Memoria histórica

Nicolás Sánchez Albornoz: “En Argentina han hecho los juicios que tocaba, en España se han acojonado”

MadridNicolás Sánchez Albornoz (Madrid, 1926) es historiador y el único superviviente de los que consiguieron escapar de Cuelgamuros, como reivindica que se denomine el Valle de los Caídos. Hijo de una familia republicana, de joven pasó por tres prisiones, un consejo de guerra y finalmente por el Valle, de donde consiguió escapar a pesar de que después le esperaron 32 años “de expatriación forzosa”, como explica en su libro Cárceles y exilios (Anagrama, 2012).

En 1947 fue detenido en Barcelona por pertenecer a una asociación juvenil. ¿Cómo fueron los meses recluido en Cuelgamuros?

— Tengo menos quejas que otros. Al llegar, a Manuel Lamala y a mí nos destinaron a uno de los tres destacamentos: el del monasterio. Aquel día habían tenido que poner en libertad a la escribana del campo porque había cumplido la condena. Nos vieron bajar y nos preguntaron: “¿Estudiantes?” Respondimos que sí. “Pues mañana a la oficina”. Nunca he presumido de haber puesto ladrillos ni de picar piedra. Es una situación ventajosa. Pero al estar en la oficina, uno se entera de muchas cosas. Vi como funcionaba la alimentación de los presos. En teoría, los presos tenían que comer 2.800 calorías por día, era el requisito internacional para los que hacían sobre todo trabajos duros. La dirección de prisiones enviaba comida, pero no todo llegaba: se descargaba una parte de los camiones, y la otra los funcionarios de prisiones la vendían al estraperlo, o esto decían. Además, los presos eran alquilados a las compañías, que pagaban al Estado una cantidad diaria por el trabajo hecho. Me di cuenta de cosas que desmontan la retórica del franquismo, como que los presos estaban muy alimentados. Yo llenaba una plantilla con el menú y el cálculo de calorías que me decía mi cabeza, pero yo no tenía acceso a la información del almacén. Eran documentos falsificados en origen.

¿Qué les daban para comer?

— Patatas, garbanzos, lentejas. Insuficiente.

Usted ha explicado que falta explicar la corrupción que hubo en la construcción de Cuelgamuros.

— Sí. Además, estos últimos años el estado español ha sido estado dinero en la restauración de Cuelgamuros. Es un escándalo. Allí había una parte bastante importante de presos, combatientes republicanos que después de la guerra habían sido encarcelados y condenados en consejo de guerra a 15 o 20 años. El año 1948 no habían visto la calle. Y también otra categoría: aquellos que se opusieron al régimen. En 1947 y en 1948, después de la derrota de los nazis, la prensa extranjera ya estaba mucho más atenta. Por ejemplo, un periodista americano consiguió una autorización y nos hizo una fotografía a mí y a dos compañeros más.

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Era una táctica del régimen, un lavado de puertas afuera.

— Claro. Y el segundo lavado de cara es denominarlo Valle de los Caídos.

¿Cómo planificó su fuga en 1948?

— Nos hicieron un consejo de guerra. El fiscal me pidió tres años de prisión. Cuando ya estábamos en la prisión de Carabanchel, un capitán vino a leernos la condena y resulta que nos pusieron a todos condenas superiores a las que pedía el fiscal, cosa que es bastante anómala. A mí me tocaron seis años. Estaba preparado para tres, pero con seis años me enfadé y aquella misma noche empecé a elucubrar que yo cumpliría aquella condena. Primero me puse en contacto con la CNT, pero cuando me trasladaron a Cuelgamuros estos contactos se interrumpieron. Allí me puse en contacto con los compañeros de París. Consiguieron dinero, un automóvil para llevarnos hasta Francia. Nos dieron cita al monasterio del Escorial. Llegamos y había el automóvil, que era de un novelista norteamericano famoso, Norman Mailer. Se lo dejó su hermana para conducirlo, y otra chica, Barbara Probst Solomon. Nos llevaron a Barcelona, allí nos dieron documentación que habían falsificado y un salvoconducto para atravesar la frontera hacia Francia. Lo teníamos que hacer con un guía, pero al final lo hicimos solos. Estuvimos tres días andando, nos perdimos, me rompí un tobillo. 

Decide exiliarse en Argentina. Uno de los objetivos era el reencuentro con su padre.

— Sí. Hacía 8 años que no nos veíamos.

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Después de Argentina, ¿por qué volvió a España?

— Porque muere Franco. Me pasé 18 años en Argentina y 25 en Nueva York. 

Hubo otras personas que decidieron no volver.

— Hay muchos casos diferentes. Algunos murieron al exilio, otros volvieron e intentaron restaurar el partido republicano, como Paco Giral. También gente joven que se fue y continuó luchando, y los exiliados que acabaron en campos de concentración de Alemania. De toda esta gente no se habla. ¿Cuánto se ha hablado de los exiliados en la guerra contra los nazis?

En un momento de su libro, habla de la “imposición del silencio” que se construyó durante el franquismo. ¿Cree que todavía perdura?

