Barcelona"Primero baila, piensa después", dijo Samuel Beckett. La cita da título al biopic sobre el dramaturgo irlandés y premio Nobel de literatura que protagoniza uno de los grandes actores irlandeses, Gabriel Byrne (Walkinstown, 1950). En Dance first, que se estrena este viernes, Byrne entrega la intensidad de su mirada a un doble papel, el del escritor y su mala conciencia. El actor de Sospechosos habituales y Muerte entre las flores atendió al ARA durante el último estival de San Sebastián.
¿Cuál es su relación con una figura tan importante en su país como Beckett? No me consta que haya interpretado ninguna obra suya. ¿Le admiraba, llegó a conocerle?
— No le conocí, pero sí a gente que le frecuentaba. Y dicen que era una persona divertida, muy llana y sin humos. Pero para mí él era una figura distante y casi mítica. Ocurre algo lo mismo que con Eugene O'Neill o James Joyce, que se convirtieron en figuras más universales que irlandesas, aunque su inspiración venía de su identidad irlandesa. Joyce, O'Casey, Shaw y también –pero no tanto– Beckett o Wilde, todos tuvieron que marcharse de Irlanda para convertirse en grandes artistas, porque sentían que Irlanda les oprimía, especialmente la Irlanda católica.
Ahora que conoce las dos caras de Beckett, ¿qué opina de la imagen que se tenía de él?
— Que no hubiera podido escribir de la forma que lo hizo si no fuera una persona profundamente humana y emocional. La gente comete el error de asumir que Beckett era frío, distante y torturado. Los montajes de sus obras tienden a ser muy reverentes y no ven a la humanidad que hay en ellas, la ternura, la alegría y el amor. Su arte es increíblemente honesto. No existe ningún deseo de escapar de la realidad de lo que significa ser humano. ¿Qué dijo? "Nacemos para caminar hacia la tumba. Vivimos solos, morimos solos, nacemos solos". Confrontar la realidad de forma increíblemente honesta con una nueva forma dramática es su gran servicio a la literatura.
Hay un momento en la película en el que Beckett y Joyce lamentan no hablar irlandés. Usted fue maestro de gaélico, y el autor del primer drama en gaélico emitido en la televisión irlandesa. ¿Qué piensa del éxito de The quiet girl, la película en gaélico nominada al Oscar?
— Mira, cada vez hay más gente americanizada, y esto es en gran parte culpa del cine y la televisión. Estamos absorbiendo valores americanos, política americana, historia americana y una perspectiva americana del mundo, y por tanto es importante que cada país exprese su propia voz a través de su propio cine. El éxito de The quiet girl permitirá que se hagan más películas similares. Hay un gran prejuicio contra el cine europeo en América, pero el cine es universal, no tiene ninguna lengua. Porque el cine es, principalmente, imágenes. Y recordamos más lo que vemos que lo que sentimos.
¿Cómo ve el estado actual del cine?
— El cine como lo conocemos vive sus últimos días. Antes la gente hacía cola para ver el nuevo Bergman, el nuevo Fellini, el nuevo Woody Allen. Ahora la gente mira las películas en tablets o smartphones. La idea de estar en una habitación oscura con un grupo de personas teniendo una experiencia emocional compartida pronto será cosa del pasado. Las grandes corporaciones tecnológicas dominan el negocio del cine y eso no es bueno. No es que los estudios fueran geniales, pero las películas se hacían y distribuían de una forma completamente distinta. Ahora, una compañía como Sony Pictures representa sólo un porcentaje muy pequeño de los beneficios de Sony. Y con la llegada de la inteligencia artificial intentarán deshacerse de los escritores y realizar guiones más homogéneos. Hasta cierto punto, todo esto está sucediendo ya.
Volviendo a Dance first, en la película interpreta a Beckett, pero también a su voz interior. Son el mismo personaje, pero a la vez muy distintos.
— Al fin y al cabo, son el yo privado y el yo público. Todos tenemos una voz interior que, si hiciéramos pública, nos encerrarían en un manicomio. A veces es una voz interior que no te deja en paz, muy crítica. En mi caso, creo que es el producto de la educación y la cultura en la que crecí, donde no te enseñaban a valorarte a ti mismo como persona.
Hace unos años habló públicamente de los abusos sexuales que sufrió de pequeño. No sería una experiencia fácil de compartir.
— No. No quería hacerlo, de hecho. Pero hablé con otro hombre que fue conmigo a la escuela y me dijo que también había pasado por eso. Y entonces descubrí que mucha gente de esa escuela había sufrido abusos. Él había guardado el secreto durante 48 años: me llamaba desde el garaje para que la mujer no le oyera hablar. Y pensé que teníamos que empezar a hablar de esto, aunque no me apetecía nada. De hecho, todavía no quiero hablar de ello. Desgraciadamente, es la verdad. Y a veces tienes que explicar la verdad y la mierda con las consecuencias.
Imagine que cuenta la historia de cómo Gabriel Byrne, un joven maestro irlandés, se convierte en uno de los actores europeos más respetados de su generación. ¿Cuál sería la primera escena de esta historia?
— Yo sentado en un cine. Cuando era joven, Dublín era una ciudad muy represiva y católica. No había mucha alegría por culpa de la Iglesia católica. La única escapatoria era el cine, en el que tu imaginación volaba. Yo iba mucho, al cine, y siempre que salía a la calle, ese momento en el que abandonas el mundo de la película para adentrarte en la lluvia de Dublín, pensaba: "Por qué no puedo llevarme esta magia con mí?" No conocía a ningún actor, nadie relacionado con el mundo del cine, el teatro o la televisión. Para mí, convertirme en actor es un shock total. Aún me sorprende no ser un maestro retirado de Dublín que va de vacaciones a Benidorm.
¿Benidorm?
— Oh, por supuesto. Fui muchas veces. Benidorm, Mallorca... Cualquier destino que pudiera permitirme. Vuelos baratos, 300 personas con sombreros y ositos de peluche cantando I love Spain, Spain is great...