Cine

'La Crónica Francesa': ¿es Wes Anderson el esteta 'pijo' de Hollywood o su último genio romántico?

El director norteamericano compone una oda al periodismo en la que apetece quedarse a vivir

2 min
Fotograma de 'The french dispatch'

'La Crónica Francesa'

(4,5 estrellas)

Dirección y guion: Wes Anderson. 108 minutos. Estados Unidos y Alemania (2021). Con Bill Murray, Tilda Swinton, Timothée Chalamet, Adrien Brody. Estreno en cines

Quién pudiera quedarse a vivir para siempre jamás en las viñetas en movimiento de La Crónica Francesa (del Liberty, Kansas Evening Sun), la nueva obra de orfebrería fílmica de Wes Anderson. Qué placer reflejarse en sus personajes rebeldes, astutos, hedonistas y, sobre todo, idealistas. En el universo del director de El Gran Hotel Budapest, la hoja de ruta vital pasa siempre por una cierta entrega a los delirios (íntimos) de grandeza, reflejados en tareas (criminales, empresariales, artesanales...) que siempre esconden una pulsión artística. Este utópico y excéntrico camino hacia la realización personal puede llevar a la marginalidad o la derrota, pero, según Anderson, nada puede compararse con la dulzura triunfal que paladea quien se atreve a vivir a su manera, persiguiendo sus sueños.

Tráiler de 'La crónica francesa'

Las formas de vida sublime que el autor de Academia Rushmore delinea en La Crónica Francesa aparecen vinculadas a un estilo periodístico y una ética profesional singulares. En la revista ficticia que da título al film y que homenajea a The New Yorker, el editor jefe (Bill Murray) inculca a su pintoresco equipo de redactores (que podrían ser los creativos de un estudio del Hollywood clásico) una forma de expresión personal, culta, impetuosa en las formas y ajena a la ortodoxia. Este espíritu subversivo enlaza las tres historias, la guía de viaje y el obituario que estructuran una película inevitablemente irregular, pero llena de llamaradas de genialidad (a destacar el conmovedor cara a cara entre un avatar del novelista James Baldwin y un chef de oficina policial llamado Nescaffier). Así, a medio camino entre la comedia barroca y tipológica de Jacques Tati y la acidez de Preston Sturges, Anderson extrema su manierismo sin perder de vista el caudaloso torrente de romanticismo que constituye la esencia de su cine.

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