— Sí, excepto en familiares que reclaman los cuerpos para desenterrarlos. Es un movimiento lento pero buena parte de los que se están moviendo con eficacia son los nietos de los abuelos a quien fusilaron. Es curioso cómo la memoria ha tenido un flujo intergeneracional. 

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¿Cómo valora la nueva ley de memoria democrática?

— No la he leído, pero me imagino que es excesivamente moderada respecto a mis aspiraciones. 

Por ahora, sin embargo, no hay consenso para sacarla adelante. ¿Por qué cree que pasa?

— Hay dos tipos de falta de consenso. Toda la derecha, hasta Vox, que son hijos del franquismo y no les interesa que el aguilucho sea puesto en entredicho. Después, hay falta de consenso en grupos como ERC, que dicen que se queda corta, y seguramente los vascos también. 

¿Es necesario declarar ilegal el régimen de Franco?

— Llega con retraso. Pienso que quien lo tendría que haber hecho eran los aliados en 1945. En aquel momento podían haberlo incluido [a Franco] en el juicio de Nuremberg y haberlo colgado como correspondía. Nuestra vida habría sido muy diferente y quienes salen con el aguilucho habrían aprendido algo. Lo que nos habríamos ahorrado: yo mismo entrar en la prisión e ir al exilio.

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¿Ahora ya no tiene sentido?

— Lo que se tiene que hacer es depurar la justicia y el ejército.

¿Qué piensa de la derogación de la ley de amnistía del 1977? 

— Para todos aquellos que pasaron  por la prisión durante el tiempo de Franco está bien. Ahora, amnistiar a Billy el Niño... Además, la perspectiva internacional ha cambiado. En Argentina han hecho los juicios que tocaba, aquí en España se han acojonado, por decirlo claro, han quedado como unos gallinas. En aquel momento [cuando se aprobó la ley de amnistía] la izquierda no tenía medidas sus fuerzas porque apenas salía de la clandestinidad. Pensó que valía más conseguir algunas cosas y no hacer peticiones extremas a cambio, y esto se tiene que reconocer, que la sociedad española pudiera evolucionar. Toda una serie de cosas vetadas por el franquismo ahora son normales.

Siempre se puede mejorar en términos democráticos.

— ¡Pues claro! Pero la España actual es irreconocible para un franquista. Es como un puñetazo en la cara.

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El peligro es cuando estos a quienes molesta quieren volver.

— Sí. Lo que es preocupante es que Vox tiene un voto joven, más joven que el PP. No sé como se ha producido. En parte porque no se ha sabido llevar. Además, toda esta nostalgia franquista de recuperar la Guerra Civil. No han visto que la sociedad española ha cambiado.

Ahora las exhumaciones en el Valle se han vuelto a parar.

— Sí, pero esto es una parte de la justicia que habría que quitar. Para las familias que están deseando recuperar los cadáveres, una noticia así es un golpe mucho bestia.

¿Usted ha vuelto, al Valle?

— ¡No, de ninguna de las maneras! ¿Por qué? Las ruinas del Valle que espero ver las puedo ver desde fuera.

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¿Qué se tendría que hacer?

— He leído que quieren resignificarlo. La resignificación me parece una cosa complicada. Desde mi lado ecologista, espero que la naturaleza se vengue y se cargue el monumento. Que tengamos unas ruinas que no sean resultado de la dinamita, sino obra de la venganza de la naturaleza.

Falta de apoyo a la ley de memoria

El mes de octubre, la ley de memoria histórica promovida por el gobierno español –y que tiene que sustituir la de 2007 del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero– empezó su tramitación parlamentaria, pero sin los consensos necesarios para que prosperara. De hecho, a estas alturas, la normativa está parada en la cámara baja. El PP no lo avala, pero es que tampoco lo hacen los socios del ejecutivo de Pedro Sánchez, entre los cuales ERC. Tampoco avalan las enmiendas que presentaron conjuntamente el PSOE y Unidas Podemos para intentar acercar posiciones con los republicanos. Proponían, por ejemplo, modificar la ley de amnistía de 1977 para que se pudieran juzgar los crímenes del franquismo. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, sin embargo, admitía que en realidad los cambios no afectan el sistema jurídico español.

Las exhumaciones del Valle, paradas

Con la exhumación de los restos del dictador Francisco Franco, el 24 de octubre de 2019, parecía que se abría la veda para el resto de víctimas sepultadas en el Valle de los Caídos. Pero no hace ni un mes que la justicia ha vuelto a entorpecer este proceso. El juzgado contencioso administrativo número 10 de Madrid suspendió de manera cautelar la licencia de obras para continuar con las exhumaciones. La juez considera que primero se tiene que resolver el recurso que interpuso la Asociación para la Reconciliación y la Verdad Histórica. El gobierno español explicó en marzo que había destinado 665.000 euros a los trabajos para exhumar e identificar los restos de las víctimas. Entre las peticiones hay el caso de la familia de los hermanos Manuel y Antonio Lapeña, que en 2016 recibieron la autorización para recuperar sus cadáveres.