Biografia

Anne Weber, escriptora: "Conocemos los grandes nombres de la Resistencia pero no los pequeños, como el de Annette"

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Anne Weber, autora de  ‘Annete, una epopeya’

BarcelonaLa escritora alemana Anne Weber (Offenbach, 1964) se inspira en las epopeyas de la Antigüedad, en los héroes de la Odisea y la Ilíada, para explicar la vida de Annette Beaumanoir, una ex combatiente de la Resistencia francesa y luchadora por la independencia de Argelia. Lo hace en el sentido literario del término: Weber escribe la vida de esta mujer íntegra y valiente de 98 años en forma de epopeya. Annette, una epopeya (AdN, Alianza de Novelas), traducido por Belén Santana, es un homenaje pero sobre todo una manera de conocer a Annette a través de muchos de los aspectos de su existencia. Beaumanoir siempre ha seguido su propia conciencia y desobedeció a los líderes de la Resistencia para salvar a unos niños judíos. Después hizo la carrera de neurofisiología, se casó y tuvo hijos. Pero esta vida más convencional se rompió con la Guerra de Argelia. Weber, que vive en París desde los años 80, ganó el Premio Alemán del Libro en 2020 con esta novela díscola. 

Cuando conoció a Annette tuvo un enamoramiento repentino. 

— Sí. Hace unos años, en el sur de Francia, me invitaron a un festival de documentales. Estava en una mesa redonda y, entre el público, se levantó una mujer pequeña, delgada, muy mayor y me cautivó. Tiene unos ojos azules muy brillantes y vivos, una manera de hablar muy vital, y es muy guapa. Dijo que ella había formado parte de la Resistencia y pensé que era ella la que tenía que hablar, y no yo. 

Anne Beaumanoir

Con 19 años cuestionó a las autoridades de la Resistencia francesa para a salvar dos niños judíos. 

— Sí. Además, estaba muy enfadada porque quería luchar con armas y no se lo permitían. Se sentía excluida porque no le enseñaron a disparar. Más tarde, durante la liberación de Marsella, le dieron una arma con dos balas. Cuando disparó no acertó el objetivo, disparó hacia otro lado, porque se dio cuenta de que no era capaz de matar a nadie. 

¿Cómo la marcó vivir tan joven de manera clandestina mientras luchaba en la Resistencia?

— Cuando vivía en París conocía a gente, tenía novio y estaba en contacto con sus padres.... Estaba en la clandestinidad, pero no del todo. Cuando la enviaron a Lyon, como castigo por haber tenido iniciativa propia y haber salvado a los dos niños judíos, ya no tenía contacto con nadie, estaba absolutamente sola, y nadie la conocía con su nombre real. El hecho de desaparecer de la sociedad, de no existir, en una edad en la que la personalidad todavía no está formada, es duro. Estoy segura de que sufrió bastante. Para mí su relato es como una pequeña pieza del engranaje, porque luchó en la sombra. Conocemos los grandes nombres de la Resistencia pero no los pequeños, como el de Annette.

Hay un momento en el que se pregunta, cuando participa en la Guerra de Argelia, si conoce el país por el cual está luchando y si en realidad está luchando por unas ideas. Llegó a formar parte del gobierno argelino. ¿En algún momento tuvo sensación de fracaso porque el mundo por el que luchaba no llegó a existir nunca?

— No se resignó nunca ni se hundió. Ella siempre sigue adelante, lo ha hecho toda la vida. Yo creo que es prodigioso que, a pesar de todos los reversos y desilusiones, continúe luchando para mejorar la sociedad y todavía esté activa. Sigue atentamente todo lo que pasa en Argelia. Su singularidad es que no pierde la ilusión ni ha dejado nunca de creer. Es su manera de ser.

Era una mujer muy avanzada a su tiempo. En los años 50 hizo cosas que pocas mujeres se atreverían a hacer, incluso años más tarde, en los sesenta y setenta. 

— Se anticipó, tenía una mentalidad abierta. No explico mucho su vida familiar por discreción, porque lo que más me interesaba era su compromiso. Hablo, eso sí, de un tema muy doloroso para ella, que es que durante diez años no pudo ver a sus hijos. Tiene que ver también con el hecho de ser mujer. A un hombre no se le recriminaría nunca el hecho de dejar a los hijos por la actividad política. A las mujeres rápidamente las denominan malas madres, en alemán se las llama madres cuervos, que me parece horrible. Pero a ella lo que pensaban los otros no le preocupaba. Tampoco eligió dejar a sus hijos. El hecho es que se fue comprometiendo cada vez más con el Frente de Liberación Nacional y llegó un momento en el que ya no pudo volver atrás, la detuvieron y condenaron a diez años y tuvo que huir de Francia. Ella siempre pensaba que todo saldría bien y que tendría suerte, y esa vez no fue así.  

¿Sigue comprometida políticamente?

— Salió del Partido Comunista en 1956 y desde entonces no ha estado en ningún partido, pero hasta hace poco iba a las escuelas para explicar la Resistencia y la desobediencia civil. Hace poco criticó públicamente a Macron. Ella sigue comprometida y cree que un mejor reparto de la riqueza y una sociedad más justa son posibles. No es una persona que repita lemas políticos y no actúe en consecuencia, como hacen muchos que se llaman de izquierdas. Ella siempre está cuando la necesitas. Simplemente cuida de los otros. Y creo que esto es importante. Actuar, día a día, según las ideas y convicciones propias.

¿Por qué escogió escribir en forma de epopeya?

— El contraste me llamó la atención. En alemán se llama la epopeya del héroe, y una cosa tan masculina contrastaba con una mujer tan mayor y tan pequeña. Si se hubiera tratado de un hombre no habría escrito una epopeya, pero la decisión no tiene nada que ver con razones feministas. Me planteé cómo narrar la historia real de una persona que me confía la historia de su vida. No me parecía adecuado ficcionar. Y yo no soy una biógrafa. Las epopeyas explican heroicidades de héroes siempre masculinos y pensé que era una buena manera de explicar la vida de Annette y dar ritmo a su historia.

¿Cómo reaccionó Annette cuando leyó la historia?

— Le di el manuscrito en francés, antes de publicar el libro en alemán, porque quería que ella estuviera de acuerdo con lo que escribía. Su respuesta fue que el libro era fantástico pero que la Annette del libro no era ella. De entrada me descolocó, porque estaba convencida de que me ceñía a la realidad y a todo lo que ella me había explicado, pero después pensé que no podía ser de otro modo, porque no era como se veía ella sino como la veo yo. No podemos narrar sin usar la imaginación. Tuvo la grandeza de respetar mi visión y solo cambió dos adjetivos que hacían referencia a su madre. 

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