Asesinados por un partido de fútbol

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Bombardeo del día 6 de febrero de 1939

El trance aterrador que pasé hace unas semanas en barca en la bahía de Roses, en medio de lo que fue un tipo de tormenta huracanada, me llevó a conocer a Salvador Guerra, reconocido coleccionista de antigüedades avalado por las autoridades arqueológicas. Entre otras muchas piezas y documentos, tiene decenas de ánforas romanas en casa, perfectamente expuestas y documentadas, muchas de ellas cuales recuperadas del fondo del mar de Roses.

Salvador se puso en contacto conmigo para aclararme que, contra lo que insinúa el exalcalde Carles Páramo, tiene todo el sentido histórico denominar la playa de los Palangrers o del segundo muelle también como playa del Pipí. El abuelo de Salvador, Narcís Guerra, alcalde durante la República, hizo poner una fuente para abastecer de agua potable a las tripulaciones de los barcos que llegaban a la villa, impidiendo así que propagaran el cólera (también trajo agua corriente al pueblo y ponía fin, así, a los mortíferos episodios de tifus). Esta fuente tenía propiedades diuréticas certificadas por el médico de Roses August Pi Sunyer, y por eso la gente, con humor, la bautizó como la "fuente pichosa": iban a beber y a continuación hacían pipí en la playa.

Anécdotas aparte, Salvador me entregó un libro todavía más aterrador que mi trance marinero. Es el relato en primera persona, escrito por su padre, Esteve Guerra Marès, sobre las barbaridades que se hicieron en Roses durante la Guerra Civil y la posguerra. Sin ahorrarse detalles, describe asesinatos escabrosos, odiosos. "Ojalá nuestros hijos sepan escoger el camino de la concordia", desea en el epílogo. Ha estado más de cuarenta años en un cajón, en hibernación. La época convulsa que me tocó vivir (ed. Norfeu) es un documento de gran valor para entender "la inmensidad de la tragedia" que se desencadenó el 18 de julio de 1936, con el golpe de estado fascista de Franco y la reacción revolucionaria anarquista en Catalunya.

Los Guerra eran comerciantes de vino, una familia trabajadora, hecha a sí misma, que estaban bien con todo el mundo. El bisabuelo Francisco era botero, el abuelo Narcís prosperó y cuando se le murió de tifus un hermano –otro quedó minusválido– y después un hijo, se puso como misión erradicar la enfermedad. Para conseguirlo, acabó siendo alcalde durante la República... ¡por el partido monárquico! Los de Roses eran más bien federales y de izquierdas, pero lo votaron porque se fiaban y querían agua potable. Fue escogido en dos ocasiones, en 1931 y en 1934. En 1936 ganó la candidatura de ERC.

Coche de línea volviendo de Cadaqués, con una pareja de guardias civiles en el techo.

Con el estallido de la guerra, un Comité Revolucionario especialmente violento sembró el terror en la villa. Lo integraban personajes como "Rafel Cuatro Tiros, que dormía dentro de una barca en la playa", "el Canario, que iba siempre borracho" y "un exlegionario que quería matar a todo el mundo". Colectivizaron una veintena de propiedades, incluido la emblemática masía de Can Coll y las barcas de los armadores. De Can Guerra se quedaron la bodega, con mulas, carros y un coche, además del vino y el aceite. Los "consejos de cuneta" (asesinatos) en la carretera de Roses a Cadaqués se convirtieron en habituales. A Narciso y a su hijo Esteve no los mataron. Eran demasiado valiosos: necesitaban quien entendiera de vino y les proveyera. A quienes habían figurado de número 2 y 3 de la lista electoral de Esteve, sí que los liquidaron impunemente.

Los primeros asesinatos, y los más bestias, fueron de curas. El 21 de agosto de 1936, al padre Joan Marquès lo ataron a un árbol, le cortaron los testículos, se los metieron en la boca y después lo mataron a tiros. A continuación fueron a Cadaqués a darse un banquete para celebrar la gesta. Lo hicieron los del Comité de Orriols, que se movían por toda la comarca. En mosén Francisco Cargol de Roses, que ejercía en Sant Pere Pescador, lo rociaron con gasolina y lo quemaron: participaron individuos de los comités de Sant Pere, Olot y Roses.

Plaza de la Iglesia antes de la Guerra Civil.

Un caso dramático es el de los sastres Barceló, padre e hijo. No se habían metido nunca en política. El chico había jugado con el equipo de fútbol del Roses. El verano de 1935 se había hecho un partido contra el Llançà que acabó con una sonada pelea final. Un año después, con la guerra y la revolución, los Barceló cogieron miedo porque uno del comité les debía dinero y huyeron hacia Francia. De camino, se quedaron a dormir en una barraca de viña de Llançà y allí, cuando apareció un chaval, le preguntaron si les podía comprar unas alpargatas en el pueblo porque a uno de ellos se le habían estropeado. Pero el chico, en lugar de ayudarles, como reconoció al hijo como uno de los componentes del equipo de fútbol rival, los denunció al Comité de Llançà, desde donde avisaron al de Roses. Los mataron a los dos. Al cabo de unos días, la madre y esposa, Magdalena Giralt, se colgó.

También mataron al pescador Josep Romanyach, de izquierdas y cooperativista, uno de los impulsores y presidente del Pòsit de Roses, la entidad que puso fin a los abusos de los compradores de pescado. Algunos armadores de la FAI que tenían deudas lo asesinaron junto al panadero Domingo Cusí, que había exigido que se acabaran las muertes.

En fin, la lista es larga y los hechos, dramáticos. Da miedo. También da miedo la de los chavales que murieron en el frente. O la de las víctimas civiles de los bombardeos en Roses de la aviación fascista. Y resulta igualmente penosa e injusta la represión franquista. Esteve Guerra, que a finales del verano del 38 marchó al exilio (desertó del ejército y dejó de ayudar a gente perseguida a huir; había combinado con riesgo las dos tareas), los amigos que lo acogieron en Francia le quitaron de la cabeza la idea de pasarse al bando nacional haciéndole entender que allí también se mataban muchos inocentes.

En el caso de Roses, los criminales revolucionarios ya habían huido y quienes recibieron fueron gente que no había hecho nada. A Josep Esteve, un pescador que se había mantenido al margen de todo, lo confundieron con un hermano suyo y lo fusilaron en la masia de las Figueres. Cuando se dieron cuenta del error ya era demasiado tarde. A Joan Ferrer, que había protestado por los asesinatos y las confiscaciones y se había afiliado a la UGT (era obligatorio tener un carné sindical) porque no quería saber nada de la CNT y la FAI, también lo fusilaron, en su caso en Girona, junto a 32 víctimas más, el 22 de octubre de 1939. La represión se alargó cuarenta años.

Este libro de Esteve Guerra es, como hace constar su hijo Salvador, un testigo sobrecogedor de la "incomprensible, fatídica y lamentable" Guerra Civil Española.

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