Enric Auquer: "Los muertos de las fosas comunes siguen siendo los muertos de un bando, y no los muertos de todos"
Actor, estreno 'El maestro que prometió el mar'
BarcelonaLa figura del maestro republicano Antoni Benaiges (Mont-Roig del Camp, 1903 - Villafranca Montes de Oca, 1936) cobra vida gracias al magnífico trabajo actoral de Enric Auquer (Rupià, 1988), uno de los intérpretes más sólidos y empáticos del cine catalán y español. En El maestro que prometió el mar, que se ha estrenado este viernes y se basa en el libro homónimo de Francesc Escribano que ha publicado en catalán Blume, el actor se entrega en cuerpo y alma al proyecto de recuperar la memoria de un personaje inspirador que en 1934 fue a hacer de maestro en Burgos y que en 1936 fue asesinado por el bando fascista al principio de la Guerra Civil.
Tu interpretación de Benaiges es luminosa. ¿Cuánto tiene de homenaje?
— Sentía la responsabilidad de restaurar una vida truncada que habían intentado borrar, y hacerle justicia. Hay cierta militancia en recuperar esta memoria de una manera muy digna, luminosa y con mucho amor. Pero también hice una investigación para entender al personaje y no hacer algo maniqueo. Y básicamente era un tipo apasionado e idealista que creía que, a través de la educación y acompañando con respeto al niño, se podía conseguir la utopía de un mundo mejor, un futuro de gente educada y pensadores donde existiera la concordia y la libertad.
La brutalidad del asesinato de Benaiges marca inevitablemente el acercamiento a su figura. ¿Es difícil encontrar la verdad del hombre y no simplemente el mártir?
— Claro, siempre te da miedo convertir a un personaje en un mártir. Para mí, Antoni Benaiges no es más importante que cualquiera de los miles de asesinatos y víctimas del régimen. Si su vida fue excepcional es porque él era una persona excepcional, un catalán de Mont-roig del Camp que no buscaba la gloria, sino educar en paz, y que se fue a Burgos a cumplir su cometido. Y que luchó por los derechos de los niños en una época en la que, sobre todo en las zonas rurales, muchos niños trabajaban.
Benaiges reivindica esta idea tan bonita que a los niños no debe enseñarse a ser adultos, sino a ser niños. ¿A ti te enseñaron a ser adulto o niño?
— Ambas cosas. En mi casa he tenido a la vez una educación dura y una educación libre por parte de dos figuras apasionadas, que son mis padres. Mi papá es más rígido y fue más duro conmigo que mi mamá, que es un faro de luz. Estoy de acuerdo con Benaiges: los niños, ante todo, deben ser lo que ellos quieran, deben ser niños. Cuando veo a mis hijos jugar y disfrutar es cuando los veo felices. Y lo que quieren de ti es que tengas ganas de jugar y pasar un rato con ellos.
El contexto de una película es importante, y ésta se estrena en pleno resurgimiento de la extrema derecha. ¿Eso era una motivación para contar la historia de Benaiges?
— La película ha surgido cuando debía surgir, no había una predisposición especial para hacerla ahora. Pero es cierto que llega en un buen momento, porque los muertos sin identificar en las fosas comunes siguen siendo los muertos de un bando, y no los muertos de todos. Parece que las películas sobre la Guerra Civil molesten, pero yo creo que, como dice Marina Garcés, el olvido no puede transmitirse. Y mientras no haya un estado responsable que se haga cargo de dignificar a los muertos de la Guerra Civil, las historias de vidas borradas que indignan y golpean el corazón son relatos cinematográficos perfectos para ser contados. Y estoy muy contento de haber formado parte y de haberle dado a este personaje mi cuerpo, mi imagen, mi pulsión y mi poética.
En Briviesca, donde fue detenido Benaiges, el gobierno del PP con apoyo de Vox canceló la obra El mar: visión de unos niños que nunca lo han visto, basada en la historia de Benaiges y las redacciones de sus alumnos.
— Se equivocaron. Evidentemente dieron mil argumentos técnicos, pero fue una medida ideológica y política. Son estas cosas casi emocionales, producto de la polarización que existe hoy en día. Pero diría que están arrepentidos. Primero, porque es muy poco inteligente, porque todo acaba haciendo más alboroto que otra cosa. Y también porque en el estreno en la Seminci, en Valladolid, vinieron políticos de los dos partidos que habían cancelado la obra, haciendo acto de presencia y, de alguna forma, también de retractamiento. No sé, quizás la obra les molestó más, porque la reflexión es más escrita que visual, pero en todo caso es un error garrafal que un gobierno, del color que sea, se atreva a censurar una obra artística. Es para hacer una revolución.
Laia Costa es la otra protagonista del film, pero no compartís ni una escena. Ya es mala suerte.
— Somos amigos, Laia y yo. Incluso hemos compartido clases de interpretación, y nos conocemos y queremos. No hemos coincidido en ninguna escena, pero ya llegará. Hemos hablado de hacer algo juntos.
