Demi Moore protagoniza la experiencia cinematográfica más extrema de la temporada
Coralie Fargeat transmite la sensación femenina de odiar el propio cuerpo a través del terror corporal de 'La sustancia'
- Dirección y guion: Coralie Fargeat
- 141 minutos
- Reino Unido y Francia (2024)
- Con Demi Moore, Margaret Qualley y Dennis Quaid
¿Qué estarías dispuesta a hacer para volver a ser joven? En la película fenómeno de este año, Elisabeth (una bien reencontrada Demi Moore), estrella de un programa de aeróbic a la que despiden del trabajo cuando cumple 50 años, decide tomar una poción experimental que le devolverá una versión rejuvenecida de sí misma. Después de actualizar los films de violación y venganza con la remarcable Revenge, Coralie Fargeat sitúa el edadismo y la presión estética en el punto de mira desde los códigos del cine extremo. Si el cuerpo de las mujeres es un campo de batalla, llévelo a su máxima devastación, nos propone a La sustancia.
En una película rebosante de excesos e imágenes impactantes, la escena más sorprendente se basa en un simple gesto de la protagonista. Tras vestirse para una cita con un antiguo admirador, Elizabeth se contempla en el espejo y ve, detrás, un anuncio de su yo más joven. La inseguridad se apodera de ella y decide quedarse en casa. Fargeat encapsula en una escena, y a través de la precisa interpretación de Moore, un miedo que las mujeres conocen bien: detestar la propia imagen porque no responde a los cánones. La directora demuestra que puede transmitir esa angustia de forma sutil.
Pero su película se despliega en el registro contrario, el de un filme radical que desemboca en una apoteosis salvaje, propia de una versión gran guignol y en femenino de El retrato de Dorian Gray, inyectada con una dosis de Todo sobre Eva. Por el camino, Fargeat plasma la simbiosis autodestructiva que une a la protagonista con su versión mejorada, la Sue (Margaret Qualley), a través de una estructura a base de repeticiones y variaciones alrededor de un cuerpo que va siendo monstruoso alimentado por el autoodio, hasta estallar en un final catártico en toda su viscosidad. Porque resulta tan coherente como liberador que las inseguridades corporales femeninas se plasmen desde el territorio del body horror más brutal.