Cine

Albert Serra concibe la tauromaquia como una experiencia íntima

El cineasta de Banyoles filma el toreo en 'Tardes de soledad' desde una relación de proximidad entre los hombres, las bestias y la audiencia en la sala

Andrés Roca Rey en 'Tardes de soledad'
06/03/2025
3 min
  • Dirección: Albert Serra
  • 125 minutos
  • España (2024)
  • Documental

El interés por los hombres que rondan la muerte atraviesa buena parte de la filmografía de Albert Serra. En Tardes de soledad, su primer largo documental, queda patente la voluntad de captar, a partir de una práctica ceremonial y espectacularizada, ese vínculo con la muerte de un hombre dispuesto a matar o, en muchísima menos medida, a morir en el intento. Aunque se inscribe en una larga tradición artística e intelectual de atracción por la tauromaquia, el cineasta banyolí ha querido hacer una película de toros como no se había visto otra. Un logro que pasa por una serie de decisiones de depuración formal y enriquecimiento discursivo. En Tardes de soledad no hay ni voz en off ni entrevistas, por lo que la propuesta se aparta del reportaje al uso, eliminando intermediarios entre el filme y la audiencia.

Estamos ante una obra de vocación inmersiva desde su dispositivo. El equipo de Tardes de soledad ha pasado meses registrando la cotidianidad de los protagonistas, el torero Andrés Roca Rey y su cuadrilla, que llevaban micrófonos inalámbricos con capacidad para recoger sus conversaciones más privadas mientras una cámara fija en el coche que les trasladaba arriba y abajo filmaba sus reacciones justo antes y después de las corridas. Un operativo más propio de la sociedad de la hipervigilancia que actualiza a los tiempos digitales la concepción ontológica de André Bazin, que veía el cine como un arte cuya tecnología permite desvelar una realidad que a ojo (ya oído) desnudo no llegamos a captar.

Un matador introspectivo

La elección como protagonista del peruano Roca Rey subraya la idea del matador como figura introspectiva que concibe su trabajo con la solemnidad de un ritual transfigurador y aleja la imagen del torero del llamativo folclorismo con el que a menudo se le asocia. Por contraste, los comentarios de la cuadrilla reflejan el culto a un líder que sublima su masculinidad mediante un rito mortífero, en una adoración que, además, se expresa en un léxico y registro tanto coloristas como específicos. En contra de las apariencias, Tardes de soledad también pone en evidencia cómo la liturgia privada del torero antes de la corrida tiene muchas características tradicionalmente femeninas: ataviarse con ropas ajustadas que marcan las formas, el uso de medias rosas y complementos preciosos, la presencia de un ayudante de cámara para ajustar el corsé de objetos la reverencia.

En el proceso de distanciamiento de algunos discursos en los que se han incrustado los relatos sobre la tauromaquia, Serra también vacía la corrida de su vertiente espectacular. No hay planes generales en Tardes de soledad, por lo que el público queda fuera del campo visual (no del sonoro) y el toreo acaba concibiéndose como una relación íntima entre los hombres y los animales. Con unas cámaras que a menudo se sitúan a la altura del punto de vista de la bestia, en algunos momentos el encuadre pierde el objetivo de ofrecer una perspectiva contextual y legible de la acción en la plaza para tender hacia cierta abstracción estética.

La película no cae en la estilización extrema porque el dispositivo sonoro, con las conversaciones de los protagonistas en primer plano, la mantiene anclada en la realidad. También porque, a través de este dispositivo, la crueldad hacia el animal se hace insoportablemente manifiesta: las imágenes de los ojos abrumados, la lengua fuera, el jadeo de la bestia que resopla y agoniza mientras se la remata y se la mutila, parecen dar razones fácticas a quien se opone a este espectáculo de tortura. No es que el filme pretenda equilibrar las dos posturas confrontadas sobre los toros, sino que asume la naturaleza cruel de un evento que se considera olprendedor. El montaje, sobre todo en la segunda mitad, adopta la estructura repetitiva de los rituales de tráfico que buscan alcanzar algún tipo de trascendencia. El final, sin embargo, esquiva también las narrativas del triunfo. La victoria radica en el mismo filme, la demostración del arte como una aproximación discursivamente compleja y estéticamente desgarradora a una práctica terrible.

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