¿Es 'La zona de interés' la película más incómoda sobre la barbarie nazi?
Jonathan Glazer vuelve al cine con una propuesta hiperrealista sobre el nazismo y la banalidad del mal
- Dirección: Jonathan Glazer. Guión: Jonathan Glazer a partir del libro de Martin Amis
- 105 minutos
- Estados Unidos, Reino Unido y Polonia (2023)
- Con Sandra Hüller, Christian Friedel y Freya Kreutzkam
Mostrar o no mostrar, he aquí una cuestión que aún sacude los teóricos de las imágenes del exterminio. El cine moderno, argumenta el crítico Jaime Pena, se ha construido sobre este interrogante y la necesidad de representar una ausencia dolorosa, y desde que Claude Lanzmann utilizó el fuera de campo como la clave para resolver este dilema, hemos visto declinaciones de ese recurso en varias películas sobre genocidios.
Con La zona de interés, Jonathan Glazer también quiere sacudirnos, por supuesto, porque una obra sobre el campo de exterminio de Auschwitz está destinada indefectiblemente a provocar malestar. Pero su filme pretende inquietar desde una premisa doblemente perturbadora: los protagonistas son los nazis, Rudolf Höss y su familia, y la película muestra su día a día viviendo junto al campo como si éste no existiera, como si sólo fuera un ruido de fondo. Los Höss van al río a bañarse; la madre –una gélida Sandra Hüller, la actriz del año– cuida las flores, que de vez en cuando aparecen manchadas de ceniza; se habla de un crematorio; también de un spa... La vida nazi a plena luz del día. Un retrato tan hiperrealista que invita a pensar que quizás sucedió tal y como lo imagina Glazer.
De hecho, nunca un filme había deslumbrado con tanta potencia las conductas asociadas con lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal, pero también es cierto que, en ocasiones, tanta claridad e intención discursiva puede eclipsar cualquier otra posibilidad narrativa. Encapsulado en el dispositivo de recreación, este pequeño teatro de gestos rutinarios e insoportables observa a los Höss desde una distancia moral prudencial, transformando sus motivos y movimientos en una coreografía quizá demasiado abstracta. Sólo el estremecedor y magnífico diseño sonoro de Mica Levi nos recuerda lo que nuestros ojos no están viendo: la verdadera oscuridad del alma humana.