Cine

Joaquin Phoenix y Pedro Pascal, las dos almas enfrentadas de Estados Unidos

Los actores protagonizan la comedia negra 'Eddington', de Ari Aster, presentada en el Festival de Cannes

Joaquin Phoenix y Pedro Pascal antes del estreno de la película 'Eddington', de Ari Aster, en Cannes
16/05/2025
3 min

Enviado especial a CannesUno de los grandes temas del mundo actual es cómo la polarización ideológica de la política se está trasladando cada vez más a la vida cotidiana y pone en riesgo la convivencia, sobre todo en una sociedad armada hasta los dientes como la estadounidense. En esta dirección apunta Ari Aster en Eddington, el debut en la competición oficial del Festival de Cannes del director de Hereditary (2018) y Midsommar (2019), que después de ser aclamado como maestro del terror moderno en sus primeros films parece decidido a ampliar registros. Ya lo hizo en la dislocada comedia existencial Beau tiene miedo (2023) y repite la jugada en Eddington imprimiendo un tono abiertamente satírico y misantrópico en la historia, que sigue un sheriff más bien chapucero (Joaquin Phoenix) y con un matrimonio disfuncional en su enfrentamiento con el alcalde de su ciudad durante los inicios de la pandemia de coronavirus.

La película se acerca a la comedia en el retrato del sheriff Joe Cross, un vago incompetente que reniega públicamente de las mascarillas y que recuerda al policía burro que interpretaba Sam Rockwell en Tres anuncios en las afueras. Phoenix interpreta a Cross con la energía tragicómica y desesperada que ya desplegaba en Vicio inherente o en la misma Beau tiene miedo. Pero lo que le enfrenta al alcalde (un Pedro Pascal algo desperdiciado) es un viejo rumor sobre el lío que hace veinte años tuvieron él y la esposa de Cross (Emma Stone), con una salud mental muy frágil. Angustiado por la posibilidad de perderla, Cross se presenta a alcalde y empieza a difundir mentiras cada vez más gruesas sobre su rival.

Emma Stone y Pedro Pascal antes del estreno de la película 'Eddington', de Ari Aster, en Cannes.

Eddington, el pueblo ficticio donde transcurre la película, funciona de algún modo como metáfora de unos Estados Unidos convertidos en campo de batalla de los intereses escondidos de dos bandos enfrentados, porque Aster dispara hacia todas partes y va tejiendo una trama paralela que retrata en bruto a la par a raíz del asesinato de George Floyd. Esa equidistancia burlona es la decisión más cuestionable de una película que, por otra parte, levanta testimonio con suficiente elocuencia de la neurosis de una sociedad estadounidense fracturada y disfuncional, que no sabe cómo gestionar sus traumas colectivos y, en última instancia, acaba recurriendo.

Cabe decir que es en el último tramo de la película, cuando acaba de tomar la forma de un thriller brutal de acción, que Eddington se encuentra a sí misma como comedia salvaje y negrísima, revelando un revoltijo de influencias que van de la literatura de Thomas Pynchon a los videojuegos de guerra. Y pese a alejarse del género del terror, Aster sigue mostrando su talento para las coreografías de la violencia y los estallidos de horror absurdo, así como para los finales nihilistas sin espacio para la redención ni la esperanza. No vaya a ser que Eddington sea una película de terror, en el fondo.

La policía, a examen en Cannes

La brutalidad policial está presente en otro título de la competición, Dossier 137 de Dominik Moll, que sigue los trabajos de investigación de una agente de asuntos internos de la policía francesa que investiga las lesiones graves que unos antidisturbios provocaron a un chico durante las protestas de los chalecos amarillos. Basada en hechos reales, la película sigue con minuciosidad las pesquisas de la agente (una siempre convincente Léa Drucker), que construye el caso con tesón en medio de un ambiente social cada vez más enrarecido y contrario a la policía. Poco a poco, Moll va perfilando con minuciosidad el retrato de la fragilidad de los mecanismos que, en teoría, deben vigilar las actuaciones de las fuerzas del orden, pese a una escena final que cae en el panfleto con un chantaje emocional incoherente con la sobriedad precedente. Pero lo que quiere Dossier 137 es, ante todo, agitar un debate social necesario, y en esta opción legítima está su gran virtud y su principal debilidad como obra cinematográfica.

También en competición, este viernes se ha proyectado La petite dernière, tierna aproximación al descubrimiento de la identidad homosexual de una adolescente de origen argelino durante el año en el que pasa del instituto a la universidad. No hay nada extraordinario, ni tampoco nada que reprochar a este bonito drama LGBTI dirigido por la también actriz Hafsia Herzi –ganadora del último César a mejor actriz y nombre al alza del cine francés–, que aporta la normalidad de ver retratada la experiencia lesbiana a través de los ojos de mujeres atravesadas también por el hecho de ser gafas.

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