se echa atrás porque piensa que les puede dar problemas o no funcionar", reflexiona Laura. Este estigma social y la carencia de concienciación dificultan que más familias se animen a acoger. Recientemente, la consellera Mònica Martínez Bravo expresó que se necesitaba duplicar el número de familias de acogida para descongestionar los centros de menores.

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En Cataluña, hoy, hay 798 familias de acogida en las diversas modalidades que amparan 908 niños, según datos facilitados por el Instituto Catalán del Acogimiento y la Adopción (ICAA). Pero el número de menores tutelados supera de largo la cifra de 8.867 niños. "Nosotros, si fuera necesario, volveríamos a acoger, ha sido una bomba, un regalo, con toda lo bueno y todo lo malo, lo volveríamos a hacer seguro", explican Josep y Silvia.

Que esperen a las familias, no a los niños

De los casi 9.000 niños bajo protección de la Generalitat, la situación es especialmente delicada para los menores de seis años: 263 niños y niñas viven en centros. "Este debería ser el último recurso porque, por normativa legal, deberían convivir con una familia", detalla Elena Lledós, directora del organismo. En esta línea, la consellera insistía hace unos días en la necesidad de doblar el número de familias de acogida, llegar a 1.400, para evitar precisamente que los niños menores de 6 años vivan en centros. "Quisiera conseguir entre 300 y 400 familias más, nos gustaría que si hay lista de espera, sean las familias quienes se esperan y no los niños", expresa Lledós. Actualmente, existen 798 familias de acogida activas en Cataluña, una cifra que representa sólo un 9% en relación con el total de menores tutelados, lo que pone de manifiesto la necesidad urgente de incrementar su número para reducir la carga de los centros residenciales y garantizar entornos familiares a los niños que lo necesitan.

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Además, cuanto mayores son los niños, menos probabilidades tienen de ser acogidos. "Es cierto que las familias, a veces, sienten que pueden aportar más o que sabrán cómo ayudar a un niño más pequeño. Los mayores tienen más mochilas, situaciones emocionales quizás más complicadas y siempre es más difícil", reflexiona Lledós. Una modalidad que existe para acoger a niños mayores son las familias colaboradoras que acogen a niños que están en centros, durante el fin de semana y las vacaciones de verano. En Cataluña existen 129 familias en esta modalidad. También existe lo que se conoce como acogimiento convivencial, que son acogimientos de grupos de hermanos o niños con necesidades especiales que requieren que las familias tengan conocimientos o formación en materia de infancia o adolescencia.

"Hay mucha gente que todavía no sabe qué son las familias de acogida. Una de las oportunidades que tenemos es difundir la cultura del acogimiento tanto como sea posible", comenta Lledós, quien cree que el principal obstáculo es que, así como la adopción se conoce, el acogimiento es todavía bastante desconocido. "Si la acogida fuera mal, no pasa nada, todo es probarlo. Pero es una oportunidad. Le estás dando una segunda vida a esa persona. "Gracias a mi familia estoy donde estoy, en la universidad, aprobándolo todo. Es la posibilidad de poder desarrollarte de forma correcta, porque no es lo mismo crecer en un centro que con una familia", concluye Laura.

¿Cómo deben ser las familias de acogida?

Para acoger a un niño no es necesario ser perfecto, pero sí es necesario tener una madurez emocional sólida. "Lo importante es tener mucha paciencia, mucha capacidad de comprensión y una empatía muy grande", explica Yvette Xufré, psicóloga especializada en infancia. "No puedes acoger si no eres capaz de entender qué le pasa a ese niño y la historia de trauma con la que llega. La acogida no es para cubrir necesidades adultas; es para el niño", añade Xufré.

Desde la Generalitat se valora que las familias tengan estabilidad emocional, tiempo disponible, flexibilidad educativa y voluntad de colaborar con equipos técnicos. Es necesario que todo el núcleo familiar esté de acuerdo y comprometido con la acogida. Además, se requiere ser mayor de 25 años, tener al menos 14 años más que el niño, estar en pleno ejercicio de los derechos civiles y presentar documentos como certificados médicos y penales.

Según Xufré, "el amor incondicional es clave: los niños deben sentir que no se les va a dejar. Si viven con el miedo constante del regreso, no pueden vincularse." Por eso, la voluntad de sostener la acogida hasta el final –sea el retorno con la familia biológica, la adopción o la mayoría de edad– es esencial.

Para dar el paso, es necesario contactar con el Instituto Catalán del Acogimiento y la Adopción (ICAA) o con la Institución Colaboradora de Integración Familiar (ICIF). A partir de aquí se inicia un proceso de formación y valoración para garantizar que cada niño encuentre el entorno que necesita.