A Benaiges le das un marcado acento catalán. Es un aspecto que siempre trabajas mucho.
— Son preciosos, los acentos. Y sí, hablé con un experto en lingüística, Pere Navarro, sobre dialectos concretos del catalán. Es cierto que en la película siempre hablo en castellano, pero fue una apuesta firme mía y de la directora hacer un acento muy catalán, casi rozando el abismo. Y me lancé porque, primero, este personaje era catalán y quería que su identidad estuviera presente en su hablar. Y también nos ayudaba a mostrar que el personaje estaba fuera de contexto, en un sitio que no era el suyo: Bañuelos de Bureba (Burgos).
En 2019 tu carrera estalló con Vida perfecta y Quien a hierro mata. ¿Qué has aprendido de la profesión en estos cuatro años?
— Es una profesión preciosa. Tengo una suerte increíble de ser querido y de que me den espacio para expresarme artísticamente, de poder ganarme la vida gratamente. Hay cosas difíciles de manejar como el éxito y la exposición. Que te pidan la opinión sobre según qué cosas... Parece que tengas que hablar de todo y yo sólo soy un actor. Pero tienes que trabajar el ego todo el rato para compensar tantas alabanzas. La gente que te dice cosas desmesuradas. Es curioso que te adulen por tu trabajo, que es sólo una parte de tu vida. Eso sí, los premios van muy bien. A mí me sirvieron para quitarme ansiedad y no tener que ir explicando que yo sabía realizar este oficio.
En estos años has hecho series, cine, dramas, comedia, thrillers, películas indies, comerciales... ¿Tu sitio está en la variedad de registros o aún no lo has encontrado?
— Espero no encontrar nunca mi sitio, porque los sitios fijos nunca son interesantes. A mí me gusta picotear por aquí y por allá, aprender cosas nuevas. Sí tengo una sensibilidad concreta para hacer historias de autor en las que una persona escribe y dirige una historia y necesita contarla de una manera concreta. Esto no significa que sean mejores o peores, pero para mí suelen ser más interesantes y gustosas de hacer.
En ese sentido, un proyecto que habrás disfrutado es el cortometraje Fuga, que hiciste con tu primo Àlex Sardà y por el que te premiaron en el Festival de Málaga.
— Era un trabajo muy personal, fruto del aburrimiento y la necesidad de contar algo durante la pandemia. Lo escribimos y dirigimos en diez días en el Empordà, junto a mi familia, con un equipo muy pequeño que cabía en una furgoneta. Quería expresar unas sensaciones concretas sobre mi paternidad, la separación y la deconstrucción de la masculinidad.
En el corto, te muestras como un padre imperfecto y vulnerable. Se percibe la voluntad de visibilizar una fragilidad que resuena en otros trabajos tuyos.
— Es que yo me siento así. Muchas trabas que me he encontrado en la vida me las he puesto yo mismo y tienen que ver con mi construcción de la masculinidad. Me he encontrado separado, solo y con una niña pequeña... Y entras en unos conflictos que, si vas rascando, te das cuenta de dónde vienen tus heridas, tu necesidad de legitimación y tu ego, y todo entronca con una mala educación de la masculinidad y con la forma en que tú, como hombre, te relacionas afectiva y emocionalmente. Cada vez que me hago daño en la vida y me desconecto, siento que todo pasa por ahí.
En unas semanas estrenas una película muy autoral: Quest, el debut de Antonina Obradror, que inauguró la Atlántida Film Fest.
— Sí, es un viaje psicomágico sobre un tipo al que se le muere la mujer y se va a la isla donde vivió ella. Es una metáfora del duelo, un viaje que quizás sólo está en la cabeza del personaje. Las cosas aparecen y desaparecen en una isla que quizás existe y quizás no. Es muy etérea, la película, nada dogmática, como un viaje, delicioso y hermoso, que va sucediendo sin dar ninguna explicación. Una película algo extraña, pero me gusta mucho.
¿Qué proyectos tienes ahora?
— He hecho una serie para Netflix dirigida de Lluís Quílez, un thriller de drogas ambientado en el puerto de Barcelona muy trepidante. Mi personaje me gusta mucho, vuelve a ser un tipo de éstos en conflicto consigo mismo, a quien todo el mundo quiere matarle y que está siempre con la energía al máximo, es agotador. Luego estrenaré Mamífera, de Liliana Torres, que protagoniza Maria Rodríguez y habla sobre cómo se legitima el deseo que una mujer tiene de no ser madre. Es una película preciosa que hace llorar mucho y pone un tema sobre la mesa, pero no es conclusiva. Y también tengo una película con Dani de la Orden, teatro... muchas cosas.
¿Y algo que te apetezca mucho y no hayas hecho? Siendo hijo de bailarina, ¿no te gustaría hacer un musical?
— No, yo canto fatal, fatal. Nunca me atrevería a hacer un musical, no sé hacerlo. Y no ocurre nada. Pero sí que me gustaría hacer un Hamlet en teatro. Y trabajar con directores que me gustan.