Arte

Muere Bill Viola, el genio que concilió vídeo y arte

La obra del estadounidense, de 73 años, se caracterizaba por reflexionar sobre la vida y la muerte a partir de videoinstalaciones conmovedoras

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Bill Viola fotografiado en Bilbao, en 2017

BarcelonaEl videoarte acaba de perder Bill Viola, uno de sus pioneros y, al mismo tiempo, una de las figuras más relevantes de las últimas décadas. El estadounidense falleció a los 73 años a consecuencia de complicaciones del Alzheimer que sufría.

Las obras del artista nacido en Queens, Nueva York, en 1951, tienen una fuerte carga espiritual y exploran los rituales de paso, sobre todo el nacimiento y la muerte, y el umbral entre el mundo de los vivos y el de los que ya no están. "Fue cuando murió mi madre, en 1991, y cuando nació nuestro primer hijo, en 1988, que capté por primera vez la experiencia vital entera –afirmaba Viola en el 2009, poco después de recibir el Premi Internacional Catalunya – De hecho, uno y otro proceso son muy similares. Los dos incluyen el tránsito de una realidad hacia otra. de la madre representa la transición del mundo material y terrenal hacia lo espiritual".

'Bill Viola. Espejos del alma'

Viola empezó a experimentar con el videoarte a principios de la década de los 70, en paralelo a creadores como Vito Acconci, Dan Graham, Martha Rosler y Nam June Paik. Buena parte de sus obras tempranas muestran la destreza del artista a la hora de integrar en ella loops y distorsiones visuales. Enseguida empezaría a explorar dos elementos que se convertirían en esenciales en su concepción del arte: por un lado, la espiritualidad derivada del budismo zen, el sufismo islámico y el misticismo cristiano, y por otro, la voluntad de tener cuidado de las secuencias que presentaba a un ritmo ralentizado –para potenciar su fuerza contemplativa– y con una vocación pictórica, influido sobre todo por pintores del Renacimiento y del Barroco.

"Los humanos nos hemos vuelto arrogantes, insensibles e ignorantes sobre el lugar que ocupamos en el cosmos", afirmaba el artista a principios de los 80, poco después de regresar a California, habiendo pasado un año y medio en Japón que lo va transformar. Viola, que se casó con Kira Perov, artista, gestora cultural y estrecha colaboradora en la obra del videoartista, compaginó la docencia universitaria con la creación de piezas como Televisión inversa (1983), en la que se ve a una serie de personas mirando videocámaras como si fueran televisores, y Incremento (1996), con un contador conectado a la pantalla donde puede verse la cara de Viola que registra las respiraciones que va haciendo. El contador acaba permitiéndole mostrar el equivalente de 85 años, cerca de 900 millones de respiraciones.

La espiritualidad y el peligro del agua

A menudo en las obras de Viola el elemento que conecta un mundo con el otro es el agua, evocadora de un hecho extremo de la biografía del artista: el estado de "paz extrema" que experimentó cuando estuvo a punto de ahogarse en un lago cuando era un niño. "Me gustaba mucho zambullirme y ver el mundo increíble que hay bajo el agua: fue una manera de darme cuenta de que la realidad que observamos nunca es completa y que la mayoría de cosas nos son invisibles –reconocía – El agua es una sustancia esencial, fundamental y profundamente espiritual. Cuando creamos una nueva vida queda protegida dentro de la barriga de las mujeres y crece dentro de un medio acuático. , como ocurre cuando hay inundaciones o si nos ahogamos".

Una de las videoinstalaciones de Viola que pudieron verse en la Pedrera en el 2019.

Además de recibir el Premi Internacional Catalunya en 2009, la vinculación de Bill Viola con la cultura catalana venía de lejos. Viola expuso piezas en La Virreina, CaixaForum, Palau de la Música, Bòlit de Girona y la Seu Vella de Lleida hasta que, en 2019, la Fundación Catalunya La Pedrera presentó la primera gran exposición monográfica en Barcelona de artista, Espejos de lo invisible. Incluía una veintena de obras datadas entre los años 1976 y 2014 que conseguían transmitir la calma, introspección y espiritualidad de su arte. “A lo largo del recorrido experimentamos un abanico de emociones –explicaba Kira Perov en nombre del artista–, desde contar las respiraciones de toda una vida enIncrementohasta la integración del individuo en el mundo natural enLa balsa reflectante. También el colapso del tiempo y el espacio de las cinco escenas simultáneas deLa habitación de Catalinay el aislamiento, la angustia y la desintegración del sujeto deRendición”.

“El artista de hoy representa cosas invisibles, y la base de la obra son la duda, el desconocimiento, la pérdida del sujeto y las preguntas, no las respuestas”, escribía Viola en una de las notas que va leer Perov en la presentación de la retrospectiva. Su marido ya no pudo viajar a Barcelona a consecuencia del Alzheimer. Dos años antes aún había podido desplazarse a Bilbao, cuando el Guggenheim le dedicó una ambiciosa muestra. "Hay un hilo que enlaza a los artistas, desde los pintores de las cavernas del paleolítico hasta el presente, y es el intento de descripción del alma humana –admitía Viola en aquellos momentos–. Las preguntas sobre la vida, la muerte y la conciencia han sido fundamentales para muchos creadores. También lo son para mí".

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