60 años de Òmnium: De la resistencia cultural a la eclosión política
Nació para salvaguardar la lengua y ha llegado al clímax con el Procés
BarcelonaÒmnium nació en un contexto anómalo. Mientras en Europa dominaba la democracia, en España había una dictadura que perseguía sistemáticamente cualquier disidencia. Franco era un hombre de un solo color: “La unidad nacional la queremos absoluta, con una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española”, aseguró en uno de sus discursos. En las fábricas se instalaron letreros donde se prohibía explícitamente a los obreros hablar en catalán y en 1939, por decreto, se vetó el uso del catalán en el espacio público. El Palau de la Música Catalana pasó a llamarse Palacio de la Música y el Institut d'Estudis Catalans se rebautizó como Instituto de la Hispanidad de Barcelona. La lengua o la creación en catalán lo tenían complicado para sobrevivir y, el 11 de julio de 1961, hoy hace sesenta años, cinco miembros de la burguesía creaban una herramienta para evitar el declive: Òmnium Cultural.
Con la democracia, el catalán y la cultura catalana salieron de la clandestinidad. Pero Òmnium, 46 años después de la muerte de Franco, continúa existiendo y tiene más socios que nunca. De hecho, durante los últimos seis años ha triplicado su número: en 2015 tenía 55.883 socios y ahora tiene 186.985. Es muy difícil encontrar una entidad como esta en ningun otro país aunque también tenga una lengua sin estado. Es una rara avis. ¿ Pero qué sentido tenía Òmnium en 1961 y cuál tiene ahora? ¿Y cómo se explica su fuerza actual?
Los fundadores fueron el financiero y mecenas Fèlix Millet i Maristany, el industrial de la alimentación Lluís Carulla, el creador de Floïd y fundador de Banca Catalana Joan B. Cendrós, el empresario textil Pau Riera i Sala y el ingeniero Joan Vallvé i Creus. “Es una nueva burguesía que no se entiende sin el contexto de la época, que se enriqueció durante el franquismo pero no gracias al franquismo”, dice el escritor y filólogo Jordi Amat: “Les empujó una responsabilidad cívica, Millet ya la había demostrado con Benèfica Minerva [dedicada clandestinamente al mecenazgo colectivo] y una cierta posibilidad de actuar como grupo de presión y ganar una posición en la vida pública”, añade.
La irritación de Tarradellas
No todo el mundo recibió la aparición de Òmnium con buenos ojos. A Josep Tarradellas, president de la Generalitat en el exilio, no le hico gracia. “Cuando abrieron el Centre d’Études Catalanes en París se enfadó porque siempre había aspirado a tener una oficina en la capital francesa en lugar de tener que presidir la Generalitat desde su casa, en Saint-Martin-le-Beau (Tours) y porque todos buscaban financiación entre los exiliados”, explica el historiador y profesor de la UOC/UVic Joan Esculies. “Además -añade-, Tarradellas creía que con la aparición de Òmnium se vincularía la lengua y la cultura catalanas con la burguesía y esto generaría el rechazo de sectores populares y se crearía un nuevo lerrouxismo; veía como un peligro que Òmnium repartiera becas y subvenciones o que se vaciara de contenido político la reivindicación del catalán”. La lengua, sin embargo, se fue extendiendo con el activismo semiclandestino de Òmnium, gracias en parte a los cursos y exámenes que organizó Joan Triadú. Y cuando llegó la democracia, había profesores preparados para enseñar catalán.
Pero no todo era lengua. También hubo un gran esfuerzo para no dejar morir la creatividad. “Cuando Josep Benet redactó las bases del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes en 1968, lo hizo con una clara conciencia que ciertos intelectuales tenían que ser reconocidos; el premio no solo se da a la excelencia de la obra sino a los que han contribuido a la continuidad de la cultura”, dice Amat, según el que “en aquel momento era una manera de agradecer y reconocer el sacrificio de los que no habían claudicado con la victoria de Franco; el jurado del premio decidía quién tenía que formar parte del panteón que había salvado la cultura catalana, los honorables”. Josep Pla, por ejemplo, no fue uno de los escogidos: nunca obtuvo el premio de Honor de les Lletres Catalanes.
