'Antidisturbios': los sindicatos policiales no tienen razón

La ficción de Movistar+ es menos crítica con los cuerpos de seguridad de lo que pretende

Eulàlia Iglesias
3 min
Un fotograma d''Antidisturbios'

Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen para Movistar+

En emisión en Movistar+

La serie más comentada del momento arranca con una secuencia de presentación de personaje que se quiere antológica. Los creadores Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen nos introducen a la protagonista de Antidisturbios, Laia Urquijo (Vicky Luengo), en un escenario literalmente trivial: juega con la familia al popular juego de mesa de preguntas y respuestas. Y a partir de un hecho en apariencia anecdótico se nos desvela a Laia como una mujer de apariencia quizás frágil pero actitud determinada que se subleva y se mantiene firme contra una corrupción de raíz patriarcal. Esta secuencia, además, engloba algunas de las estrategias de puesta en escena que se repetirán a lo largo de la serie y que desmarcan a Antidistubios de los procedimentales policiacos típicos. En lugar de encadenar escenas de causa/efecto, trabajan con el streaming para cocer a fuego lento una tensión que se desencadena también con un ritmo propio. El uso del gran angular y, más adelante, también de la cámara en mano, rompe con la rigidez de cierto estilo televisivo y redunda en un efecto de intensidad inmersiva de excusa realista. A la vez, permite otorgar más presencia dramática a los intérpretes.

Peña y Sorogoyen han tomado apuntes de los maestros de la nueva ficción televisiva y los aplican todo lo bien que saben. A la vez, entroncan con films suyos como Que Dios nos perdone (2016) y El Reino (2018), ambos thrillers con vocación de altos vuelos tanto en la estética como en el trasfondo político. Como estos títulos, Antidisturbios se pierde en un constante desequilibrio entre la práctica ampulosa del género y las pretensiones de arraigo a la realidad de la España actual, en este querer decir grandes cosas a partir de situaciones cotidianas rodadas con cierta altisonancia como ya queda patente en la escena inicial. En Antidisturbios parecen querer compensar la fascinación no confesada por las masculinidades tóxicas que presidía Que Dios nos perdone con Laia, esta antagonista femenina que investiga al grupo de antidisturbios del título, un personaje en exceso arquetípico forjado a la imagen de tantas protagonistas femeninas recientes de thrillers internacionales.

Por otro lado, como pasaba en El Reino, Sorogoyen y Peña diluyen la supuesta crítica a los estamentos que representan en un cobarde y demasiado abstracto “no hay nada limpio”. La táctica de los creadores consiste en, por un lado, individualizar las problemáticas de los antidisturbios, y, por el otro, lanzar una acusación general de corrupción hacia las altas esferas. Acciones como consumir cocaína o sobrepasarse en el uso de la fuerza se muestran como defectos particulares de los personajes, totalmente al margen de las estrategias oficiosas de las fuerzas de seguridad. Los únicos ultras que aparecen en la serie están al otro lado del cordón policial: la señora que en una manifestación los acusa de “rojos” (!!!), o los seguidores violentos de un equipo de fútbol que asolan el centro de Madrid, que para más inri ni siquiera son españoles. Antidisturbios no entra en ningún momento a denunciar la infiltración de la ultraderecha, el uso de las drogas para pasar a la acción o la tolerancia hacia el exceso de violencia en la policía. También duele la manipulación de las víctimas más invisibilizadas de la violencia policial y del sistema, los inmigrantes sin papeles. La utilización de la figura de los manteros como simple dispositivo dramático y para arrastrar simpatías hacia los antidisturbios merecería que le dedicara un artículo alguna persona experta en las inercias racistas en ficciones que se pretenden progresistas.

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