En el cobijo de Òmnium crecieron nuevas generaciones de creadores porque había recursos económicos y las estructuras paralelas necesarias: “Se creó el caldo de cultivo para que después fuera fácil, ya en democracia, recuperar la cultura catalana, cuando surgieron autores como Baltasar Porcel, Terenci Moix o Montserrat Roig”, detalla el periodista Antoni Batista.
Con la democracia y la aparición de instituciones y administraciones que en principio tenían que velar por la lengua y la cultura catalana, Òmnium podría haber ido desapareciendo. “Pero la enseñanza del catalán o la promoción de premios literarios se mantienen después de la recuperación democrática”, explica la politóloga Gemma Ubasart, para quien “el hecho de tener una lengua minorizada, sin un estado que la sustente, explica en parte que una entidad como Òmnium perdure”. La democracia no resolvió todos los problemas: “Hubo una cierta decepción dentro de la entidad porque todo este bagaje cultural, que era fundamental para el catalanismo, fue maltratado por los diferentes gobiernos; la cultura no ha sido nunca una prioridad para la Generalitat”, afirma el filósofo y gestor cultural Xavier Fina.
El giro hacia la autodeterminación
Se continuó dando clases de catalán, concediendo premios y haciendo campañas, pero hubo un momento en que se buscó una nueva ensambladura: “A Òmnium le costó adaptarse a la democracia, porque algunas de las cosas que hacía las empezaron a hacer las instituciones”, opina Jordi Bosch, exmiembro de la junta nacional de la entidad y exrresponsable de relaciones institucionales. Además, se fueron perdiendo cuadros dirigentes, muchos se fueron al sector público”. Después de unos años de ir perdiendo peso bajo la batuta inmovilista de Josep Millàs, hubo un giro modernizador con las presidencias primero de Jordi Porta y después de Muriel Casals. “Se intensificaron mucho las luchas sociales y la reivindicación del derecho a la autodeterminación”, recuerda Bosch. Y se reforzó “la independencia financiera y de los partidos políticos: no somos apolíticos pero sí apartidistas”, añade Bosch. Esta es una de las otras peculiaridades de la entidad: haber conseguido que ninguna sigla se apropiara de su patrimonio histórico: “Es una entidad de la sociedad civil, con un legado muy potente, y es transversal, no exige una militancia confrontada, como sí que ha hecho la Asamblea Nacional de Catalunya, y esto la hace más amable”, precisa Amat.
Su transversalidad
La defensa de la autodeterminación, sin embargo, puede haber dejado socios fuera, opina Esculies: “A partir de 2010 Òmnium hizo como la mayor parte de los catalanistas y empezó a abrazar el independentismo. Además, fue más allá de promover la lengua y la cultura para convertirse en un actor principal en este nuevo contexto. Sus juntas han servido durante años de lugar de fogueo político y también han sido punto de encuentro de perfiles de diferentes ámbitos y partidos políticos, un hecho clave para entender el impulso inicial de la transversalidad del Procés. El hecho que Òmnium sea visto como un actor más del independentismo le permite tener un público muy fiel y a la vez le resta penetración entre los segmentos catalanistas no independentistas”. El economista Alfredo Pastor va más allá: “Òmnium se ha convertido en una plataforma de activistas a favor de la independencia”.
Ahora, en un contexto en que no parece posible un referéndum con el acuerdo del gobierno español, y en que el conflicto político va para largo, “a Òmnium le salen bien las cosas”, dice Ubasart. Para Xavier Fina, “un punto clave es la figura de Jordi Cuixart, que no busca el provecho propio ni un cargo, ni tampoco entra en las miserias de la política, pero a la vez es un animal político y un gran comunicador”. “Y detrás de la entidad hay una estrategia buenísima”. “Òmnium continuará ocupando una cierta centralidad si se sabe mantener lejos de los intereses partidistas”, augura Ubasart.